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Juliana Moreno López

Salvadora de Manuel Cortés, el topo de Mijas, al que esconde, de la represión franquista, y mantiene durante 30 años. Mijas (Málaga)


1) Una lectura con eje en la vida de Juliana del libro "Escondido. El calvario de Manuel Cortés" de Ronald Fraser

2) Del estudio de Lucia Prieto Borrego

1) Una lectura con eje en la vida de Juliana del libro "Escondido. El calvario de Manuel Cortés" de Ronald Fraser

Fragmentos tomados de Lemus López, Encarnación, Una historia de todos y para todos. Andalucía en la Historia .-- ISSN: 1695-1956 .-- Sevilla: Centro de Estudios Andaluces.-- Año XI, núm. 39 (enero-marzo 2013), p 95

Reseña del libro "Escondido. El calvario de Manuel Cortés" de Ronald Fraser


Propongo, no obstante, una tercera lectura que como eje la vida de juliana, la esposa de Manuel y su salvadora. Ella simboliza a a todas esas mujeres fuertes que se vieron de repente convertidas en cabeza de familia sin haber sido educadas ni preparadas para eso y sin medios en los que apoyarse. Fueron viudas de la guerra, las mujeres de los que partieron al exilio, de los encarcelados, de los ajusticiados, de los desaparecidos.

Era Juliana analfabeta que, de repente, se encontró a si misma sola, con una niña de año y medio y 50 pesetas, que vivió del pequeño estraperlo, que trabajó de sol a sol en todo lo que pudo, que fue montando un pequeño negocio y logró valerse por sí misma, educar a su hija, comprar una casa, ahuyentar los rumores, aguantar los interrogatorios de la guardia civil. Ella que estuvo pendiente de ocultar a su marido, de alimentarlo, cuidarlo en su enfermedad. Sostener su estabilidad personal, y luchar contra la desesperación del esposo escondido y de la suya propia. La que no conoció descanso, ni de noche ni de día, y que nunca se dio importancia a si misma, sino que siguió pensando que el héroe era él: “Además como yo no era inteligente para eso. Para saber de política ses necesita tener muchas inteligencia, como él¿Por lo menos saber bien leer y escribir! (pág. 109)


2) Del estudio de Lucia Prieto Borrego

Fragmentos tomados de de Lucía Prieto Borrego. Mijas, entre la Historia y la Memoria. Cilniana: Revista de la Asociación Cilniana para la Defensa y Difusión del Patrimonio Cultural, ISSN 1575-6416, Nº. 19, 2006, págs.103-112. http://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3023582.pdf Página vista el 8 de Julio de 2013,

Reseña del libro RONALD FRASER. Escondido: la vida de Manuel Cortés, [Traducción por Carlos Gerhard], Editorial Extemporáneos, S. A., Colección El Viento Cambia, México, 1973


La valoración de lo subjetivo, de lo personal, es el objeto de análisis en la primera de las metodologías propuestas por Fraser. Es por tanto uno de las categorías aprehensibles en el relato de Manuel Cortés, de su esposa Juliana y de María, su hija, su particular visión del mundo, su percepción del entorno que no es sino una muestra de las representaciones culturales subjetivas, del sistema de creencias, mitos, religión, rituales, costumbres y tradiciones en el mundo rural.

El miedo de Manuel y su familia a lo más próximo es el eje que vertebra su vida desde que la derrota lo enterró estando vivo. Las palabras de María son elocuentes:

“Hasta entonces yo no había sentido miedo. Había sido una niña que jugaba, comía y dormía, como todas las niñas de cinco o seis años. Pero, a partir de aquel momento, todo lo que sentía era miedo. Mi madre me estaba advirtiendo

siempre: «Si alguien te pregunta, tú no sabes nada, tú no sabes nada...». Estaba tan llena de miedo, que cuando veía que alguien me miraba, pensaba que iban a detenerme y preguntarme cosas. Las barracas de los guardias quedaban junto a la escuela y, a la hora del recreo, tenía yo demasiado miedo para salir al patio, por temor a que fueran a interrogarme. [...].”

Pero fue precisamente el miedo que al volver a Mijas tras la huida dejó a Juliana paralizada ante los falangistas que registraban su casa el que le permitió sobrevivir y salvar a Manuel, porque este miedo actuó durante los treinta años de encierro como un mecanismo de alerta y por lo tanto de prevención.

Su relato, incluido al final del tercer capítulo en el que ambos esposos narran el final de la guerra, completa la evocación del ejercicio de la violencia sobre los vencidos, narrado en la primera parte del libro. Juliana, a la vista de lo que sucede en Mijas, sabe, a diferencia de lo percibido por Manuel, que el castigo es algo inmediato, arbitrario y cotidiano, no sujeto a lógica alguna.

A diferencia de los cientos de personas que ante el desmoronamiento de los frentes huyeron hacía Málaga, Juliana apenas se alejó del pueblo, dejando a Manuel proseguir su marcha hacía Almería; regresaría a los pocos días sin el más atisbo de culpa. Comenzaron entonces los registros, las intimidaciones, las amenazas y los interrogatorios. A Juliana le aterrorizaba ser rapada, aquella infamia que humillaba de por vida a las mujeres y que los vencedores prodigaron con generosidad en los primeros meses que siguieron a la victoria. Como su esposo, atribuye la responsabilidad de los castigos a los falangistas locales, “gente de aquí”. Frente a ellos, y a pesar de sus continuas visitas al cuartel, cree que la Guardia Civil representa una cierta garantía frente a la extorsión y a la amenaza.

Juliana, como miles de mujeres de la posguerra, sobrevivió en base a una actividad clandestina, el estraperlo. No muestra, sin embargo, animadversión hacia los que representaban el más eficaz instrumento del poder para el mantenimiento del orden social y político, sin limitación alguna a la hora de castigar cualquier hostilidad hacía los vencidos *, quizá porque su actividad de estraperlista la obliga a buscar ciertas complicidades: son frecuentes las alusiones a los regalos a los guardias o a su amistad con la esposa de uno de ellos.

Desde principios de siglo al final de la guerra, el relato ensambla lo privado y lo público, más acentuado lo primero, en la evocación de los años en los que transcurre la juventud de Manuel y de Juliana, su noviazgo, su matrimonio y por ende las relaciones familiares, la vigencia del patriarcado —que, por cierto, ni Manuel ni Juliana cuestionan, como se verá en la rígida educación impuesta a su hija—.

La narración de Juliana permite, por el contrario, adentrarnos en el ámbito de lo privado, de lo particular y de lo íntimo. Una vez asumida la idoneidad de la historia oral para convertir en objetos de estudio, aspectos que como la vida cotidiana de las mujeres hemos abordado en otras investigaciones15, estas categorías cobran significación procesadas en relación a los procesos históricos que les afectan. Juliana constituye un ejemplo pragmático de las estrategias de supervivencia desplegadas por las mujeres de los vencidos

en la posguerra española. La primera de estas estrategias, derivada, como se ha expuesto, del miedo, es el silencio. En efecto, la discreción define su comportamiento y en definitiva permite a su esposo salvar la vida. Una discreción que la obliga durante treinta años a doblegar sus emociones y a mantener una doble vida, en un pueblo de puertas abiertas. Hoy sabemos, a partir de otros testimonios, que en Mijas se sabía o se creía que Manuel estaba vivo, lo que todos ignoraban era la proximidad a un mundo compartido a través de la estrechez de una ventana.

Además del miedo, como a tantas mujeres solas, a Juliana no le quedó más remedio que el pequeño tráfico del alimento en el mercado negro y lo que en referencia al esparto, Francisco Jurdao llamó La solución prohibida16. A partir de ser intervenido, la recogida del esparto, producto básico para la economía mijeña, se convirtió en una actividad clandestina, como clandestina era su posesión —más allá de los cupos permitidos— para su elaboración artesanal. Esta labor prohibida y rígidamente vigilada se convierte en la base de la economía familiar. Sin embargo, la guerra y la represión cambiaron los tradicionales roles de las mujeres al convertirlas en cabeza de familia y únicos sostenes de unos hogares empobrecidos.

Así, la anómala situación de la familia de Cortés, convierte al hombre, que en privado sigue manteniendo

la autoridad reservada a los varones en la cultura patriarcal, en un apoyo complementario a la empresa familiar cuyo peso y representación al exterior lleva Juliana. Este cambio de roles en ningún momento implica cuestionamiento de las tradicionales sistemas de poder entre los sexos.

Juliana representa respecto a Manuel el mundo de lo privado, de lo doméstico frente a lo público, un mundo el suyo que en sus creencias y en su religiosidad que en la medida de lo posible, ha intentado a lo largo de su vida proteger de la convulsión de lo político que representa su esposo. A Juliana el mundo de las ideologías le resulta inquietante, su escepticismo frente a cualquier proyecto político se convierte en pesimismo. No parece creer que nada pueda cambiar. Tras aceptar, no excesivamente convencida, el matrimonio civil, decide bautizar a su hija, consciente de la lentitud y la dificultad de la aceptación de los comportamientos laicos por la comunidad. Su desconfianza y su fatalismo son también el contrapunto

a las ilusiones depositadas por Manuel en el proyecto republicano.

Los dos relatos entretejidos con el de la hija de la pareja son hoy —frente a la saturación de producciones comerciales basadas en la memoria no siempre contrastada—, la evocación consciente y reflexiva de unos años trágicos. La calidez de unos recuerdos convertidos en testimonios, completan sin sustituir, ni mucho menos suplantar, la historia que en el ámbito de nuestro espacio cercano, aspiramos a construir.

* Nota: se corrige errata del original. BMA