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Madres y esposas de los quintos del fines del XIX

Almería (1875-1900), especial hincapié guerra de Cuba.

Rozalén Fuentes, Celestina y Úbeda Vilches, Rosa María. Nuestros Ouintos durante el último Tercio del Siglo XIX: Media Vida al Servicio de la Patria. Instituto de Estudios Almerienses Diputación de Almería. 1999 Págs. 140-145

LA MUJER: MADRE Y ESPOSA DEL SOLDADO

"!Cuantas madres españolas, no habrán tenido el consuelo de ver volver a sus hijos queridos cuyos cuerpos inanimados duermen. el sueño eterno en el campo de batalla o en el fondo del mar!".

González Rubio

La mujer del último tercio del siglo XIX habrá de soportar parte importante de las cargas familiares: trabajando en el campo, la fábrica, o como sirvienta en la ciudad y debiendo, a su vez, de criar y educar a sus hijos, de los cuales perderá un alto porcentaje a edades tempranas por enfermedades principalmente infecciosas causadas por la insalubridad en viviendas, vías públicas y por una deficiente alimentación. Los hijos varones que por suerte les sobreviven serán arrebatados de los brazos matemos a la edad de diecinueve a veintiún años para pasar a manos del Ejército, borrando la sonrisa del rostro de una madre que ha luchado lo indecible por su hijo que ahora lo ve marchar a cuarteles insanos y a compañías en las que un porcentaje elevado fallecerá de enfermedad común.

La partida de los soldados al servicio de las armas para recibir instrucción o ir al frente, suscitará un fuerte lamento y oposición entre la población femeni­na, quien perderá temporal o definitivamente al hijo, novio o marido (este últi­mo sólo será llamado a servir en momentos de extrema necesidad).

Si analizamos detenidamente el hecho de la llamada de los jóvenes a filas, observamos que repercutió desfavorablemente en la sociedad almeriense en ge­neral: económicamente, al provocar el descenso de la renta familiar al verse privada de un salario, llegando a dejar en ocasiones el hogar al límite de la indi­gencia y afectando a la economía local al verse privada de joven mano de obra; demográfícamente conlleva un retraimiento de los índices de natalidad al llevarse a los jóvenes más sanos en edad fértil y manteniendo en sus casas a los inúti­les (149), junto a una mortalidad que evita la entrada de España en una verdadera revolución demográfica; y desde el punto de vista social la partida y muerte de los soldados supone una pérdida física y moral irreparable para sus compañeras.

El hambre y el abandono de muchos campos será el resultado de la llamada de muchos jóvenes a servir al Estado como un deber impuesto contra su volun­tad. Independientemente del abandono obligado de sus familias, el hogar quedará en manos de la madre y esposa que debe de hacer frente a esta situación con su trabajo, doblando el número de horas en el campo, en las escasas fábricas o sir­viendo en la casa del patrón para intentar conseguir una pequeña cantidad o algo de pan para evitar la muerte de sus hijos.

Aquellas madres viudas impedidas a causa de la edad, la ceguera, etc, encon­trándose en la más completa ruina, deberán empeñar parte de sus bienes para obtener unos reales, mas cuando se encuentren sin más objeto de cambio recu­rrirán a las corporaciones municipales en solicitud de una pensión, quienes tras estudiar detenidamente su caso decidirán si es merecedora de una ayuda y se la otorgarán, ascendiendo generalmente la cuantía entregada a cincuenta céntimos diarios. Estas corporaciones definirán "pobres de solemnidad" a quienes solici­tan su ayuda. La guerra de Cuba aumenta estas peticiones al hallarse muchas madres enfermas, sin recursos y haber perdido todos sus hijos en el servicio, uno de ellos por su quinta y el resto como voluntarios.

En algunas ocasiones al hallarse el padre de familia en el servicio militar y la cónyuge haber fallecido, dejan el hijo o los hijos menores y lactantes totalmen­te desamparados aunque sabemos que algunas mujeres de "alma piadosa" soli­citan una ayuda a la Corporación para encargarse de la lactancia de los recién nacidos.

Las familias cuyos hijos marchen por su quinta no recibirán ninguna apor­tación económica del Estado, sin embargo, los voluntarios y reservistas enviados a Cuba si gozarán del pago entregado por la Administración Local o el Ministe­rio de Guerra a través de la Caja General de Ultramar. Los voluntarios casados, en su mayoría, dejarán una asignación mensual que será entregada a su esposa mediante la Zona de Reclutamiento, algunas de estas mujeres se quejaban a la Caja General de Ultramar por el retraso en el cobro de dicha asignación (150) .

La pérdida temporal de la población masculina genera una sobreexplotación de niños y mujeres en el campo, las fábricas artesanales y en las minas de pue­blos como Serón donde éstos/as trabajaban un alto número de horas diarias en condiciones infrahumanas.

Será entre 1895-1898 cuando la familia tenderá hacia un mayor rechazo del Ejército, aumentando su sentimiento antimílitarísta y antiquintas que se eleva al vivir más intensamente lo anteriormente expuesto. Las familias ante el dolor de ver embarcar en los puertos a sus hijos comenzarán a expresar con lamentos y sollozos su dolor y odio hacia el sistema impuesto por el Estado que les arreba­ta a sus seres más queridos. Estos jóvenes soldados no sólo serán despedidos por sus parientes sino por autoridades municipales y por las definidas "damas de clase media-alta" que les entregarán unos cigarrillos y escapularios como presen­te para limpiar sus conciencias por el destino impuesto, mientras ellas disfruta­rán de la presencia de sus hijos en el hogar.

El dolor familiar no sólo será económico, sino también moral y psicológico ante la posible pérdida del ser querido, del cual, en ocasiones, durante la cam­paña no recibirá noticia alguna por culpa del propio mozo, por su servicio cons­tante (debido a la movilidad de los insurrectos con un sistema de guerrillas, heredado de sus agresores, que les hacía cambiar constantemente de posición sin gozar de tiempo libre), o por las deficiencias del sistema de correos y el Minis­terio de Guerra.

La preocupación de las mujeres era constante al no recibir noticias durante un largo tiempo, por ello muchas escribirán al Ministerio de Guerra preguntan­do por su hijo O marido y a algunas se les contesta con la mala noticia del fami­liar fallecido.

En otras ocasiones las familias serán estafadas por aquellos que ven en el dolor y la espera un negocio sustancioso y fácil, a sabiendas que una mujer da todo por el ser amado (151).

En los primeros meses de guerra la prensa incitará en los jóvenes el amor a la patria y muchos de ellos, descontentos con su vida, partirán a la defensa del honor nacional, abandonando a mujeres e hijos y dejándoles en la auténtica miseria por empeñar antes de partir hacia Cádiz toda la ropa y cuanto pudiera tener en su hogar (152).

El Ministerio de Guerra no era precisamente cuidadoso a la hora de comu­nicar el fallecimiento a los familiares dándose numerosos casos de error. Por ello un número importante de mujeres al comunícársele el fallecimiento del esposo y tras haber superado el dolor deciden volver a rehacer su vida con otro hombre que les hará feliz, dicha felicidad desaparecía cuando recibía comunicación del esposo que regresaba de la guerra, suponiendo un duro golpe para ambos.

Las madres, según reflejan las cartas de los soldados, siempre permanecerán en el corazón de sus hijos animándoles en campaña, y en las situaciones más angustiosas su único pensamiento es el recuerdo cariñoso de una madre afectuo­sa. Ellos expirarán con el recuerdo de las mujeres de su vida.

¡Un recuerdo póstumo a todas aquellas madres que perdieron y pierden sus hijos durante el ser-vicio a la patria!

Notas:

149. Las solteras de España entre dieciocho y treinta años se quejan en años de guerra ante la autoridad de que «no es justo que se lleven a la guerra a todos los hombres tanto flacos como gordos y que no queda ni uno sólo, quedan los enclenques, tuertos, jorobados, ... y los que tengan dinero para redimir «Jesucristo ¡quien. lo pilla! después de pagar los cinco mil de la tara por no aumentar el gasto se queda en su casa y mozo».

I50. En junio de l898 una de estas mujeres con cinco hijos menores se queja de que lle­va siete meses sin cobrar su asignación de 20'83 ptas.

151. A una familia con un hijo en Cuba se le envía una carta diciéndole que su hijo está enfermo en el hospital y que si quiere que éste vuelva a la Península envíe treinta duros. Pero a la vez recibe otra de su hijo diciendo que está bien. (La Crónica Meridional. 23-5-1898).

152. En octubre de 1895, en la Puerta Purchena una mujer se lamentaba gravemente con­tra su marido por haberse marchado a Cádiz para embarcar hacia Cuba empeñando antes toda la ropa que pudo encontrar y cuanto tenía en la casa. (La Cróniea Meridional. 16-10-1895).

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