LA LEYENDA DEL APOSTOL SANTIAGO

De Miguel Moya Fernández 22-2-43.

En esta madrugada, mi enlace Balboa, compostelano de 20 años, chico mixto de empleado y estudiante, mixto en cultura, me ha contado la leyenda del apóstol, luego la charla sobre Galicia, el campo, la brujería, Santiago ciudad, ha sido abundante.

Muere Santiago en tierras orientales, quizás por la Palestina, y deja encargado a sus discípulos lo entierren en España, la tierra amada donde predicó atrayendo a la buena nueva, a los montaraes célticos. La barca llegó a las costas gallegas, acercándose a Padrón, la única población que en aquel entonces había y donde moraba la (…..) romana de por aquellos lugares.

A una piedra o peña, saliente de la costa, echaban la cuerda para amarrar la barca. Resbalaba una y otra vez por el verdín del peñasco la maroma, sin encontrar asidero. De pronto, con el asombro ingenuo pero no desesperado de los que llenos de fe habían ya visto milagros del santo, contemplaron curvarse el (………….) del peñasco, inclinarse en curva como pez que en salto dobla el cuerpo, o como escorzo gracioso de bailarina pagana. Quedó un trozo de piedra como manos juntas de niño que esperan comunión. . Agarró fácilmente la cuerda y desembarcaron el cuerpo del Santo.

Para llevar por tierras de España el cadáver del apóstol pidieron a Lupa, la reina romana, auxilio. La reina compadecida, les mandó primero una carreta, pero queriendo probar la fe de aquellos hombres o en burla de mujer pagana no les mandó para arrastra el carro más que unos finos hilos de seda, y el consejo de que en sus bosques abundaban toros salvajes para cazarlos y conducirlos al carromato quedaban libres. Si tanta era su fe podrían hacerlo.

Lo hicieron. Los toros salvajes amarrados, con hilos de seda, llevaron el cuerpo del apóstol por los bosques, lomas y los breñales gallegos. En el sitio donde hoy se yergue las torres de la ciudad milagrosa del medievo detúvose la carreta.

De nuevo toros salvajes, los animales triscaron hacia los bosques. Comprendieron que aquel era el sitio que el apóstol deseaba para su descanso eterno. Cumplida su misión, la leyenda no lo dice, pero es de suponer que los discípulos viajaron por España extendiendo, recordando la verdad eterna. No se sabe si Lupa conoció el milagro u olvidó todo aquello en una cabriola de mujer pagana.

Pasaron años, siglos. Los bosques salvajes y sombríos guardaban el sepulto del santo a los ojos de los hombres. Dios le había puesto de sus flores. Una estrella limpia y un coro armonioso de ángeles. Un ermitaño fue llevado por la Providencia a rezar oraciones por él y por todos, allí. Lo demás, sino sabido, se supone.

He escrito esta cosita durante el amanecer. Poco a poco suenan más espaciadas ráfagas de la ametralladora. Se iban callando su constante canción nocturna. Los cañones nuestros anunciaban el amanecer, luego ese silencio tan frecuente en los amaneceres del frente. Ahora saldré. No se si me espera un cielo azulino, rosáceo en el fondo, o un plomizo, gris día de invierno ruso.

Volver al índice de Cuadernos de época.