DESCUBRIENDO MEDITERRANEOS

DE ANAMMER A SIDI UARSIK

De Miguel Moya

Se inicia una descripción de lugares del Territorio y sus costumbres. Carece el que esto escribe de documentación y conocimiento profundo del mismo. Las observaciones serán vulgares, rápidas, intermedias entre una visión a vista de pájaro y la de un hombre inteligente que lo haya vivido y estudiado. Unicamente se ha vivido y sentido un poco. Dejémosle pues en visión a vista de camello, esperando que la Sabiduría de la Providencia - como llama el nómada a ese animal - no se nos enfade. Responde a uno de los aspectos de este Seminario. Divulgación de las cosas nuestras para los probables lectores de fuera.

Hace un año, más o menos, estando en un puesto solitario y agreste nos llegó de Madrid un amigo que huía de la civilización. Cansado de diversión, ajetreo, trabajo…Quería hacer en un rincón de Africa cura de campo y reposo. A igual que nosotros en la "colonial" la hacemos sobre el asfalto madrileño de ciudad y trajines.

En donde me encontraba puedo asegurar que faltaba aquello de lo que huía mi amigo. El trabajo quizás podía organizarse, pero carente de una obligación perentoria el trabajo es un deporte quizás sano pero algo molesto para el hombre corriente.

Ayudé al contraste haciendo limpieza de lo que pudiera parecer civilización. Quizás exageré pues hasta guardé manteles y cubiertos, aparte de los pocos libros. Solo dejamos la cama para la que siempre hemos guardado un gran respeto en África y está indicada para cura de reposo.

No podía quitar el teléfono oficial. Pero un teléfono de campo o campaña es distinto de los ciudadanos, autómatas, mecánicos. Los nuestros son humanos, cordiales.. Producen risa, humos, enfado… En fin, vida. Es la cortesía extremada para ponernos en contacto o el corte brusco. La interferencia de una voz delgada en el más prosaico de los informes militares - " oye Pepita, sabe si todavía se lleva el pelo corto en Madrid " - . Son distraídos, con personalidad. Lo mecánico no es más que ayuda a lo humano y personal. Nunca hemos sido muy partidarios de la mecánica extremada que suplanta a la civilización y olvida por completo la cultura.

Después de unos días de quietud comenzó el viaje. Podíamos haber recorrido el país en auto por la red de pistas, pero utilizamos otro medio que nos permitiera hacer un paseo distraído y caprichoso.

Nos pusimos de acuerdo para recorrerlo a camello. Mi amigo estaba encantado. La mañana que partimos se presentó vestido en curiosa mezcla de explorador y de moro de novela o de cine.

Camello

Ilustración de la publicación original

Más que un hombre de nervios cansados, deshechos, era uno de esos tipos raros, extravagantes, que dejan creer a la gente, en una seudo-locura, para poder sobrevivir a su aire y sacarle a la vida el jugo de una interpretación personal.

Al subir en el camello, comentó - parece un ascensor de arranque duro. - Se habla del mundo a vista de pájaro, pero lo veo distinto desde lo alto del camello .

Ibamos del interior hacia la costa. El campo después de un verano que duraba 7 u 8 meses estaba muy territorio.

Sobre la tierra seca no vivían más plantas que los cenizosos cactus y las chumberas apergaminadas, amarillentas.

Por las veredas subíamos y bajábamos las montañas. En las caídas de las lomas los pueblecitos, sencillas casas del color de la tierra. A veces desde lo alto se veían los patios y los huecos de puertas y ventanas. Al exterior siempre la pared lisa. El moro es muy hospitalario pero en el hogar es muy recogido, ausente de la vida exterior. Hogares de gente campesina, sedentaria aunque algunas familias tienen tiendas ( jaimas ), para recorrer el país nomadeando, buscando pasto para el ganado.

En las faldas de las montañas, en sitios dónde sería difícil cultivar otra cosa, señalé a mi amigo los huertos del país; con piedras o matojos unas cercas dibujaban cuadrados, rectángulos u óvalos de variadas proporciones poblados de chumberas. Son huertos, los riega el agua del cielo y no dan más trabajo que plantarlos y recoger el fruto fresco y dulzón que regala los meses de estío. A veces, en verano, los nómadas plantan sus tiendas al lado de los chumberales y hacen lo que llaman la "cura del chumbo".

Los frutos secos sirven de alimentación al ganado y a todos, en los años difíciles o en familias humildes. Las palas o pencas es el forraje del ganado vacuno en todo tiempo. - ¿Una especie de maná? - Sí; no creas, se le coge cariño, respecto a la chumbera cuando se lleva tiempo en el país.

En los puntos dominantes construcciones más fuertes con pequeñas torretas. Sus muros llenos de pequeñas troneras circulares.

Son las Alcazabas especie de fortaleza, donde los jefes o caudillos de los poblados defendían a los suyos de la piratería de los vecinos, hace unas décadas de años. - O sea una especie de feudalismo en su traducción mora.

- Exacto, como los castillos de Europa, con la diferencia de que aquí no es historia lejana, perdida, sino tradición oral contemporánea quizás vivida por el anciano que cruza nuestro camino y nos impresiona con el vivo destello de sus ojos obscuros en contraste con la paz suave de su barba nevada.

Pasamos cerca de las mezquitas. Casas rectángulares con salientes en arco en las esquinas.

El moro que nos acompañaba se adelantó por agua. En la mezquita se cuida un aljibe y hay siempre un cántaro para que el viajero apague la sed. En ella el faquih enseña el Koram a los niños y anuncia las horas de alabanza al señor.

Comenzábamos a ver la mancha azul del mar. Bajamos hacia un gran llano poblado de cactus. En medio, cerca de la costa, una cúpula pequeña y blanca indicaba un sitio sagrado, el morabo de Sidi Uarsik.

Mi amigo comentó la jornada que acababa con el día.

- Estos señores limitan la vida material a lo estrictamente indispensable. No se complican pero guardan los elementos esenciales de una antigua cultura. El culto al hogar, la escuela, la iglesia, el castillo…

Por la senda nos cruzó una mujer. Envuelta en sus vestidos marchaba con soltura de juventud. Alta, se adivinaba en la gracia del andar el talle lozano y esbelto. Al pasar dejó caer el velo que le cubría la cara con un desgaire natural y gracioso que podía copiarlo una refinada parisiense. Sabía que era muy guapa su cara morena, pálida. En el óvalo perfecto fulgían unos ojos grandes, negros, luminosos…

En el cielo, sobre el mar, comenzaban a teñirse de rosa las guedejas blancas de las nubes.

Para saber más de Ifni http://www.izquierdo.net/ifni

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