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 Luteranas en Sevilla (S. XVI)

1) Párrafos de la obra de Marcelino Menéndez y Pelayo "Historia de los heterodoxos españoles"

2) Cuatro mujeres sevillanas: ISABEL BAENA, MARÍA VIRUES, MARÍA CORONEL, MARÍA BOHORQUES. en  Historia del protestantismo en Asturias..

3) Párrafos de la obra de Samuel Vila: Historia de la Inquisición y la Reforma en España.

4) Cornelia Borquia o la víctima de la Inquisiciópn



1) Párrafos de la obra de  Marcelino Menéndez y Pelayo Historia de los heterodoxos españoles dedicados a las mujeres que tuvieron relación con el nucleo luterano de Sevilla, bien como seguidoras de la nueva doctrina, bien como acusadoras ante la inquisición.

http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12815841228995502421513/p0000017.htm#I_203_

(1556 o circa)

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Pensativo y melancólico quedó Constantino con tal desaire, viendo inminente su ruina, la cual sobrevino a los pocos días. Tenía depositados sus libros prohibidos y papeles heréticos en casa de una viuda, Isabel Martínez, afiliada a la secta; pero, habiéndola encarcelado la Inquisición, se procedió al embargo, de sus bienes, encargándose de ello el alguacil Luis Sotelo. Dirigióse éste a casa de Francisco Beltrán, hijo de la Martínez, y aturdido él con la improvisa nueva, pensó que venían no por las alhajas de su madre, sino por los libros del Dr. Constantino, y, derribando un tabique de ladrillo, mostró al alguacil el recatado tesoro. Por tal manera y tan inesperada vinieron a manos de los inquisidores las obras inéditas de Constantino.

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http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12815841228995502421513/p0000018.htm

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  Dos focos principales tenía el luteranismo sevillano: uno, en el monasterio de jerónimos de San Isidro, cerca de Sancti Ponce (antigua Itálica), fundación de D. Alonso Pérez de Guzmán el Bueno; otro, en casa de Isabel de Baena, donde se recogían los fieles para oír la palabra de Dios, según escribe Cipriano de Valera

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    Más extraño motivo tuvo la apostasía del médico Cristóbal de Losada, mozo de honestísimas costumbres y muy afortunado en sus curaciones. El amor le hizo luterano. Galanteaba a la hija de un discípulo del Dr. Egidio, y el padre no quiso consentir en la boda si su futuro yerno no se ponía bajo la enseñanza del célebre magistral, y entraba en la secreta congregación. Y tanto progresó el mancebo, que después de la muerte de Egidio y Vargas y de la prisión de Constantino quedó por jefe o pastor de aquella iglesia, «escondida en las cuevas» (in cavernis delitescentem), que su historiador dice (1816). [78]

     No poco contribuyó a la difusión de la secta un diabólico maestro de niños llamado Fernando de San Juan. rector del Colegio de la Doctrina, donde por ocho años enseñó. El P. Roa y las relaciones del auto en que San Juan fue quemado le llaman idiota. Y Montes no acierta a ponderarle sino por el candor de su índole y por el deseo de hacer bien al prójimo (1817). ¡Pobres niños! ¡Y pobres mujeres también! Porque las había, aunque en menos número que en la congregación de Valladolid. Las principales eran: D.ª María Bohorques, hija bastarda de D. Pedro García de Xerez, noble caballero sevillano, docta en la lengua latina, al modo de tantas otras españolas del siglo XVI, y discípula del Dr. Egidio; su hermana D.ª Juana, mujer de D. Francisco de Vargas, Señor de la Higuera; D.ª Francisca Chaves, monja del convento franciscano de Santa Isabel, de Sevilla; D.ª María de Virués y la ya citada Isabel de Baena, cuya casa era el templo de la nueva luz (1818).

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    Según una relación manuscrita que poseo, la congregación fue delatada por una mujer, a cuyas manos llegó, por error de los encargados de la distribución, un ejemplar de la Imagen del Antichristo, libro herético de los que repartía Julianillo Hernánrez (1819). Llegó a entender éste el peligro y huyó de Sevilla; pero le prendieron en la sierra de Córdoba, y después de él, a sus secuaces. Las cárceles se llenaron de gente. Más de 800 personas fueron procesadas...

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auto de fe de 24 de septiembre de 1559,

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Las mujeres estuvieron contumaces y pertinacísimas, sobre todo D.ª María Bohorques, con ser tierna doncellita, no más de veintiún años. En el tormento delató a su hermana, pero ni un [80] punto dejó de defender sus herejías y resistió a las predicaciones de dominicos y jesuitas, que en la prisión la amonestaron. Todos se condolían de su juventud y mal empleada discreción, pero ella prosiguió en sus silogismos y malas teologías, hasta ser relajada al brazo secular.

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 De todos los presos en los calabozos de Triana, sólo uno logró huir: el Licdo. Francisco de Zafra, beneficiado de la parroquial de San Vicente, de Sevilla. Pasaba por hombre docto en las Sagradas Escrituras y tan poco sospechoso, que había sido calificador del Santo Oficio. En 1555 le delató un beata, loca furiosa, que tenía reclusa en su casa, y esta delación, a la cual acompañaba una lista de otras trescientas personas comprometidas en la trama (1822), fue la piedra angular del proceso y puso en guardia a la Inquisición antes de los rigores de 1559

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  Los relajados en persona fueron:

     Isabel de Baena: mandóse arrasar su casa y colocar en ella un padrón de ignominia, lo mismo que en la de los Cazallas de Valladolid.

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  Doña María de Virués.

     Doña María Coronel.

     Doña María Bohorques.

     Las tres murieron agarrotadas, aunque habían dado pocos signos de arrepentimiento. Ponce de León exhortó a última hora a la Bohorques a convertirse y desoír las exhortaciones de Fr. Casiodo, pero ella le llamó ignorante, idiota y palabrero.

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    Un año después, el 22 de diciembre de 1560, se celebró segundo auto en la misma plaza. Hubo catorce rebajados, tres en estatua, treinta y cuatro penitenciados y tres reconciliados. Las estatuas fueron de Egidio, Constantino y el Dr. Juan Pérez (1824). La efigie del primero era de cuerpo entero, en actitud de predicar.

     El principal relajado era Julianillo Hernández ...

     Con él murieron D.ª Francisca de Chaves, monja de Santa Isabel, que llamaba generación de víboras a los inquisidores; Ana de Ribera, viuda de Hernando de San Juan; Fr. Juan Sastre, lego de San Isidro; Francisca Ruiz, mujer del alguacil Francisco Durán; María Gómez, viuda del boticario de Lepe, Hernán Núñez (aquella misma beata que en un acceso de locura delató al Licdo. Zafra); su hermana Leonor Núñez, mujer de un médico de Sevilla, y sus tres hijas Elvira, Teresa y Lucía (1825).

     Entre los penitenciados figuraban D.ª Catalina Sarmiento, viuda de D. Fernando Ponce de León, veinticuatro de Sevilla; D.ª María y D.ª Luisa Manuel y Fr. Diego López, natural de Tendilla; Fr. Bernardino Valdés, de Guadalajara; Fr. Domingo Churruca, de Azcoitia; Fr. Gaspar de Porres, de Sevilla, y fray Bernardo de San Jerónimo, de Burgos, monjes todos de San Isidro.

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     En cambio, se proclamó la inocencia de D.ª Juana Bohorques, la cual desdichadamente había perecido en el tormento que bárbaramente se le dio cuando estaba recién parida (1828) 


2) Cuatro mujeres sevillanas: ISABEL BAENA, MARÍA VIRUES, MARÍA CORONEL, MARÍA BOHORQUES. en   Historia del protestantismo en Asturias. http://nalon.netcom.es/mleon/orbayu_3.htm

Sobresalían por la singular pureza y santidad de vida, entre los que, de mas antiguo, profesaban la piedad en aquella piisima Iglesia de Sevilla, consumida, ya casi toda, por el fuego inquisitorio.

Pero aunque iguales en piedad, sin embargo en cuanto a la erudición verdaderamente prodigiosa en una doncella, que en las Sagradas Letras había adquirido, con la continua lección y meditación y trato frecuente con los piadosos y doctos varones de que, en aquel tiempo, abundaba la ciudad de Sevilla y sobre todo, con el ejercicio mismo de la piedad.

La casa de la primera, esto es de la Baena, fue escuela de constante piedad y sagrado asilo donde se tenían santas reuniones y donde resonaban de día y de noche perpetuas alabanzas de su Dios y de su Cristo. Nada se veía allí de profano, nada tampoco, que se encaminara a ostentar santa devoción; llenábalo todo, una sólida y verdadera piedad. Alcanzó por fin hasta allí, la red inquisitoria y cogió, de un solo lance, aquellas cuatro mujeres, con algunas otras de las cercanías, por juzgarlas Dios, sin duda, ya dispuestas, para una ilustre confesión de su nombre.

Debió la doncella Bohorques tan grandes adelantos y erudición en las sagradas letras, a su mediano conocimiento de la lengua latina, en virtud de la cual, en medio de aquella cruel tiranía sobre las conciencias, que prohibe al pueblo leer en lengua vulgar la Sagrada Escritura, podía al menos aprovecharse a su placer de la versión latina.

El doctor Egidio, a quien por su exquisita piedad y erudición, tenía por maestro, solía decir de ella, que siempre salía mas instruido de su conversación.

Mientras estuvo en la cárcel, tuvieron con ella los frailes Dominicos curiosas disputas, en las que era ciertamente un portento la sutileza de la muchacha en disolver y desatar con la Palabra de Dios, espada de dos filos, los sofísticos nudos de aquellos y admirable su buena memoria y familiaridad con los lugares de la Sagrada Escritura. Estos frailes, cuantas veces salían de disputar con ella, aunque bajo el nombre de obstinación, daban un manifiesto testimonio, de su constancia y sabiduría.

Después de un prolongado cautiverio, en aquella cárcel de Cíclopes y de tormentos de toda especie, por cuyo medio, los atormentadores, a fuerza de crueldad la hicieron descubrir a su propia hermana, como confidenta de su doctrina, lo cual le acarreó a esta, primero el cautiverio, después una muerte cruel en los mismos suplicios; la sacaron por fin al triunfo, con los demás piadosos varones y mujeres que ya antes mencionamos, mostrando a pesar de todo, en la alegría del semblante, ser mas bien ella la que triunfaba del Santo Oficio.

Leida en el cadalso su sentencia y después de intimarle, en público, la pena de muerte, le preguntaron los inquisidores, si quería al fin volver en si y confesar los errores que hasta allí tan pertinazmente había defendido: a lo cual ella en voz alta y clara respondió que ni quería ni podía hacerlo.

Llévanla desde allí, con tan bienaventurada compañía, a la planicie del suplicio y al exigir los hipócritas, con no menos impiedad que imprudencia, de todo aquel coro de mártires, la confesión de la Iglesia romana en el símbolo apostólico, según arriba se dijo, adelantándose ella a los demás se resistió animosamente.

No obstante, aquellos imprudentísimos enredadores, determinaron oscurecer con sus enredos la gloria de tamaña constancia, aplicando al punto los cordeles al cuello de los piadosos mártires, queriendo dar a entender, que en el término mismo de la vida, habían reconocido la Iglesia Romana y que por lo tanto en virtud de la clemencia inquisitoria, eran quemados muertos y no vivos. Y aun se ensañaron tambien con las santas paredes que tantas veces ampararon las piadosas congregaciones para alabanzas de Dios reunidas. Pues mandaron derribar por los cimientos y asolar la casa de la Baena y reduciéndola a solar perpetuo, erigieron en medio de ella un rollo de mármol, que fuese un monumento eterno, para los impíos y ciegos idólatras, de los crímenes allí consumados y para los fieles, de las congregaciones en nombre de Dios allí reunidas, en las que, como entre los suyos, se halló a no dudar el mismo Cristo.

No podemos dejar de relatar, por mas que nos salga extenso este tema, las incidencias relatadas por Llorente y que dice así:" Murieron también entonces, María de Virués, doña María Coronel y doña María de Bohorques todas tres solteras, hijas de padres muy nobles, mereciendo particular mención la historia de esta última por las circunstancias de su causa y porque un español compuso cierta novela titulada "Cornelia Bororquia" de la cual dijo ser historia mas que romance, no siendo ni lo uno ni lo otro, sino reunión de desatinos mal forjados, con trastorno de los nombres de las personas que introduce y aun el de su heroína, por no haber entendido la historia de la Inquisición escrita por Felipe Limborg, pues citando éste dos personas por sus apellidos, Cornelia et Bohorquia que fueron doña María Coronel y doña María Bohorques, formé con las dos una que nunca existió, nombrada Cornelia Voroquia, fingiendo amores que no pudo haber con el inquisidor general propietario, que se halla en Madrid y era el arzobispo de Sevilla, a quien supone persona distinta.

Supuso interrogatorios que jamas se ha estilado en el Santo Oficio, dio perfectamente a conocer que su ánimo era satirizar y poner en ridículo al Santo Oficio, de quien temiendo ser preso, huyó a Bayona.

La verdad sencilla de la historia basta por si sola para demostrar cuan digna de odio es la Inquisición, sin que sea necesario acudir a las armas de la fábula, de la sátira ni del ridículo. Por lo mismo me parece mal el poema francés intitulado la Guzmanada, pues levanta falsos testimonios indecentes a Santo Domingo de Guzmán, cuya conducta personal fue purísima sin que yo descubra utilidad en tales medios para desaprobar los que adoptó el santo con el fin de extinguir la herejía de los albigenses, pues basta saber con la doctrina de San Agustín, que no todo lo que hicieron los santos es santo. Empero vamos a nuestra historia.

En el suplicio mismo D. Juan Ponce de León, ya convertido, dijo a doña María que no se fiara de en la doctrina de fray Casiodoro y cediese a la de los predicadores; ella le contestó tratándole de ignorante, idiota y palabrero y diciendo que no era entonces hora de gastar el tiempo en palabras, sino en la meditación de la muerte y pasión del Redentor, para avivar mas y mas la fe por la cual debían justificarse y ser salvos

Sin embargo, porfiaron algunos clérigos y muchos frailes, después de puesta la argolla al cuello y manifestando deseos de que no la quemasen viva, movidos a compasión por su juventud y su sabiduría, contentándose con que dijera el Credo; lo consiguieron y aunque acabado de pronunciarle comenzó a explicar los artículos de la Iglesia Católica y del juicio de los vivos y muertos, en sentido luterano.


  3) Parrafos de la obra de Samuel Vila : Historia de la Inquisición y la Reforma en España.   www.redbiblica.com/herramientas/book.php?id=56 

Los verdaderos reformados se reunían en el Templo de la Nueva Luz. Este nombre no es otro que el dado por los mismos reformados a su congregación, que se reunía en casa de doña Isabel de Baena. González de Montes, al cual debemos lo esencial de estas referencias, y que tan­tas veces habría atravesado los umbrales de la casa de doña Isabel, dice de esta dama que gestaba alumbrada por la luz divina del Espíritu de Cristo. Como en Valla­dolid, se reunían en el mayor secreto, para alentarse e instruirse mutuamente. La Iglesia de Sevilla llegó a con­tar con un número bastante mayor de creyentes que la de Valladolid, probablemente como resultado de las mayores facilidades que había habido para la preparación de los corazones de modo público y, aunque prudente, eficaz, a que aceptaran el nuevo mensaje. Y si la aventaja en nú­mero, no le fue a la zaga en la fidelidad y el valor de sus miembros.

  4. María de Bohorques.

 Una de las historias más conmovedoras de las víctimas protestantes de la Inquisición española es la de María de Bohorques. Era hija natural de don Pedro García de Jerez y Bohorques, Grande de España de primera categoría. Con­taba, cuando su martirio, la edad de veintiún años. Desde muy joven había demostrado un talento excepcional, y su familia había confiado la dirección de sus estudios al doc­tor Juan Gil, A través del cual conoció su discípula las doctrinas reformadas. Dominaba el latín y leía el hebreo y era muy versada en las Sagradas Escrituras. Nadie aventajaba a la joven María en el conocimiento de las obras de los reformadores. Su preparación teológica era muy sólida, como lo demostró en sus disputas con los frai­les en la cárcel. Su propio maestro, Egidio decía de ella que siempre aprendía algo en sus conversaciones con Ma­ría. Es difícil encontrar otro ejemplo de juventud, sabiduría y piedad juntas, sacrificadas por un fanatismo tan ciego y cruel.

 Cuando fue detenida, con la mayor serenidad confesó María de Bohorques, desde el primer interrogatorio de los inquisidores que era uno de los miembros de la congre­gación evangélica. Su conocimiento de las Escrituras (los documentos de la Inquisición dicen que sabia de memoria los Evangelios y algunas obras teológicas reformadas) le proporcionó los medios de rechazar o rectificar con firme­za y facilidad todos los argumentos con los cuales los jueces procuraban envolverla y que a veces les eran útiles para engañar o atemorizar a otros prisioneros. Defendió su fe, presentándola, no como una invención de Lutero, sino como la verdadera doctrina cristiana rescatada por Lutero y sus compañeros de entre las ruinas en que había sido soterrada durante siglos, exhortando a sus jueces a que la abrazaran en vez de perseguirla.

 Se negó además a descubrir nombres de otros compa­ñeros en la fe. Aunque parece extraño que sea posible, María, una mucha de veinte años, fue brutalmente torturada: no se concibe que incluso aquellos zafios sayanes no .se avergonzaran mientras con sus propias manos iban atando a la joven; y luego, al administrarle el tormento, contemplaban su angustia y escuchaban 'sus gemidos. Ma­ría estaba resuelta a no confesar nada, pero su fuerza se manifestó inferior a la brutalidad de sus verdugos. En la desesperación del tormento, y para librarse del mismo, ya que le exigían que denunciara a otros, confesó, por fin, que su hermana Juana concia su fe y que no le había mani­festado desaprobación. Era imposible una confesión en que cualquier persona aludida resultara menos comprometida, y María esperaba que no podía tener desagradables con­secuencias para Juana, ya que al pronunciarla sabia que su hermana era una buena católica, de familia noble y esposa de un caballero con titulo de barón; al primer interrogatorio se darían cuenta de que no era reformada y, por tanto, seria soltada en seguida. En cambio, otro cualquiera de sus hermanos en la fe habría tenido que sufrir gravemente por su culpa. La pobre María no había previsto las funestas consecuencias que tendría aquella leve acusación para su desgraciada hermana.

 Finalmente María fue condenada a relajación y se in­tentó, antes de su ejecución ‑como era costumbre con los reos de pena capital‑, obtener su retractación, con lo cual habría evitado la hoguera, y aun la muerte, de no ser relapsa ni dogmatizante. Los inquisidores, sea por la influencia de los familiares de María o porque sintieran en algún momento simpatía por ella, se esforzaron más que nunca por convencerla. Mandaron varias veces a su celda a sacerdotes jesuitas y dominicos para discutir con ella, pero todo fue inútil, ya que los conocimientos teoló­gicos y escriturarios de los frailes que mandaban eran inferiores a los de María.

 La víspera del día del auto de fe en que había de morir la visitaron dos dominicos y varios teólogos de otras órde­nes para hacer un último esfuerzo con miras a su retrac­tación. Según Llorente, «María los recibió con la mayor cortesía, pero al mismo tiempo les dijo claramente que podían haberse ahorrado el trabajo que se tomaban, pues ella tenia más interés por su propia salvación del que posi­blemente sentían ellos; que hubiera renunciado a sus creen­cias si hubiera albergado la menor duda acerca de su verdad, pero que estaba más convencida de ella que nun­ca, máxime cuando los teólogos católicos, después de mu­chas tentativas, no le habían presentado más argumentos que los que ella ya conocía y podía confutar fácil y satis­factoriamente>.

 El día siguiente, María, vestida del sambenito, fue lle­vada con los demás condenados al lugar del suplicio. Cor­dialmente saludó a sus compañeras de martirio, mientras formaban la procesión, exhortándolas a mantenerse firmes en la fe, y se disponían juntas a entonar un Salmo cuando los inquisidores, que habían advertido que estaba animan­do a los que estaban a su lado, mandaron ponerle una mordaza.

 Antes de ser encendida la hoguera fue amonestada otra vez para que abandonara sus errores y volviera al seno de la Iglesia. Al serle quitada la mordaza para poder contestar, lo hizo con voz firme: «No quiero ni puedo re­tractarme, Narra Llorente que uno de sus compañeros que había abjurado para granjearse la gracia del garrote en vez de la hoguera la exhortó a no confiar demasiado en las nuevas doctrinas y a que pesara los argumentos de los que la aconsejaban; pero sólo consiguió que María le reconviniera por su debilidad y cobardía, agregando que no eran éstos momentos para razonar, sino para meditar en la muerte y pasión del Salvader, por quien debían ser justificados y salvos.

 Según Llorente, «porfiaron algunos clérigos y muchos frailes, después de puesta la argolla al cuello, porque no la quemasen viva, movidos a compasión por su juventud y sabiduría, y que se contentasen con oírle decir el credo si ella prometía recitarle, en vez de la abjuración formal necesaria en estos casos, para cambiar su pena por la gracia del garrote. Los inquisidores concedieron lo que se les había pedido, pero apenas hubo María concluido, cuando empezó a explicar en sentido luterano los artículos de la fe y del juicio sobre los vivos y los muertos. No se le dio tiempo para concluir; el verdugo le dio garrote y luego fue quemada muerta.

 ….

 2. María Gómez y sus familiares.

 María Gómez, la enferma mental recogida por el sacer­dote Zafra, que había denunciado a los reformados de Sevilla a la Inquisición, recobró después el uso de la razón y se apesadumbró de su loca traición, que sólo por la presencia de espíritu de Zafra no desencadenó la per­secución en seguida.

 Reintegrada María al seno de su familia, cuyos miem­bros eran convencidos reformados, y a la confianza de la congregación, por un tiempo no inferior a dos años, fue finalmente encarcelada en 1557, igual que los demás pro­testantes de Sevilla, junto con tres hijas suyas ‑Elvira, Teresa y Lucía‑ y una hermana ‑Leonor Gómez‑, esposa del médico de Sevilla Fernando Núñez. La manera como los inquisidores se apoderaron de toda esta familia merece ser relatada.

 Una de las hijas de María Gómez había sido encarce­lada antes de que lo fueran su madre y su hermana. Los inquisidores, que abrigarían sus dudas respecto a la orto­doxia de su antigua y espontánea delatora, pidieron de la hija informes de las creencias de sus parientes, y la joven se resistió con firmeza a toda delación; ni siquiera la tortura le hizo decir una palabra. No convencidos, a pesar de sus negaciones, y con objeto de llegar al fin que pre­tendían, se valieron los jueces de otro medio.

 Los próximos interrogatorios los verificó uno solo de los inquisidores, el cual dio a la joven muestras de simpa­tía, y le aseguró que sentía compasión por ella y que harta todo lo posible para salvarla. Repitió sus promesas duran­te varios días, dándole señales de vivo dolor por su des­gracia, y cuando comprendió que habla ganado la confian­za de su víctima, le hizo entender que su madre y hermanas se encontraban en gran peligro de ser presas, porque habla muchos testigos dispuestos a dar testimonio contra ellas. Que el amor que sintiera por ellas debía obligarla a confesarle todo lo que supiera de su madre y hermanas, para así poder tomar las medidas oportunas a fin de defenderlas y salvarlas de una muerte segura. La pobre muchacha cayó en el lazo y confesó al inquisidor lo que éste deseaba saber. Con esto terminó la conversación. El traidor hizo comparecer a la joven y confirmar ante el tribunal todo lo que le habla dicho. Inmediatamente fueron encarceladas su madre, su hermanas "y su tía.

 Las cinco fueron presentadas en este auto de fe y, des­pués de él, conducidas a la hoguera. Antes de que las ataran a la estaca se arrodilló la joven causante de la ruina de esta familia delante de su madre y de su tía, pidiéndoles perdón por su involuntaria traición, y les dio gracias por la enseñanza que le habían inculcado en las doctrinas de Cristo, por la cual ahora con gozo iba a la muerte. «No a la muerte, hija mía ‑le contestó su tía‑, sino a la vida eterna que por la gracia de Dios en Cristo estamos seguras de recibir. Las cinco mujeres se abra­zaron las unas a las otras, mientras los familiares de la Inquisición permanecían mudos contemplando la escena. Después las ataron a los postes y encendieron la leña.


 4) Cornelia Bororquia o la víctima de la Inquisicion. 

Es este el nombre de una novela que salio de la imprenta a comienzos del siglo XIX y obtuvo cierto éxito, incluso con representaciones drámtizadas en hispanoamérica tiempo después. La historieta sin embargo no satisfizo a los protestantes españoles (recogemos más abajo la queja de LLorente) por considerarla tergivesación de la realidad.

4.a) La opinión de LLorente. http://nalon.netcom.es/mleon/orbayu_3.htm

... un español compuso cierta novela titulada "Cornelia Bororquia" de la cual dijo ser historia mas que romance, no siendo ni lo uno ni lo otro, sino reunión de desatinos mal forjados, con trastorno de los nombres de las personas que introduce y aun el de su heroína, por no haber entendido la historia de la Inquisición escrita por Felipe Limborg, pues citando éste dos personas por sus apellidos, Cornelia et Bohorquia que fueron doña María Coronel y doña María Bohorques, formé con las dos una que nunca existió, nombrada Cornelia Voroquia, fingiendo amores que no pudo haber con el inquisidor general propietario, que se halla en Madrid y era el arzobispo de Sevilla, a quien supone persona distinta.

Supuso interrogatorios que jamas se ha estilado en el Santo Oficio, dio perfectamente a conocer que su ánimo era satirizar y poner en ridículo al Santo Oficio, de quien temiendo ser preso, huyó a Bayona.

La verdad sencilla de la historia basta por si sola para demostrar cuan digna de odio es la Inquisición, sin que sea necesario acudir a las armas de la fábula, de la sátira ni del ridículo

4.b) Nociticas de algunas ediciones actuales y pequeños comentarios recogidos en Internte.t

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CORNELIA BORORQUIA O LA VÍCTIMA DE LA INQUISICIÓN

Gutiérrez, Luis (Ed. Cátedra)

Precio:6,90 €

ISBN: 8437622522.

La primera edición de esta novela española que tanto éxito tuvo durante el siglo XIX salió de las prensas parisinas en 1801. La venta de libros procedentes del extranjero estaba entonces rigurosamente controlada en España, así que el único recurso posible era despacharlos de contrabando o entregarlos a viajeros españoles que hubieran cruzado la frontera. Fue así como Luis Gutiérrez, un gacetillero español establecido en Bayona, y el autor entonces anónimo de la novela, se la entregó a alguien que la hizo llegar hasta un librero de Bilbao. La reacción de la Inquisición fue la prohibición e inclusión de la obra en su famoso «Índice», que, sin embargo, comenzó a circular de forma clandestina hasta alcanzar con el restablecimiento en España de la libertad de prensa un enorme éxito editorial. Escrita en forma epistolar, los "impuros deseos" de un prelado por una joven, que le llevan a encerrarla en los calabozos del Santo Oficio para "ablandarla", presenta en el cruce de diversas correspondencias la inhumanidad y la depravada conducta del arzobispo de Sevilla y del Inquisidor General, con el propósito de denunciar la intolerancia religiosa.

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http://www.spanisharts.com/books/literature/fxviiipro.htm LA PROSA DESDE 1788 ..
   Con probables alusiones a la obra de Olavide, se publica, de forma anónima, Cornelia Bororquia. Historia verdadera de la Judith española (h.1799). Esta novela -acaso de Luis Gutiérrez (1771-1808), ex fraile ajusticiado por la Junta Central- presenta 31 cartas, escritas entre el 20 de Febrero y el 9 de Junio de cierto año. Trata del rapto de Cornelia por el Arzobispo de Sevilla. Al salvarse ésta, matando a su raptor, la Inquisición la condena a muerte, sin valerle la ayuda de su prometido Vargas ni la confesión del propio arzobispo moribundo. La novela critica, además, el poder temporal, denuncia el absolutismo religioso y recuerda a Choderlos de Laclos.

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http://personal.telefonica.terra.es/web/abrazodeloso/corneliabororquia.htm

[17-12-03] Esta semana recomendamos...

Cornelia Bororquia De Luis Gutiérrez

Cornelia Bororquia es una novela epistolar de finales del siglo XVIII, de carácter anticlerical e incluso ateo. Aunque se desconoce la fecha exacta de su publicación, se supone que fue poco antes de 1800, año en que apareció en París un tomo con la etiqueta de "segunda edición corregida y aumentada".
Sin embargo, debido a la censura del gobierno de Fernando VII, no fue hasta el trienio liberal, en 1820, cuando por fin se editó en nuestro país.

Existen varias hipótesis sobre el autor de Cornelia Bororquia, siendo la más aceptada la que señala a Luis Gutiérrez, un exfraile muerto durante la Guerra de la Independecia, perteneciente al llamado grupo de los afrancesados.

Esta breve pero intensa novela narra la historia de Cornelia Bororquia, hija del Gobernador de Valencia que, tras negarse a satisfacer los deseos sexuales de un miembro del alto clero, es encarcelada por la Inquisición y sometida a las más crueles vejaciones; a pesar del empeño de su padre y su futuro esposo, Bartolomé Vargas, por probar su inocencia.

El lúcido contenido de esta obra compensa totalmente las posibles carencias estilísticas: con una objetividad y una valentía impensables para su época, se realiza una profunda crítica al Tribunal de la Inquisición, al excesivo poder de la Iglesia, a los tremendos abusos cometidos por ésta e, incluso, a la Monarquía.

En resumen, se trata de un hermoso alegato por el pensamiento, la libertad y la tolerancia; cuyo mensaje es vigente en todas las épocas históricas.

(Reeditado por Ediciones Vosa, en la colección La Nave de los Locos).

 


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