CÁDIZ
Estas versiones han sido tomadas de
Mujeres 2000 y
Mujeres 2003
Dentro de las sección
8 de marzo. Día internacional de la Mujer de
Averróes. Red Telemática Educativa de Andalucía
Mantienen el texto original, pero al ser aquellos de una gran extensión (cada provincia ocupando en formato PDF entre 6 y 16 mega) dificultaba su acceso. Esa versión original tiene una imagen de cada una de las personas biografiadas.
María Silva (La Libertaria) [1917-1936] por Isabel Arias Moreno, profesora. IES La Janda, Vejer de la Frontera (Cádiz)
María Gertrudis Hore Ley [1742-1801] por María José de la Pascua Sánchez.
María del Rosario Cepeda y Mayo [1756-1816] por María José de la Pascua Sánchez.
Francisca Javiera Ruiz de Larrea y Aherán [1775-1838] por Gloria Espigado Tocino. Universidad de Cádiz.
Mª Josefa Fernández de Rábago, Marquesa de Casa Rábago [1775-1861] por Gloria Espigado Tocino. Universidad de Cádiz.
Victoria Martín Barhié [1794-1869] Mª José de la Pascua Sánchez. Universidad de Cádiz.
Cecilia Böhl de Faber [1796-1877] por Mª José de la Pascua Sánchez. Universidad de Cádiz.
Josefa
Zapata Cárdenas [1822-?] por Gloria Espigado Tocino. Universidad de Cádiz.
Margarita Pérez de Celis y Torhbanh [1840?-1882] por Gloria Espigado Tocino. Universidad de Cádiz.
Mercedes Formica [1916] por Gloria Espigado Tocino. Universidad de Cádiz.
4
María
Silva (La
Libertaria) [1917-1936]
Este
personaje pertenece a la leyenda de un pueblo y a toda una ideología: el
anarquismo.
Para
encuadrar a María, “la Libertaria”, tenemos que situarnos en Casas Viejas,
(Cádiz), durante la II República.
Al
asociar ambos nombres nos viene al recuerdo la historia de los Sucesos de Casas
Viejas, tan dolorosa y cruenta… Casas Viejas cambió su nombre por Benalup,
tal vez para que no le pesara la trágica leyenda de la que, hasta hace poco,
casi no se podía hablar.
Enero
de 1933. En este pequeñito pueblo andaluz, como en muchos otros, la gente
humilde se quiere levantar contra el caciquismo señoril. Participando de la
convocatoria revolucionaria que la CNT lanza a ciudades y pueblos, desde el
sindicato de Casas Viejas se proclama el comunismo libertario. Los trabajadores
desfilan por las calles e intentan que la guardia civil, renuncie a su poder. En
la confusión, dos guardias son heridos.
Llegan
refuerzos para detener la revuelta. Algunas personas se refugian en la choza de
Seisdedos. Llegan más refuerzos desde Jerez. Al parecer, según el Capitán
Rojas en una controvertida declaración que el gobierno desmentirá, con orden
de eliminar la sublevación a cualquier precio, “ni heridos, ni
prisioneros”. Siguiendo las órdenes de este capitán, los guardias incendian
la choza.
Dentro
había hombres, mujeres y niños. Sólo María Silva y el niño Manuel García,
pudieron escapar de la choza, pereciendo el resto dentro de ésta. No acabaron
aquí los hechos. El capitán ordena capturar a los hombres del pueblo. Catorce
serán detenidos y conducidos a los restos de la choza de Seisdedos, allí se
les obliga a mirar la tragedia y son masacrados sin previo aviso. La oficialidad
justifica falsamente estos muertos. Tras numerosas investigaciones, se conocerá
la auténtica masacre. Después se procederá a las detenciones y juicios.
María
tenía dieciséis años cuando se produjeron los trágicos sucesos. Era nieta de
Seisdedos, el carbonero, el dueño de la choza que fue quemada. Como hija de
trabajadores, su formación fue la pobreza y los ideales del anarquismo. El día
de los hechos, junto con su amiga Manuela, recorrieron el pueblo llevando la
bandera roja y negra del anarquismo, elices por la implantación de lo que tanto
habían deseado, el comunismo libertario.
María
solía llevar un pañuelo rojo y negro y, en más de una ocasión, los guardias
la ecriminaban por ello.
María
fue detenida y encarcelada. Interrogada por las autoridades, a veces se llegó a
negar ue estuviera en la choza en el momento de los hechos. Pero el mito de la
Libertaria trascendió, obre todo entre los anarquistas. Todos los presos
estaban enamorados de la Libertaria.
En
la cárcel de Medina Sidonia, conocerá a su futuro compañero, el anarquista
Miguel Pérez Cordón, ncarcelado
por llevar donativos de los pueblos próximos a los damnificados por la tragedia
de asas Viejas.
María,
en su declaración, según comenta Ramón J. Sénder, cuenta como ella fue a la
casa de u abuelo para ayudarle y así comenzó el tiroteo, en la oscuridad de la
choza. Ella, horrorizada, alió por el corralito junto con su primo, no sabiendo
ni cómo pudo hacerlo. Después oyó grandes iroteos y supo de la quema y muerte
de su padre ante la choza, en la cruenta masacre.
Las
mujeres huyeron del pueblo con sus niños hasta el día 14 y luego volvieron,
por miedo, l pueblo. María es detenida por primera vez y llevada a Medina. Días
más tarde vuelven a etenerla “con calentura”; así estuvo enferma en la cárcel.
María en la cárcel, mientras está nferma, recibe insinuaciones amorosas del
jefe de la cárcel, insinuaciones que ella rechaza ndignada. Después es
trasladada a la cárcel de Cádiz.
Excarcelada,
vive con Miguel Pérez en unión libre, según las ideas anarquistas. Juntos
marchan Madrid y, posteriormente,
María queda embarazada. Así la detendrán y encarcelarán en aterna, siendo
fusilada en el 36, a comienzos de la guerra civil, entre Medina y Jerez. Estuvo
e la cárcel a la espera de que naciera su hijo Sidonio. Aún lo estaba
amamantando, cuando as ráfagas de fuego segaron su vida. Una corta vida.
La
Libertaria atrajo el interés de gran cantidad de anarquistas en su momento.
Federica Motseny, la inmortalizó en una novelita breve, que tenía por título
su nombre: María Silva
La
Libertaria. (1951).
Veinte
años después de los hechos, la Libertaria seguía siendo un mito. Aún en el
exilio, ederica, a toma como símbolo de la mujer revolucionaria española. Según
ella, María no fue una mujer rillante, ni extraordinaria. Hija de simples
campesinos, no pudo seguir estudios,…era sencilla, uena, humilde, honrada,
bonita....es la encarnación y el símbolo del martirio de España…
Según
Montseny fue una militante activa y consciente, que vivió el ritmo de los
acontecimientos caecidos en España hasta el 36.
La
aureola que rodeaba a María, después de los sucesos, se extendió por toda
España. Toda a prensa hacía de ella un símbolo de las mujeres revolucionarias
de Andalucía.
Su
trágico final estará marcado por sus implicaciones ideológicas. El Consejo de
Guerra decide ondenarla a muerte a pesar de su avanzada gestación. ... “Toda
la tragedia de Andalucía, rrastrada durante siglos, estallaba ahora, como una
tormenta, en torno a la triste y bella abeza de María...” así lo dice
Federica en la novela en la que idealiza la integridad de esta eroína, en los
instantes antes de su muerte: ...”Sus grandes ojos miraban cara a cara a los
erdugos.....una descarga sonó. María sintió las balas penetrar en su carne.
Una última imagen: iguel, su madre, su hijo. Después nada..” in duda , María
Silva, merece ser recordada en nuestra historia, como una mujer más que urió
por la libertad. Ella representa a esas miles de mujeres que como ella fueron
fusiladas mpunemente. Ella fue todo un mito que la dictadura silenció, y
recuperarla ha sido nuestra area, no fácil, pero ahí está…
Bibliografía
Mintz,
Jerome R: Los anarquistas de Casas Viejas, Cádiz, Diputación Provincial
,1994.
Montseny,
Federica: María Silva la libertaria, Toulouse. E.D. Universo, 1951.
Sender
Ramón J: Viaje a la aldea del crimen. E.D. Vosa, Madrid, 2000
Isabel
Arias Moreno, profesora. IES La Janda, Vejer de la Frontera (Cádiz)
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María
Gertrudis Hore Ley [1742-1801]
Poetisa gaditana cuyo recuerdo se nos revela bajo un perfil biográfico que se despliega entre la oscuridad y la leyenda. Nacida en el Cádiz abigarrado y cosmopolita del Setecientos, en el seno de una familia irlandesa establecida en Cádiz, con dedicación a la actividad comercial, vio la luz en la década en que la ciudad se preparaba para su fase de mayor expansión y actividad en el tráfico de personas y mercancías con la América Hispana. Como si esto fuera una premonición, a pesar de que sus padres, Miguel Hore y María Ley, la bautizaron con los nombres de María, Gertrudis, Catalina, Margarita, Josefa y Sabad, sus contemporáneos la conocerían con el sobrenombre de «La Hija del Sol», con el que ella reconoció la autoría de sus poemas.
Aunque
se desconoce la formación que Gertrudis Hore recibió, podemos
imaginarla cultivando su inteligencia con las típicas disciplinas «de
adorno» con las que, por entonces, las familias pudientes formaban a sus hijas
-música, lenguas extranjeras, baile y religión-, y sí parece que pronto empezó
a brillar en los círculos sociales que frecuentaba, además de por su belleza,
por su talento, una afición constante por la lectura y una gran facilidad para
versificar. De hecho Cambiaso y Verdes en sus Memorias la hace asidua de
círculos literarios e intelectuales de Madrid, ciudad que visitó en varias
ocasiones a lo largo de la década de los setenta, y de la tertulia gaditana del
científico Jorge Juan. Por entonces los salones literarios se abrían para las
mujeres; en ellos, bien a título de invitadas o de anfitrionas, hallaron la
posibilidad de conversar y discutir con los hombres, de igual a igual, de las más
variadas disciplinas y saberes. Éste debió ser el caso de Gertrudis Hore.
Había
contraído matrimonio -según la partida de casamiento fue un matrimonio
secreto, con dispensa de amonestaciones, algo que no era infrecuente entre los
comerciantes de la ciudad- con Esteban Fleming, natural de El Puerto de Santa
María, donde fijará el matrimonio su residencia. Cuando se casa, en agosto de
1762, Gertrudis aún no ha cumplido los veinte años y dieciseis años después,
con 35 años, entra en el convento de religiosas concepcionistas de Santa María
en Cádiz, donde profesará y permanecerá hasta su muerte escribiendo poemas y
guardando clausura.
Las
razones por las que Gertrudis Hore abandona el siglo y decide hacerse monja son
desconocidas. En la licencia que otorga su marido para que pueda tomar hábito,
éste declara únicamente que «desea cooperar a la satisfacción espiritual»
de su mujer. Por otra parte, en los interrogatorios previos a la toma de hábito
y profesión, a las preguntas que el obispo fray Juan Bautista Cervera dirige a
la propia Gertrudis para conocer su grado de libertad en la decisión, ella
contesta que no ha sido obligada ni inducida a entrar en religión, y que con
ello sólo cumple su deseo de ser religiosa. Las historias que circularon entre
sus contemporáneos, sin embargo, hablaban de un adulterio y de un
arrepentimiento, y estos rumores fueron recogidos por Cecilia Böhl de Faber en
su cuento «La Hija del Sol», asegurando que la historia era verídica. Según
esta famosa historia, la Hija del Sol, conocida así por su belleza y sus
innumerables atractivos, es enviada a la Isla de León a pasar una temporada
mientras su marido se ausenta en un viaje de negocios a América. En la Isla se
enamora de un brigadier de los guardias marinas y, a punto de convertirlo en su
amante, anticipa en un sueño premonitorio el castigo que les espera -la muerte
del amado- si mantienen la relación ilícita. Arrepentida, cuenta la verdad a
su marido y decide, con su autorización, entrar en un convento. Cuánto de
verdad o de leyenda hay en la misma es algo que, con los datos que poseemos, es
imposible dilucidar.
Su
actividad como poetisa continúa en el convento. De hecho publicó numerosas
poesías, entre 1786 y 1796, en periódicos de ámbito nacional como el Correo
de
Madrid,
Diario de Madrid, Semanario erudito y curioso de Salamanca, y Diario
de
Barcelona,
entre otros. Aunque es difícil valorar su obra, a falta de ediciones críticas
sobre la misma, sí se descubre en ella la marcada presencia de una interioridad
subjetiva de profundas emociones, pues aunque cultivó la poesía de
circunstancias propia del siglo, su producción también esta dirigida por su
propia experiencia vital en la que no falta el desengaño, la soledad y la
tristeza.
B
i b l i o g r a f í a
SERRANO
Y SANZ, M.: Apuntes para una biblioteca de Escritoras Españolas. Madrid,
Biblioteca de Autores
Españoles,
1975, tomo CCLXIX, pp. 523-532.
SULLIVAN,
C. A.: «Dinos, dinos quien eres: the poetic identity of María Gertrudis Hore
(1742-1801)», en
Hafter
Monroe (ed.), Pen and Peruke: Spanish literature of the Eigteenth Century,
Michigan Romance Studies, XII, 1992, pp.153-183.
María
José de la Pascua Sánchez.
B
i b l i o g r a f í a
6
María
del Rosario Cepeda y Mayo [1756-1816]
Colaboradora en la prensa
gaditana, socia de Honor y Mérito de la Junta de Damas de la Real Sociedad Económica
Matritense, de la que fue su secretaria, y también de numerosas sociedades
culturales de su tiempo; fue regidora honoraria de la ciudad de Cádiz. Rosario
Cepeda debe su fama al eco que entre sus contemporáneos tuvo el resultado del
examen público al que fue sometida cuando contaba con 12 años. Nacida en un
siglo que en España, apenas se abre, inicia el debate sobre las capacidades
intelectuales de las mujeres con la intervención en Defensa de las Mujeres del
abate Feijoo y se cierra, igualmente, con el Discurso sobre la educación física
y moral de las mujeres que Josefa Amar publica en 1790, no es de extrañar
que la demostración de la capacidad de una niña, para aprender disciplinas y
materias científicas diversas, fuera recibida por sus contemporáneos con
admiración e, incluso, que su saber se exhibiera como si de una rareza se
tratara.
También era frecuente que el
acceso de las mujeres a la formación intelectual fuera minoritario y privativo
de una aristocracia de sangre o de dinero.
Así fue con Rosario Cepeda,
hija de Francisco Cepeda, caballero de la orden de Calatrava, alguacil mayor de
la Inquisición y regidor perpetuo de Cádiz y de Isabel Mayo, que bajo la
tutela de su preceptor Juan Antonio González Cañaveras fue preparada durante
un año en diversas materias. Durante tres días de septiembre de 1768 fue
examinada de Geografía, Gramática castellana y latina, Historia, Geometría y
Francés en una sesión pública.
Un contemporáneo suyo, Juan
Bautista Cubié, termina con ella su obra Las mujeres vindicadas,
publicada en el mismo año de 1768 y cuenta que Rosario Cepeda disertó en
griego, latín, italiano, francés y castellano, contestando a cuantas preguntas
sobre las gramáticas respectivas se le hacían y a más de 300 cuestiones sobre
Historia. También, afirma Cubié, recitó una Oda de Anacreonte, tradujo una fábula
de Esopo y explicó los Elementos de Euclides, suscitando la admiración de
cuantas personas presenciaron estas pruebas.
El cabildo gaditano acordó
editar un folleto conmemorativo y otorgarle, por los días
de su vida, los emolumentos
correspondientes a un regidor de la ciudad.
La actividad intelectual de
Rosario Cepeda, sin embargo, no es la de una creadora sino más bien la de una
mujer ilustrada, que está presente en los foros culturales de su tiempo y que
en ellos goza de cierto protagonismo. Como otras mujeres de su entorno social,
junto a la formación exigida para una dama de sociedad
música, baile y labores de aguja- pudo acceder a conocimientos más
amplios en lenguas clásicas y modernas, historia y
geometría, pero éstos no modificaron sus funciones que fueron las de un ama de
casa instruida con una vida cultural activa.
Su
matrimonio con el general Gorostiza la llevó a residir en Madrid, donde
desarrollaría una labor continuada en la Junta de Damas. Murió el 16 de
octubre de 1816.
B
i b l i o g r a f í a
-SERRANO
Y SANZ, M., Apuntes para una biblioteca de Escritoras Españolas. Madrid,
Biblioteca de Autores
Españoles,
1975, Tomo CCLXVIII, p. 268.
CUBIÉ,
J. B., Las mugeres vindicadas de las
calumnias de los hombres. Con un catálogo de las Españolas que
más se han distinguido en Ciencias y Armas.
Madrid, Imprenta Antonio Pérez de Soto, 1768, pp. 137-138.
María
José de la Pascua Sánchez.
7
Francisca
Javiera Ruiz de Larrea y Aherán [1775-1838]
Es habitual que la memoria
histórica hurte del recuerdo la existencia de las mujeres.
En el caso de Frasquita
Larrea, el agravio que la excluye de los anales se ha visto reforzado por el
hecho de ser madre de un personaje de gran relevancia, la escritora y novelista
romántica, Cecilia Böhl, más conocida como Fernán Caballero.
Frasquita, nació en Cádiz,
en el seno de una familia acomodada, en el año 1775. Hija única de una familia
con recursos, en una ciudad que se vanagloriaba de ser la más cosmopolita de la
nación, Frasquita tuvo una educación esmerada, circunscrita, eso sí, al
dogmatismo católico más férreo, que completó con viajes a Inglaterra y a
Francia, aprendiendo a usar sus lenguas con soltura.
A la edad de veinte años
contrae matrimonio con el joven hamburgués, Juan Nicolás Böhl de Faber, de
religión protestante y representante de los negocios familiares en la ciudad.
La pareja se instala por un tiempo junto al lago Léman, en el cantón de Berna,
lugar donde nacería su primogénita, Cecilia.
De vuelta a España, los
siguientes años se repartirán entre estancias en Cádiz, a la que animan
culturalmente abriendo sus primeras tertulias. En 1805, el matrimonio realiza su
segundo viaje a Alemania, allí se desvela las primeras desavenencias
conyugales. Frasquita vuelve sola a España, de modo que la trágica experiencia
de la Guerra de la Independencia la atravesaría sola con dos de sus hijas en su
casa de Chiclana. En todo este tiempo turbulento, Frasquita no pierde el tiempo
ni el afán por saber.
Gracias al epistolario que
mantiene con su marido conocemos sus inclinaciones literarias y las amistades
que cultivó. Sabemos que le gustaba leer a Shakespeare, que conocía el
pensamiento de Kant y Descartes, las obras de Madame Staël y que mantenía como
lectura de cabecera las obras de Mary Wollstonecraft. De hecho, esta afición
por la escritora feminista inglesa, autora de las Vindication of the right of
women, le hizo mantener más de un enfrentamiento con su marido.
Durante la ocupación francesa
mantuvo relaciones de amistad con el general francés Villate; posiblemente
gracias a él, conseguiría trasladarse a Cádiz en 1811, permaneciendo en la
ciudad el tiempo justo para que, organizada su tertulia, ésta pasara, según
testimonio de Alcalá Galiano, a representar el círculo de reunión servil de
la ciudad, frente a la jerezana Margarita de Morla y Virués que acogería el activismo
liberal dentro de su propia tertulia. A finales de diciembre de ese año sale
del país logrando reunirse con su familia en Alemania, su tercero y último
viaje a esa tierra.
De
nuevo en Cádiz reanudan una actividad cultural que dará fama al matrimonio y
les reportará el mérito de introducir el movimiento romántico en el país. De
este tiempo es el cambio de correspondencia con el filósofo Schlegel y el
escritor Blanco White. Desde el punto de vista político, Frasquita, se
manifiesta acérrima defensora de la monarquía absolutista de Fernando VII y
escritos suyos le acarreará problemas con la censura. Integrados en los círculos
de la burguesía local, pertenecen a la Real Sociedad de Amigos del País y a la
Junta de Damas, respectivamente, desde su fundación. Es la época en la que
Frasquita participa activamente, junto a su marido, en la llamada polémica
calderoniana, que denota, igualmente, la adscripción al romanticismo
conservador del matrimonio. En la dialéctica abierta, Frasquita, que firma con
el pseudónimo que ya antes había utilizado de «Cymodocea», mantiene
enfrentamientos con su antiguo amigo José Joaquín de Mora y con el propio
Alcalá Galiano.
La
familia en esos años atraviesa una difícil situación económica que solventarán
con un empleo que les llevará a trasladar su residencia a El Puerto de Santa
María en 1822. Frasquita se dedica a traducir y a animar a una joven Cecilia
indecisa en su labor como escritora. Como solían hacer las damas de aquella época,
aprovechó algunas ocasiones para viajar por los pueblos de la provincia. La
epidemia de fiebre amarilla desatada en 1819 le llevaría a realizar una
estancia en Arcos de la Frontera. Más tarde recorre la zona de Arcos y Bornos.
De estos viajes nos queda su testimonio escrito para penetrar en los detalles de
la naturaleza y el paisaje delentorno y su capacidad para describir tipos
populares, afición, que sin duda trasladó al folklorismo que cultivara su hija
Cecilia. Muere en El Puerto de Santa María en 1838.
Frasquita
Larrea, se nos muestra como una mujer decidida, fuerte e independiente, rasgos
de su carácter que posiblemente la acercaran a la obra de Wollstonecraft,
defendiendo la capacidad del entendimiento femenino. Su obra escrita, no muy
extensa, se vierte en su obra epistolar y en una novela como Ella que
representa a la Frasquita más Roussoniana. Otros escritos, generalmente de carácter
autógrafo, recopilan sus experiencias en viajes y opiniones literarias y políticas.
Su
capacidad como traductora queda también ampliamente demostrada, llevando al
castellano el Manfred de Lord Byron o el Viaje por Suecia, Noruega y
Dinamarca de la propia Mary Wollstonecraft, entre otros autores.
B
i b l i o g r a f í a
FERNÁNDEZ POZA, M., «Francisca
Larrea y Aherán: en torno a los orígenes del romanticismo y el feminismo
en
España, 1790-1914», en Segura, Cristina y Nielfa, Gloria, (eds.), Entre
la marginación y el desarrollo:
mujeres y hombres en la historia. Homenaje a María Carmen García-Nieto,
Madrid, Ediciones del Orto, 1996,
pp.129-143.
OROZCO
ACUAVIVA, A., La gaditana Frasquita Larrea, primera romántica española,
Cádiz, Sexta, 1977.
RIEVIÈRE
GÓMEZ, A.,«Ruiz de Larrea y Aherán, Francisca Javiera», en Martínez, Cándida,
Pastor, Reyna, de la Pascua, Mª José y Tavera, Susana, Mujeres en la
Historia de España. Enciclopedia biográfica, Barcelona,
Planeta,
2000, pp. 336-339.
Gloria
Espigado Tocino. Universidad de Cádiz.
8
Mª
Josefa Fernández de Rábago,
Marquesa de Casa Rábago [1775-1861]
Las mujeres comprobaron muy
pronto que, en la sociedad de ciudadanos, la respublica se configuraba
como un asunto entre varones y que, para garantizar el orden social, la mujer
debía permanecer en el ámbito privado siendo guardiana moral de la familia.
Sin embargo, las mujeres no permanecieron impasibles ante este reducido margen
de actuación y reclamaron para sí los derechos que amparaban a los hombres. No
fue fácil el reconocimiento de tales derechos y, algunas mujeres, no resignándose
a la invisibilidad de lo doméstico, hicieron uso de los márgenes que les
otorgaban para acotar espacios públicos de poder e influencia.
Este es el caso de Mª Josefa
Fernández de Rábago O’rian, titular del marquesado de Casa-Rábago, que fue
presidenta de la Junta de Damas de la Sociedad Económica de Amigos del País de
Cádiz, desde su fundación hasta la fecha de su muerte, ejerciendo una
importante labor filantrópica en favor de las niñas y niños sin recursos de
la ciudad.
Habrá que recordar que el
acceso de las mujeres a las sociedades económicas no estuvo, en su día, exento
de polémica, aunque la Sociedad gaditana había asumido, desde el principio, la
posibilidad de crear una clase de damas en su seno de forma que, definitivamente
constituida la matriz masculina en 1814, se iniciaron, seguidamente, los
trabajos preparatorios para constituir la sección de mujeres.
Pero para no adelantar
acontecimientos comencemos diciendo que Mª Josefa Fernández de Rábago, había
nacido en la ciudad de Cádiz en el año de 1775. Era hija de Francisco Fernández
de Rábago y de Mariana O’rian, natural de la isla de Mahón. Nada sabemos de
sus años iniciales de vida, sí conocemos que fue la única hija que sobrevivió
del matrimonio y que, por tanto, estaba destinada a heredar un nombre y una
relativa fortuna, consistente en patrimonio inmobiliario urbano.
A los veinte años, el 2 de
diciembre de 1795, en la villa de Chiclana, contrae matrimonio con el coronel de
infantería, Antonio de Artecona Salazar, caballero de
la orden de Santiago y de la
militar de San Hermenegildo.
En tiempos de la Guerra de la
Independencia ni ella ni su madre se van a sustraer a la llamada patriótica del
momento e intervendrán creando, junto a otras compañeras, la Junta de Señoras
de Fernando VII. La sociedad funcionaría cuatro años y en sus manos quedarían
reservados trabajos de intendencia tales como procurar vestimenta a los
soldados. Terminada la guerra, Fernando VII disolvía la asociación,
al mismo tiempo que se mostraba agradecido y recompensaba la entrega de estas
mujeres.
Corre
el año 1817, y los integrantes de la Sociedad Económica gaditana comienzan los
trabajos preparatorios para constituir la filial femenina y, de nuevo,
losnombres de madre e hija aparecen desde los primeros intentos de constitución.
La empresa no llegó a buen término, posiblemente, por los estragos que causaría
una epidemia de fiebre amarilla desatada en la ciudad; las marquesas de Casa Rábago
fueron de las pocas que se quedaron y contribuyeron a suavizar las desgracias de
las enfermas internadas en el Hospital de Mujeres, contribuyendo a salvar las
vidas de algunas de aquéllas.
En
1826, en un segundo intento, se constituye la Clase de Damas de la Sociedad
siendo presidenta nuestra protagonista, nueva marquesa, recién fallecida su
madre. Desde el comienzo y hasta su desaparición, Mª Josefa contó con el
apoyo incondicional del resto de las damas que la reeligieron para el cargo que
ocupaba.
Su
ámbito de actuación fue la educación de las niñas pobres y el cuidado de los
expósitos de la ciudad. En 1827 la Sociedad creaba un centro de instrucción
femenina.
La
escuela tuvo un éxito inmediato al superar las matrículas previstas, de modo
que tuvo que trasladarse a un local más amplio. Posteriormente el ayuntamiento
creará tres centros más de instrucción femenina y dos de párvulos que coloca
inmediatamente bajo la tutela de las señoras. Mª Josefa se ocupó con
inusitado empeño en la supervisión de la educación de las niñas, hasta el
punto que públicamente se hacía honor a su dedicación y desvelo.
No
todo era reconocimiento y felicidad en la vida de la marquesa. Muere su marido
en
1829 y, poco más tarde, una hija y dos hijos dejando descendencia que pasan a
su cuidado. De las cuatro casas que formaban parte del mayorazgo, la marquesa
vende tres de ellas en 1848 y convierte en vivienda la última, enajenando también
la mitad de la misma. Recibe ayuda económica de una hija y de su hijo menor,
Manuel, que hizo las américas y le envía desde La Habana ayudas periódicas
para solventar sus problemas de liquidez. Así vemos que a la hora de su muerte
poco queda del pasado esplendor.
Mª
Josefa se ha acostumbrado a vivir de forma austera, y por ello, dispone que la
entierren sin boato; sin embargo, consciente del papel asistencial que ha
desempeñado, dispone que una docena de niños del orfanato la acompañen hasta
su última morada, portando una vela de media libra, siendo recompensados con
dos reales cada uno. Así se hará el 10 de julio de 1861, en que a la edad de
86 años, fallece esta benefactora, primera presidenta de la Junta de Damas de Cádiz.
B
i b l i o g
r a f
í a
ESPIGADO
TOCINO, G. y SÁNCHEZ ÁLVAREZ, A., «Formas de sociabilidad femenina en el Cádiz
de las Cortes», en Ortega, Margarita; Sánchez, Cristina y Valiente, Celia
(eds.), Género y ciudadanía. Revisiones
desde el
ámbito privado. XII Jornadas de Investigación Interdisciplinaria,
Madrid, UAM, 1999, pp. 225-242.
ESPIGADO
TOCINO, G., «La Junta de Damas de Cádiz: entre la ruptura y la re p roducción
social», en F r a s q u i t a
L a rrea y Aherán: Europeas y Españolas entre la Ilustración y el
Romanticismo, Congreso
conmemorativo del 225
aniversario de su nacimiento, El Puerto de Santa María, 22, 23 y 24 de
noviembre del 2000 (en pre n s a ) .
Gloria
Espigado Tocino. Universidad de Cádiz.
9
Victoria
Martín Barhié [1794-1869]
Pintora
neoclásica a la que Gaya Nuño considera «como uno de los valores ignotos del
neoclasicismo pictórico español». A través de las obras suyas que se
conservan, tres de ellas en Cádiz, podemos seguir la perfección y la
delicadeza de su dibujo, la habilidad compositiva y cierta tendencia prerromántica
en el tratamiento del color, pero desconocemos aspectos importantes de su vida y
de su formación como pintora. Se sabe que comienza su aprendizaje en la
Academia de Bellas Artes de Cádiz que había sido creada en 1789, como discípula
de uno de los maestros del neoclasicismo gaditano, el pintor Manuel Montano
(1770-1846), bajo cuya influencia recibió el legado del purismo francés que
materializaría en la factura impecable de su dibujo. Desconocemos si completó
su formación con algún viaje a Roma o a París -la Academia costeaba el viaje
a Roma a algunos de sus alumnos-, si bien pronto la vemos participando en
exposiciones y consiguiendo premios y reconocimiento a su obra. Entre otros
nombramientos recibió el de académica de mérito de la Academia de Bellas
Artes de San Baldomero de Cádiz y el de socia de honor del Liceo malagueño.
Entre
su producción destaca un magnífico Autorretrato (Museo de Bellas Artes
de Cádiz), en el que se aprecia la delicadeza del trazo y una insinuación
colorista propia del prerromanticismo, un San Lorenzo (Catedral de Cádiz)
de clara factura neoclásica y Psiquis y Cupido (Museo de Bellas Artes de
Cádiz), diálogo entre la Razón y el Sentimiento, que reproduce simbólicamente
ese otro diálogo habitual en esta pintora entre la herencia neoclásica,
perceptible a través de la factura impecable de sus cuadros, y la exquisita
sensibilidad con la que se adelanta al romanticismo.
B
i b l i o g r a f í a
DE
LA BANDA Y VARGAS, A., «De la Ilustración a nuestros días», en E. Pareja López
(dir.), Historia del Arte en Andalucía. Sevilla, Gever, 1991, Tomo VIII,
pp. 106-107.
IBERO,
A., «Victoria Martín Barhié», en C. Martínez, R. Pastor, M. J. de la
Pascua, S. Tavera, Mujeres en la Historia de España. Enciclopedia biográfica.
Barcelona, Planeta, 2000, pp. 306-307.
Mª
José de la Pascua Sánchez. Universidad de Cádiz.
10
Cecilia
Böhl de Faber [1796-1877]
Escritora
conocida con el seudónimo de Fernán Caballero, hija del matrimonio formado por
Nicolás Böhl, cónsul hanseático en Cádiz y delegado de la firma comercial
Duff Gordon y Cía. y de Frasquita Larrea, traductora de Byron y de Mary
Wollstonecraft y anfitriona de
una famosa tertulia en el Cádiz finisecular. El carácter viajero y cosmopolita
de su familia y la afición a las letras que el matrimonio Böhl-Larrea
comparte, marcará la infancia de Cecilia y condicionará su dedicación a la
literatura.
Los primeros años de su vida
transcurrirán, después de su nacimiento circunstancial en Morges (Suiza), en
Alemania, donde permanecerá con su padre y su hermano, mientras su madre que ya
tiene serias diferencias con su marido regresa a Cádiz. En Hamburgo asistirá a
un pensionado francés y recibirá la influencia de su padre, decisiva en su
posterior trayectoria de escritora. Ésta se inicia muy lentamente y con escaso
reconocimiento por parte de la propia Cecilia que, en un principio, sólo ve en
su faceta de escritora la posibilidad de hacer frente a las dificultades económicas
en las que con frecuencia se encuentra y una manera de ordenar los recuerdos y
combatir la soledad y la tristeza de sus horas bajas. La vida sentimental de
Cecilia no fue muy afortunada. Apenas instalada de nuevo la familia en Cádiz,
contrae matrimonio con el capitán Antonio Planells, del que se quedó viuda
apenas un año después. Había acompañado a su marido a Puerto Rico, donde éste
tenía su destino, y allí parece que empezó a coleccionar historias y
costumbres populares: una afición que no la abandonaría y que la pondría en
contacto con un género literario, el cuento, que ella contribuiría a
desarrollar como género independiente. De regreso a España conoce a Francisco
Ruiz del Arco, un militar perteneciente a la nobleza sevillana que sería su
segundo marido. El matrimonio fijó su residencia primero en Sevilla y
sucesivamente en El Puerto de Santa María, Cádiz y Dos Hermanas, buscando un
lugar tranquilo y seco en el que Francisco Ruiz pudiera recuperar la salud
perdida a causa de una tuberculosis. Esta alianza matrimonial proporcionó a
Cecilia amistades en Sevilla y la posibilidad de frecuentar a personalidades del
mundo de las letras; campo éste que nuestra autora siguió cultivando aunque lo
justificara todavía como simples ejercicios de distracción. Tras la muerte de
su segundo marido y el fin de una relación sentimental con Federico Cuthbert,
Cecilia contraería nuevo matrimonio; esta vez con el pintor rondeño Antonio
Arrom con el que tampoco conocería la felicidad, al menos dura
dera. Arrom también enfermó de tisis y ello, unido a la circunstancia de que
no acababa de encontrar un ambiente favorable para sus proyectos comerciales,
llevó a la pareja a cambios de domicilio permanentes -Sevilla, Jerez, El
Puerto, Sanlúcary a Arrom, finalmente a Sidney, donde fue nombrado cónsul. Es
en estos años de dificultades (1848-1853), cuando Cecilia se convierte en
escritora profesional, escribiendo colaboraciones para revistas como La Moda y
periódicos conservadores como La Razón Católica, El Pensamiento de
Valencia o La Educación Pintoresca, y gestionando la publicación de
novelas y relatos cortos que había ido escribiendo.
En
este sentido el apoyo de su madre será fundamental. Fue ella la que envió a El
Artista una copia de Una Madre, según Cecilia sin su permiso, ayudándola
en las tareas de amanuense y colaborando para que la producción literaria de su
hija trascendiera del ámbito estrictamente privado. Por estos años, 1849-1859
se publicarán el grueso de sus obras: La Gaviota, La familia de Alvareda,
Una en otra, la Hija del Sol, Los dos amigos, Sola y Elia, en 1849; Lágrimas,
Callar en vida y perdonar en muerte, El Exvoto, El vendedor de tagarninas, No
transige la conciencia y La Noche de Navidad, entre otros, en 1850.
Estas primeras publicaciones aparecieron en periódicos hasta que en 1851 fueron
editadas como libros.
Tras
la marcha de Arrom a Sidney en 1853, Cecilia fijará su residencia en Sevilla,
primero en una de las casas del Alcázar de Sevilla que le cedió Isabel II, y
después de 1868 en un nuevo domicilio. Por entonces era de nuevo viuda; en mayo
de 1859, Arrom se había suicidado al conocer la noticia de la traición de uno
de sus socios. Se abría así la última etapa de la vida de Cecilia, y en un
estrecho círculo presidido por lo que ella llama el Padre Quieto (personaje
imaginario que simboliza su amor por la vida apacible), se centrará en su
correspondencia, la literatura y algunas actividades religiosas y benéficas. Su
pensamiento ira evolucionando en un sentido cada vez más conservador y su
literatura muestra un afán moralizador, convirtiéndose en instrumento para
modelar las costumbres y recuperar los valores tradicionales, lejos del
escepticismo y el materialismo que la difusión de la ideología liberal había
traído consigo. También fue su objetivo contrarrestar la imagen de Andalucía
que los escritores daban en sus novelas, presentándola, lejos de este modelo,
como una reserva espiritual de los valores tradicionales.
B
i b l i o g r a f í a
CANTOS
CASENAVE, M., Fernán Caballero: entre el folklore y la literatura de creación.
De la relación al relato. Cádiz,
Fundación Municipal de Cultura (Ayuntamiento de Cádiz) y Concejalía de
Cultura (Ayuntamiento de El Puerto de Santa María), 1999.
PALMA,
A., Fernán Caballero, la novelista novelable . Madrid, Espasa-Calpe,
1931.
Mª
José de la Pascua Sánchez. Universidad de Cádiz.
11
Josefa
Zapata Cárdenas [1822-?]
Margarita
Pérez de Celis y Torhbanh [1840?-1882]
El nombre de estas dos
gaditanas está estrechamente relacionado con la aparición de los primeros
pronunciamientos feministas en la prensa decimonónica española.
La biografía conjunta
responde a la realidad de una existencia en común que generará una complicidad
entre ellas a la hora de abordar las empresas editoriales que afrontaron a lo
largo de sus vidas. Sus datos vitales son difíciles de rastrear ya que son
pocos los vestigios personales encontrados en el conjunto de fuentes
disponibles.
Sus biografías han de
componerse como un puzzle a partir de los escasos documentos encontrados.
La mayor de las dos, Mª
Josefa Zapata Cárdenas, habría nacido hacia 1822-1823 y, por tanto, pertenecería
a la misma generación que dos grandes poetas de la época, la extremeña
Carolina Coronado y la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda. A los 23 años,
edita los primeros versos que conocemos en rotativos literarios de la localidad
como El Meteoro y El Genio. Como nos advierte Susan Kirkpatrick,
estamos ante los prolegómenos de la eclosión de literatura romántica femenina
que la prensa de aquellos años da a conocer. Sólo que, en el caso de Mª
Josefa Zapata, el desengaño y la frustración justificarían el largo silencio
de diez años que median hasta su reaparición literaria en 1855, primero en La
Moda y después, ya junto a Margarita Pérez de Celis, en la edición de los
Pensiles. Presumiblemente el tiempo que antecede a su amistad y
colaboración estrecha con Margarita, están marcados por la muerte de sus
padres, en 1854 a causa de la epidemia de cólera que azotó en esa fecha al país,
y en cuyo sostén se había convertido. Su compañera desde entonces sería
Margarita Pérez de Celis y Tohrbahn. Algo más joven y también gaditana. A
partir de 1856 editan El Pensil Gaditano, bajo la dirección de la propia
Margarita, con colaboraciones que dan el tono fourierista al rotativo que
conocería una segunda época al año siguiente como El Pensil de Iberia. Las
dificultades económicas y de censura hicieron que la vida del periódico
estuviese sometido a apariciones y desapariciones continuas y a cambios en el título.
Pasados unos años reaparecerá con el nombre de La Buena Nueva consiguiendo,
estas dos mujeres, mantener su edición apenas unos meses.
Nuevamente problemas
financieros y de censura harán que el rotativo sea suspendido a los diez números
publicados.
En
todo este tiempo se observa que sus escritos contienen un compromiso social en
dos vertientes: por un lado es recurrente la denuncia de las diferencias entre
pobres y ricos que una sociedad capitalista incipiente acentúa de forma
contrastable y, por otro, las críticas a la sociedad burguesa se centran
especialmente en las injusticias cometidas contra el sexo femenino, la falta de
reconocimiento de la capacidad intelectual de las mujeres, la ausencia de una
verdadera educación, la doble moral y la degradación que introduce el
matrimonio por conveniencia, así como las injusticias cometidas contra la mujer
trabajadora. Su defensa de los derechos de las mujeres se incardina en la
consecución de un nuevo modelo social, más justo e igualitario. No reclaman
para sí, en exclusiva, los beneficios que el conjunto social pueda reconocer en
dos mujeres de talento demostrado, sino que reivindican la lucha política que
conducirá a las mujeres hacia la emancipación colectiva.
No
es difícil relacionar esta sensibilidad por las principales injusticias
sociales cometidas contra las mujeres y la clase trabajadora si apelamos a sus
propias condiciones de vida, las dificultades económicas eran la realidad
cotidiana de estas dos mujeres. Rechazada la vía matrimonial o conventual, se
convierten en el prototipo de mujer más libre que su tiempo puede tolerar,
haciendo compatible la creación literaria en una mujer sin familia, si bien el
obstáculo que tendrán por ello que afrontar será el de garantizarse, por sus
propios medios, el sustento, cosa nada fácil para las mujeres solas del XIX.
Conocemos que sus cambios de vivienda fueron acercándolas hacia los barrios más
populares de la ciudad. También, que su autonomía inicial se vio trastocada
por la bulliciosa y gregaria vida de las casas de vecinos en las que finalmente
se domiciliaron. Pronto ejercen oficios como el de maestra, bordadora,
costurera, cordonera y cigarrera, que hablan elocuentemente de su degradación
social. Además, Mª Josefa Zapata se había quedado prácticamente ciega y en
1863, el editor responsable del periódico madrileño La Violeta, daba a
conocer sus penalidades económicas, abriendo una suscripción popular para
ayudarla.
A
partir de 1875 aparece tan sólo en los padrones su compañera, Margarita Pérez
de Celis. Vivirá como cigarrera sus últimos años de vida hasta su
fallecimiento en 1882, siendo enterrada en la fosa común del cementerio
gaditano, destino último de los parias de los que hablara Flora Tristán, sin
nada que perder y todo por ganar, ellas fueron testimonio vivo de una doble
lucha, atravesada por los rigores que imponía la clase y el género. Conocieron
a la perfección las exclusiones y las injusticias que generaban y por ello
levantaron su voz, con conocimiento de causa, en favor de los desheredados,
doblemente desahuciados si eran mujeres.
B
i b l i o g r a f í a
ESPIGADO
TOCINO, G., «Precursoras de la prensa feminista en España: María Josefa
Zapata y Margarita Pérez de Celis»,
en Vera, Teresa y Ramos, Dolores, (eds.), Mujer, cultura y comunicación.
Entre la historia y la socie dad contemporánea, Coloquio Universidad de Málaga,
10-12 de mayo de 1995, Málaga Digital, 1998, pp.171-175.
TAVERA,
S., «Pérez de Celis y Torhbanh, Margarita», en Martínez, Cándida, Pastor,
Reyna, de la Pascua, Mª José y Tavera, Susana, Mujeres en la Historia de
España. Enciclopedia biográfica, Barcelona, Planeta, 2000, pp. 628-630.
Gloria
Espigado Tocino. Universidad de Cádiz.
12
Abogada y escritora, a
Mercedes Formica le ha tocado vivir, como a muchas que pertenecen a nuestra
genealogía más inmediata, un periodo ciertamente variable y convulso de
nuestra historia política, que incluye dos dictaduras, mediadas por una república
y una guerra civil, antes de desembocar en nuestra actual democracia.
Mujer de indudables
inquietudes sociales, especialmente, para mejorar las condiciones jurídicas de
las españolas, merece un reconocimiento más allá de su pasado falangista.
Nacida en Cádiz en 1916,
dentro de una familia acomodada, siendo la segunda hija de un total de seis
hermanos, vivió en esta ciudad hasta la edad de siete años, periodo que relata
en el primer volumen de su trilogía autobiográfica titulada L a infancia. Más
tarde, el periodo de juventud y formación coinciden con la re s i d e n c i a
familiar en la capital hispalense, donde, gracias al empeño de su madre,
estudia bachillerato y prepara el acceso a la Universidad en 1931, ingresando en
la Facultad de Derecho, donde entra en contacto con pro f e s o res formados en
la Institución Libre de Enseñanza. Siendo la única mujer inscrita en sus
aulas, tenía que acudir a clase acompañada de una «doña» para solventar los
prejuicios sociales.
El cambio en el estatus
familiar en el que había vivido hasta entonces, tras el divorcio entre su padre
y su madre en 1933, es un dato vital para entender su posterior interés por la
suerte de las mujeres separadas. Su traslado a Madrid le ofrece un escenario
privilegiado para observar las luchas partidistas que vive la República y
decide afiliarse a la Falange Española, desde los momentos fundacionales de la
misma. Pronto es nombrada Delegada del SEU en la Facultad de Derecho y, en 1936,
Delegada Nacional del mismo, pasando a ocupar un puesto en la Junta política
del partido.
Finalizada la Guerra Civil, en
1939, se casa con Eduardo Llosent y Marañón, editor de varias revistas en
Sevilla, pasando a residir otra vez a Madrid, donde el matrimonio entra en
contacto con los escritores, pintores y dramaturgos de la posguerra.
En 1945 edita en la revista Escorial
su primera novela, Bodoque, cuya trama principal gira en torno a un
caso de separación matrimonial. Aprovecha estos años para acabar su carrera
interrumpida por la guerra y se topa con las restricciones impuestas al
ejercicio profesional femenino, no pudiendo ingresar en el cuerpo diplomático,
únicamente expedito a los varones.
Decidió,
finalmente, ser una de las tres mujeres que ejercían la abogacía en Madrid,
compaginando su trabajo con la vocación literaria. A comienzos de la década de
los cincuenta, Pilar Primo de Rivera le encarga la realización de una ponencia
sobre «La mujer en las profesiones liberales» para presentarla en el I
Congreso Femenino Hispanoamericano Filipino que debía celebrarse en 1951.
Mercedes, junto a un grupo de universitarias, elabora un texto en el que se
reivindica, sin ningún tipo de cortapisas, la incorporación de las mujeres al
mundo laboral. Su sorpresa fue mayúscula cuando los organizadores le retiraron
la ponencia tachándola de «feminista». Tendría que pasar una década para
que el régimen reconociera los más elementales derechos profesionales y
laborales de las españolas.
Son
años de intensa colaboración en la prensa. Dirige la revista de la Sección
Femenina Medina y en 1952 comienza a firmar artículos en el diario ABC.
El 7 de noviembre de 1953, tras tres meses de haber sido retenido por la
censura, escribe su artículo «El domicilio conyugal», que tendría la
particularidad de desatar una intensa polémica en torno la situación de las
mujeres separadas.
Su
artículo fue el punto de partida para participar en un debate en el que
defendería cambios sustanciales en el derecho de familia vigente encaminados a
mejorar la situación jurídica de la mujer. Paralelamente, su novela A
instancias de parte, publicada en 1955 dejaba ver su preocupación como
mujer y abogada al tratar su trama el doble rasero con que se medía los casos
de adulterio entre hombres y mujeres. La dimensión de su campaña fue nacional
e internacional y tendría como colofón un tímido ajuste en la reforma de
1958, en la que se introducía el concepto en virtud del cual quien se
considerara cónyuge inocente no se veía con obligación de abandonar la casa
marital.
Mercedes
Formica contrae segundas nupcias en 1962 con el industrial José María Careaga
y Urquijo. En los últimos años del franquismo sigue su vocación de
historiadora biografiando a Ana de Jesús y María de Mendoza, hija y amante,
respectivamente, de Don Juan de Austria.
Fallecido
su marido tras una larga enfermedad a mediados de los ochenta, se dedica a
escribir sus memorias de las que están publicadas: La infancia, Visto y
Vivido (1931-1937) y Escucho el silencio, restando por ver la luz el
último tomo que llevaría el título de Espejos rotos y espejuelos.
También, en 1989 sale a la luz su novela Collar de ámbar.
Como
recoge Rosario Ruiz Franco que la ha biografiado y ha tenido la oportunidad de
entrevistarla, Mercedes Formica se ve a sí misma como una «voz en el silencio»,
como una de las pocas mujeres que osaron alzar la voz frente a las
discriminaciones procuradas contra ellas por el franquismo. En este sentido, la
larga travesía del desierto que representa los largos años de dictadura, se
hacen menos penosos en su recorrido si atendemos al testimonio de mujeres como
ella que, dentro de un contexto político hostil, defendieron con audacia
reformas que hoy en díason una realidad.
B
i b l i o g r a f í a
RUIZ
FRANCO, R., Mercedes Formica (1916-), Madrid, Ediciones del Orto,
Biblioteca de Mujeres, 1997.
ROIG
CASTELLANOS, M., La mujer en la Historia a través de la prensa: Francia,
Italia y España, Siglos XVIIXX, Madrid, Ministerio de Cultura, 1982, p.
409.
Gloria
Espigado Tocino. Universidad de Cádiz.
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