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Encarnación Giménez, la lavandera de Guadalmedina

Lavandera, asesinada por la represión franquista, Málaga 1937, Su "caso" se hizo famoso en la prensa republicana y revolucionaria.

También aparece con lagrafía Jiménez.


Encarnación Giménez. Lavandera de Guadalmedina

Ilustración que acompañaba el romance en Mujeres Libres

Romance de la vida, pasión y muerte de Encarnación Giménez, la lavandera de Guadalmedina, Por Lucía Sánchez Saornil.

Comentario. El caso de Encarnación Jiménez.  El defensor de Albacete, de 3 de marzo de 1937


Romance de la vida, pasión y muerte de Encarnación Giménez, la lavandera de Guadalmedina

Por Lucía Sánchez Saornil. En Mujeres Libres nº 9. ¿Junio 1937? Página 11.

Tomado de http://cgt.org.es/sites/default/files/Mujeres%20Libres%2009.pdf página vista el 09/07/2018.

Puedes bajarte el romance en facsimil en pdf, pinchando aquí

Romance de la vida, pasión y muerte de Encarnación Giménez, la lavandera de Guadalmedina

I

¡ Adiós las aguas del río

camino de la mar brava!

adiós las aguas crueles,

cuchillos que se afilaban

en la piedra del invierno!

¡ Manos mías traspasadas!

¡ Adiós las duras orillas

que me miraron esclava,

la rodilla hincada en tierra,

arco agobiado la espalda,

arrojar a la corriente

con ignorancia heredada

hora por hora una vida

sin florecer, agostada!


¡Ay, río Guadalmedina,Giménez, Encarnación (o Jiménez). La lavandera de Guadalmedina. Lavandera, asesinada por la represión franquista, Málaga 1937, Su "caso" se hizo famoso en la prensa republicana y revolucionaria. También aparece con la grafía Jiménez.

cauce de penas a margas!

¿ Tuviste como otros ríos

nocturnos de lunas claras,

pájaros de amanecer,

chopos vestidos de plata,

cielo cuajado en remansos,

flechas de sol en el agua?


¡Ay, río Guadalmedina,

¿para quién eran tus galas?

¿Dónde esas vegas floridas

y esas veredas románticas

que andan siempre con los ríos

disputándose distancias.

¡Ni espejo quisiste ser,

ni espejo para mi cara

si nacía una sonrisa

robando sal a mis lágrrimas!

¡Siempre estm·o el agua turbia

debajo de mis miradas!


¡Ay, río Guadalmedina.

cauce de penas amargas!

¿ Quién ha dicho que los ríos

tienen flautas encantadas

que tañen en los crepúsculos

con lenguas de viento y agua?

¡Ay, dolor! dolor del río

sohre mi cuerpo y mi alma

-frío, dureza, fatiga,

hambre, sudor, ignorancia-.

¡Ay, río Guadalmedina,

eauce de penas amargas!


II

Cambié ropas de "señores",

batistas finas y claras

por ropas de miliciano

obscuras y ensangrentadas.

¿Qué pecado han cometido

mis pobres manos esclavas?

Cambié de ropa, buen juez,

que también los tiempos cambian.

Sangre y sudor como Cristo

los hijos del pueblo daban.

¡Si yo supiera por qué!

¡Maldición de mi ignorancia!

tan sólo sé que eran carne

de mi carne atormentada.

Esto es lo que sé tan sólo,

de lo demás no sé nada.

El río era el mismo rio,

turbia como siempre el agua,

las mismas duras orillas

y la misma hambre insaciada.

Yo no sé nada, buen juez.

Es1oy loca de palabras

y nadie acierta a decirme

por qué los hombres se matan.

Eran de mi misma carne ...

¿Es esto una cosa mala?

Ayer lavé ropas finas,

hoy ropas ensangrentadas.

Si me sacan de ahí, buen juez,

no comprendo una palabra.

El juez se encogió de hombros;

huyó mirarla a la cara.

Para escarmiento de pobres

ha mandado fusilarla.

III

Caliente de sangre está

la hora más fría del alba,

de estupor cuajado el aire,

la conciencia desvelada

y el sueño, rotas las venas,

vigilante en las ventanas.


Siegan cuchillos de miedo

las voces en las gargantas


¿A dónde va Encarnación

Giménez, altiva y pálida,

una pregunta en los labios

que nadie ha de contestarla

y una escolta de fusiles

con bayoneta calada?

Sólo la luna la sigue

desde los cielos del alba

y el río Guadalmedina,

crecido de sangre y lágrimas.

Ya está la tapia alevosa

lraieionáudole a la espalda.

La van a matar por pobre

-cosa ruin de la "canalla"-.

Justicia que manda hacer

código de aristocracia.

Pobres del mundo ¡ acorradla !

¡ suene clarín de batalla!

¡Ahajo todos los códigos,

corran veloces las llamas!

¡cayó Encarnación Giméncz

bajo un huracán de balas!

¡Si hundir el mundo precisa,

derrumbese noramala!

¡En pie los pobres del mundo

en torrentes desbordada!


Comentario. El caso de Encarnación Jiménez

En la página 2 o 3 de El defensor de Albacete, de 3 de marzo de 1937, Tomado de http://pandora.dipualba.es/pdf.raw?query=id:0000038420&page=3&lang=es&view=main Visto el 07/07/2018


¡La tragedia de Málaga continúa. En vano las radios facciosas desmienten las informaciones transmitidas desde Gibraltar y Tánger. Es imposible ocultar la verdad, cuando esta verdad es

más fuerte que sus enemigos.

Diariamente leemos relatos que escalofrian de los horrores cometidos en Málaga por el fascismo ocasional y provisionalmente victorioso. Esos horrores no figurarán, desde luego, en ningún legajo de proceso militar o civil. El «saneamiento» a quese refiere Queipo, se hizo -no ha acabado

aún-sin formación de causa, sin que laguleyo alguno escribiera un renglón en papel de oficio. Se fué casa por casa prendiendo y matando. Se vació de sus moradores -de los que aún quedaban después del éxodo- barriadas que habian sido pópularísimea. Viose a infelices mujeres arrojarse enloquecidas por los balcones huyendo de le atroz y repugnante lascivia de moros y legionarios. Viose al los señoritos de Córdoba, Granada y Sevilla dando suelta a sus bestiales instintos de destrucción...

Pero un corresponsal ha contado un caso. Un caso revelador y sintomático. El de Encarnación Jiménez.

Encarnación Jiménez era una pobre mujer, ya de edad, que ganaba su triste vida trabajando como lavandera en el Guadalmema. Y durante los meses últimos, habia proporcionado unos jornales lavando ropas de heridos milicianos de los que llevaban para su curación a un hospital.

La detuvieron unts Íalangistas. Y la llevaron nada menos que ante un Consejo de Guerra. Era después de los primeros dias de la ocupación. Se esperaba en el puerto a navíos de guerra ingleses, y Queipo habia ordenado que se procediera con prudencia. Ya no se mataba tanto ni con tanta

desfachatez escandalosa, si bien se continuaba encarcelando sin tregua.

Encarnación Jiménez viose delante de unos jefes y oficiales que la contemplaron ccn cjos cansados y señolientos. (Los matarifes, luego de una larga jornada, deben de tener la mirada como ellos la tenían). Y les preguntó qué crimen habia cometido para que la lievaren de aquel modo, a un Tribunal.

—Se le acusa- dijo el presidente- de haber ayudado a los rojos.

—Yo no me he metido nunca en politica.

—Sí. Pero ha lavado usted la ropa de los milicianos heridos.

—¿Y eso es un delitoï.——exclamó, asombradoa Encarnación Jiménez.

Si lo era, Y tan grave, tan imperdonable, que la condenaron a muerte y la fusilaron aquella misma noche.

--

¿Cuantos miles de Encarnaciones Jiménez no habrá habido en Sevilla, Cádiz, Zaragoza, Coruña, Vigo, Córdoba, Granada, Badajoz, Logroño, Teruel y demás ciudadesy pueblos dominados pcrlos tacciosos? ¿Cuantos habria en Madrid, Valencia y Barcelona si vencieran estos? ¿Quién

podria considerarse seguro de escapar a la muerte?

¡Sangce, sangre, sangrel Quince mil muertos de izquierda pedía ABC a los generales que esteban conspirando para sublevarse. Desde Julio, se multiplicó por diez le cifra. Y es posible que se llegue al doble de esa multiplicación. ¿Por qué no? Nada hay más cruel, sanguinario e implacable que las derechas, cuando tienen miedo de perder sus privilegios . El Terror Blanco fué siempre más horrible

que el Terror Rojo Y duró más. Recordemos la historia de Fernando Séptimo.

--

Encarnación Jiménez, lavandera de Guadalmedina malagueña, proletaria humilde, no entendía de politica. Para ella un herido era un hombre. Y su ropa debe ser lavada.

Se engañaba. Y el engaño le costó la vida. Un consejo de guerra de coroneles, comandantes y capitanes del antiguo ejército reunido solemnemente, falló que un herido no es un hombre y que sus ropas no deben ser lavadas, cuando ese herido lo fué peleando por el régimen legítimo de España y cuando sus ropas se mancharon con la sangre que hicieron verter las balas facciosas. Y falló además que la culpable del lavado debía ser fusilada sobre la marcha.

¡Encarnación Jiménezl.“ ¡Tú tendrás un monumento a orillas del Guadalmedina!

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