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CÓRDOBA
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Mujeres 2000 y
Mujeres 2003
Dentro de las sección
8 de marzo. Día internacional de la Mujer de
Averróes. Red Telemática Educativa de Andalucía
Mantienen el texto original, pero al ser aquellos de una gran extensión (cada provincia ocupando en formato PDF entre 6 y 16 mega) dificultaba su acceso. Esa versión original tiene una imagen de cada una de las personas biografiadas.
Wallada bint al-Mustakfi [994-1091] Matilde Cabello. Escritora
Leonor López de Córdoba [1363-1412?] Blas Sánchez Dueñas. Universidad de Córdoba.
Beatriz Enríquez de Arana [1467?-1521?] Marta María Manchado López. Universidad de Córdoba.
Concha Lagos [1909] Mª José Porro Herrera. Universidad de Córdoba.
Manuela Díaz Cabezas [1920] Rosa María Ballesteros García. Universidad de Málaga.
Josefina Molina [1936] Mª José Porro Herrera. Universidad de Córdoba.
Juana Castro [1945] Mª José Porro Herrera. Universidad de Córdoba
Antonia Alcaide López [1943- ] Entrevista realizada a Antonia por dos alumnas de 5º nivel del COLEGIO SAN JOSÉ DE MONTILLA (CÓRDOBA) Mª Ángeles Espejo Sánchez - Carmen Belén Varo Carrasco
María Feliz y Luciana de Cueto y Enríquez de Arana, (Las Cuetas) [1691-1766] [1694-1775] Alumnos, alumnas y tutor de 5º nivel de Educación Primaria. C.E.I.P. San José de Montilla (Córdoba).
Nieves López Pastor [1900?-1978] Colegio Público Nuestra Señora de la Fuensanta de Villanueva del Arzobispo(Jaén).
13
Wallada
bint al-Mustakfi [994-1091]
Poetisa. Nace en Córdoba, en
el año 994 de la era cristiana, y muere en la misma ciudad en 1091. Era hija de
Muhammad III al-Mustakfi, uno de los últimos califas cordobeses, por lo que
ostentó el título de princesa.
Su infancia coincidió con el
esplendor de la carrera política de Almanzor que, en 996, se autoproclamó
melic carim (noble rey), bajo la protección de Aurora,
madre del pequeño heredero
Hiken II.
Su adolescencia transcurre
paralela a la agonía del Califato, en uno de los contextos históricos más
sangrientos de la historia de Córdoba, cargado de intrigas palaciegas y guerras
internas, desencadenadas tras la muerte del hijo de Almanzor, al-Muzzaar.
El padre de Wallada había
accedido al trono el 11 de enero de 1024, después de provocar una revuelta
popular contra el monarca legítimo, el también Omeya
Abderramán V. Diecisiete
meses después, al-Mustakfi tuvo que abandonar el palacio califal, disfrazado de
mujer y fue envenenado, días más tarde, por uno de sus oficiales en un lugar
fronterizo.
Nada sabemos de la madre de
esta poetisa, ni de ninguna de las mujeres del serrallo de al-Mustakfi. En las
numerosas crónicas (donde es catalogado como un personaje vulgar y frívolo) sólo
hallamos la referencia de Ibn Hayyán, que lo acusa de dejarse mandar por una
mujer perversa. La falta de información, en este sentido, se agrava por la
circunstancia de que el califa no tuvo descendencia masculina -acontecimiento
que solía ir acompañado de algunos privilegios para la madre-. Sin embargo, la
inexistencia de un heredero, permitió a Wallada disponer de los derechos reales
de su padre.
Su posición social, si bien
le permitió adquirir una basta formación literaria que desarrolló con
brillantez y transmitió a través de su propia escuela femenina, tampoco debió
estar exenta de momentos difíciles, tanto en lo personal (por su incesante
defensa de la igualdad de género y su rebeldía) como por su condición de
Omeya dentro de un panorama político de pugnas y rivalidades entre su linaje y
los Banu Yahwar, siempre temerosos de la restitución del poder legítimo Omeya.
Tras el asesinato de su padre,
con la venta de sus derechos reales, Wallada adquiere la independencia y opta
por un modo de vida inusual, de absoluta despreocupación
por los convencionalismos sociales. Prescindió de la tutela masculina y abrió
un salón literario al que concurrían los poetas y literatos de su tiempo. Tuvo
el atrevimiento de intervenir y dar respuesta a sus consultas, mostrando
libremente su rostro.
En
una sociedad donde a la mujer sólo le estaba permitido relacionarse con los
hombres de la familia y las llamadas «sabias» solían adquirir conocimiento a
través de sus padres y/o parientes, incluso impartir sus enseñanzas veladas
tras una cortina, la actitud de Wallada, indigna, según unos, de su estirpe y
condición social, la hizo ser criticada muy duramente, aunque también tuvo
numerosos defensores de su honestidad -Ibn Hazn, entre otros poetas- como el
visir Ibn Abdus, su eterno enamorado que, al parecer, permaneció a su lado,
protegiéndola en los momentos difíciles, hasta el final de sus días.
Pero
el gran amor de Wallada, el que provoca, tal vez, que trascienda el personaje y
su obra, fue el poeta Ibn Zaydún, con el que mantuvo una relación secreta,dada
la vinculación del poeta con los Banu Yahwar. En torno a esta relación giran
ocho de los nueve poemas que de ella se conservan, como una cronología exacta
de aquella historia truncada por la relación de Ibn Zaydún con una esclava
negra de Wallada.
De
sus poemas, que fueron misivas entre los dos amantes, se conocen dos, de celos,
de añoranza y deseos de reencuentro; un tercero, de decepción, dolor y
reproche; cinco sátiras -género que dominaba a la perfección- escritas en términos
durísimos y uno más, alusivo a su libertad e independencia, que lucía bordado
sobre los hombros de su ropa (siguiendo la moda imperante).
Los
hermosos poemas de amor que Wallada inspiró a Ibn Zaydún, además de incidir
en la ilusión de la primera etapa, la posible infidelidad y el posterior
arrepentimiento del poeta, nos dan también noticia de los rasgos físicos de la
princesa, prototipo del ideal de belleza de los califas omeyas: cabellos y piel
clara y ojos azules, características que, unidas a su inteligencia, brillantez
y dotes literarias, la hicieron ser una de las mujeres más admiradas y deseadas
de su tiempo.
Pasados
los días de esplendor y veladas literarias, parece ser que pasó el resto de
sus días dedicada a la enseñanza. Entre sus alumnas quedó antologada Muhya
bint
al-Tayyani. Era una joven de condición muy humilde, hija de un vendedor de
higos, a la que acogió en su casa y que terminaría dedicando a la maestra las
más feroces sátiras.
Wallada
murió el 26 de marzo de 1091, el mismo día que los almorávides entraron en Córdoba.
No tuvo descendencia y nunca se ofreció en matrimonio.
B
i b l i o g r a f í a
DOZI,
R. P. Historia de los musulmanes en España . Madrid, Turner, 1988.
GARULO,
T. Diwan de las poetisas andaluzas de Al-Andalus. Madrid, Ediciones
Hiperión, 1985.
LÓPEZ
DE LA PLAZA, G. Al-Andalus: Mujeres, sociedad y religión. Málaga,
Universidad de Málaga, 1992.
SOBH,
M. Poetisas arábigo-andaluzas. Granada, Diputación Provincial, 1994.
Matilde
Cabello. Escritora
14
Leonor
López de Córdoba [1363-1412?]
Leonor López de Córdoba ha
pasado a formar parte de la historia literaria
española y de los estudios de género al ser una de las primeras autoras
en lengua castellana de quien se conserva un texto autobiográfico conocido como
las Memorias de Dª. Leonor López de Córdoba en las que la autora narra
en primera persona los duros avatares históricos a las que tuvo que
enfrentarse, junto a su marido, a lo largo de su vida.
La vida de Dª. Leonor según
se puede constatar en sus memorias y en otros documentos de archivo estuvo llena
de infortunios, sufriendo desde su más tierna infancia los rigores de la muerte
y la persecución familiar. Nacida en Calatayud en fechas cercanas a 1363, al
servir en dicha ciudad su padre al rey, su vida tiene como eje de referencia a Córdoba
ciudad en la que se instala tras haber soportado ocho años encarcelada y haber
resistido en prisión una de las terribles epidemias de peste que azotaban la
Península.
La genealogía familiar de Dª.
Leonor la emparientan con familias de la alta alcurnia cordobesa y castellana.
Su madre Dª. Sancha Carrillo, de la que quedó huérfana en temprana edad
estaba emparentada con Alfonso XI de la que era sobrina y fue educada en un
monasterio de la Orden de Guadalajara fundado por sus abuelos.
Su padre, llamado Martín López
de Córdoba, era hijo del mayordomo de Dª. Blanca, esposa del rey Pedro I y
llegó a ser Maestre de las Órdenes de Calatrava y de Alcántara. Pereció
decapitado en Sevilla tras luchar en la sucesión de la dinastía castellana
cuando Leonor apenas contaba con ocho años de edad. Ello ocasionó la
confiscación de todos los bienes familiares y la encarcelación de aquella
durante nueve años en las Atarazanas de Sevilla sufriendo los rigores de prisión
y las epidemias de peste hasta 1379 cuando tras la muerte de Enrique II es
liberada.
Una vez recuperada la libertad
y mientras su esposo trata de recuperar la hacienda expoliada, Dª. Leonor se
instala Córdoba. Después de tanta adversidad trata de entrar en el convento de
la Orden de Guadalajara fundado por sus bisabuelos, aunque no llega a prosperar
dicho deseo al regresar su marido. Pocos años más tarde, en torno a 1389, nació
su primer hijo y comenzó a mejorar la situación familiar hasta que con la
ayuda económica de su tía, los canónicos de San Hipólito le concedieron unos
corrales entre la iglesia y el muro de la ciudad donde construyó dos palacios,
una huerta y dos o tres casas más para servicio. Por estas fechas daría a luz
a su hija, Leonor.
Las
epidemias de peste que se extendían por toda la geografía castellana llegaron
a Córdoba alrededor de 1400 lo que provocó la marcha de Dª. Leonor hacia
Santaella y posteriormente hacia Aguilar donde su hijo Juan, infectado por la
peste, moriría al cuidar una noche, incitado por su madre, de un judío llamado
Alonso, huérfano recogido por la autora cordobesa en 1391.
La
muerte de su primogénito de doce años provoca un enorme escándalo que causará
el retorno de la familia a Córdoba y que transformará la vida de Leonor cuando
a comienzos del siglo XV, sea nombrada camarera mayor de la reina Dª. Catalina
de Lancaster, nieta de Pedro I y viuda de Enrique III.
Su
entrada en palacio, como privada de la reina regente, supone un hito en la vida
de Leonor porque su vida cambiará por completo hasta convertirse en una de las
personas principales del reino de Castilla con amplias influencias políticas al
ser consejera personal de la reina y del infante cuyas opiniones o pareceres
eran más consideradas que la de nobles, clérigos, caballeros o doctores.
Producto de esta etapa de su vida, Leonor obtendrá una considerable fortuna que
será destinada a la compra de varias posesiones para, tan sólo tres días
después, donarlas al prior y frailes del propio monasterio de San Pablo.
Las
tensiones internas, las intrigas en torno a la corona castellana y el hecho de
que una mujer hubiera adquirido tanto poder político en la corte provocará la
censura y el recelo de nobles y potentados hasta que la propia reina se percate
de la enorme influencia de la autora cordobesa y trueque de forma súbita en
desconfianza y desamor los afectuosos sentimientos que había manifestado hacia
Dª. Leonor. En 1412 la reina prescindirá de la que había sido su consejera y
valida amenazándola con quemarla en la hoguera si, tras haber llegado a Cuenca
movida por el infante Fernando de Antequera, no regresaba de inmediato a Córdoba
junto con toda su familia.
A
partir de esta fecha, Dª. Leonor desaparecía de la vida pública refugiándose
en Córdoba donde pasaría los últimos años de su vida y donde fue enterrada,
poco después de 1412, en una capilla erigida por ella en la iglesia de San
Pablo. Es una de las pocas mujeres que supieron ocupar un espacio público en la
confluencia de los últimos vestigios del sistema medieval y los primeros
albores del pensamiento humanista. Dotada de una gran capacidad intelectual, Dª.
Leonor se convirtió por méritos propios en una de las figuras más destacadas
de su época, erigiéndose sunombre en uno de los más representativos de la
historiografía femenina, sobre todo, por haber sido capaz de sacar a la luz un
texto autobiográfico donde el principal valor es el haber hecho uso de la
palabra y haber contado en primera persona la vida de una mujer.
B
i b l i o g r a f í a
GÓMEZ
SIERRA, E. «La voz del silencio. Memorias de Leonor López de Córdoba». En La
voz del silencio. Fuentes directas para la historia de las mujeres. Madrid,
Al-Mudayna, 1992. pp. 111-129.
LÓPEZ
ESTRADA, F. «Las mujeres escritoras en la Edad Media castellana». En La
condición de la mujer en la Edad Media. Madrid, Casa de Velázquez, 1986.
pp. 9-38.
NELKEN,
M. Las escritoras españolas. Madrid, Labor, 1930. pp. 44-46.
RIVERA
GARRETAS, M. Textos y espacios de mujeres. Europa, siglos IV-XV.
Barcelona, Icaria, 1990; pp. 159- 178.
Blas
Sánchez Dueñas. Universidad de Córdoba.
15
Beatriz
Enríquez de Arana [1467?-1521?]
Son pocos los datos que se
pueden reseñar a ciencia cierta en la biografía de esta mujer. Sabemos que
pertenecía a una familia de origen vizcaíno, residente en la villa cordobesa
de Santa María de Trassierra. Modestos labradores y propietarios de algunos
bienes inmuebles (casas y viñas), los Arana tenían un cierto nivel social que
se refleja en el hecho de que Beatriz supiera leer y escribir, circunstancia
bastante infrecuente en la época.
Lo más probable es que la
familia de Beatriz frecuentara los círculos italianos, y
particularmente genoveses,
existentes en la ciudad, con los que entraría en contacto con el recién
llegado Cristóbal Colón, alrededor del año 1487. Fue entonces cuando esta
hermosa, sugestiva, inteligente y culta mujer sucumbió a la tentación y se
enredó en amores con el misterioso aventurero, seducida por una mezcla de
fascinación y sueños de grandeza.
Parece que no hay duda de que
Colón, que pasaba de la treintena, se enamoró de la joven que le hizo «más
llevaderas y agradables» sus estancias en Córdoba, en tanto su proyecto era
definitivamente asumido por la Corona. Se desconoce la edad que contaba la
cordobesa cuando inició su relación amorosa con Colón; para algunos autores
era una joven de unos dieciséis años, para don José de la Torre, pasaba la
veintena y estaba en condiciones de planear la conquista del extranjero, «pues
por su edad y carácter, no es de suponer que Colón la enamorara».
Fruto de estas relaciones sería
el nacimiento, en agosto de 1488, de un niño que se llamaría Hernando por
expreso deseo del padre, y en honor del Rey Católico.
Firmadas las Capitulaciones de
Santa Fe, en abril de 1492, regresó a Córdoba, partiendo Colón para realizar
su ansiado viaje del descubrimiento, llevando consigo a Diego Arana, primo de
Beatriz, y dejando instrucciones para que su primogénito Diego Colón fuera
confiado a aquella.
El regreso de esta expedición
marcó el final de toda relación entre Beatriz y el navegante; éste le recogió
a sus dos hijos, que en adelante quedarían en la corte en calidad de pajes del
príncipe don Juan. A modo de compensación de la deuda moral contraída con
ella, Colón le asignó una corta pensión de 10.000 maravedís anuales en 1493,
y otra igual en 1502. Tres años después, en el codicilo ológrafo que
ratificaría la víspera de su fallecimiento, en 1506, encomendó a Beatriz a su
hijo primogénito a fin de que le asegurara rentas que le permitieran llevar una
vida honesta.
Aunque
se desconoce la fecha de su fallecimiento, sabemos que Beatriz le sobrevivió en
más de tres lustros. Así lo prueban algunas escrituras que atestiguan las
dificultades económicas a que tuvo que hacer frente; y es que al retraso en el
pago de las mencionadas rentas se sumaba el total desamparo en que la tenía su
hijo, que siempre expresó hacia ella un desapego extremo. Ni siquiera quiso
conservar los bienes que ésta le legó.
El
aspecto más debatido de la relación de Beatriz con Cristóbal Colón, y sobre
el que más ampliamente se ha elucubrado, es el relativo a la razón por la cual
no contrajeron matrimonio, siendo ella soltera y él viudo. La visión de don
José de la Torre se inscribe en esta línea, y si bien prueba con documentos
que Beatriz pertenecía a una familia de modestos lagareros, atribuye la ruptura
de los amantes a la traición de la joven, despechada por el abandono de Colón,
al que en realidad no le vinculaba el amor sino el interés. La infidelidad de
Beatriz llegaría a conocimiento de aquel en el transcurso de su primer viaje
descubridor; a su regreso, la consideró indigna y rompió toda relación o
compromiso con ella. Otros autores, empeñados en enaltecer la talla moral del
descubridor, para hacerle así más fácil la subida a los altares, han
defendido la existencia de un matrimonio canónico entre los amantes, antes o
después del nacimiento de su hijo. Pero esta hipótesis, al igual que las
anteriores, no goza de aprobación entre los historiadores serios.
En
opinión del profesor Manzano, la vertiginosa ascensión social de Colón tras
el primer viaje hizo imposible la unión entre el ya virrey, almirante y
gobernador, y la humilde Beatriz; y es que las leyes de Castilla imponían
restricciones a los matrimonios de los Grandes del reino, entre los cuales se
contaba ya aquel. De esta forma, Cristóbal Colón, víctima de los prejuicios
sociales de su época, «no pudo o no quiso saldar la deuda de honor contraída
con la joven cordobesa». Se limitó a señalarle una pensión modesta y a
encarecer a su hijo Diego que la cuidara como si de su propia madre se tratara.
Por otra parte, no hay evidencia alguna de que, una vez abandonada por su
amante, Beatriz se hundiera en el vicio, como la maledicencia de algún autor ha
imaginado. En cuanto a Colón, es posible que los remordimientos por su «desliz
amoroso» le acompañaran durante toda su vida, pero lo cierto es que su
comportamiento fue mezquino. Sólo en parte reparó el daño hecho y fue con la
legitimación de su hijo Hernando, lo que le permitió gozar a éste de una
posición social vedada a los vástagos naturales.
Sintiendo
ya próxima la muerte, Cristóbal Colón reconoció la persistencia de la deuda
que había contraído y nunca saldado con Beatriz («como persona a quien yo soy
en tanto cargo»). Las providencias económicas que tomó entonces pudieron
descargar un tanto su conciencia, pero nunca reparar las heridas que el desengaño
y el abandono infligieron en el alma de la cordobesa.
Bibliografía
DÍAZ-TRECHUELO,
Mª. L. Cristóbal Colón. Madrid, Palabra, 1992.
MANZANO
MANZANO, J. Cristóbal Colón. Siete años decisivos de su vida, 1485-1492.
Madrid, Cultura Hispánica, 1989.
DE LA TORRE Y EL CERRO, J. Beatriz Enríquez de Arana y Cristóbal Colón. Córdoba, Caja de Ahorros Provincial, Asociación de Amigos de Córdoba, 1984
Marta
María Manchado López. Universidad
de Córdoba.
16.
Nacida en Córdoba, Concha
Lagos es el nombre literario de Concepción Jiménez Torrero, que como otras
mujeres -no sólo escritoras- de su tiempo, hace suyo el apellido del marido, no
sabemos bien en este momento si apropiándose de él a manera de seudónimo o
por lo que en un principio tuviera de presentación social.
Pasó su infancia en Córdoba,
fue bautizada en la Parroquia de San Nicolás y allí cursó sus primeros
estudios, entre los que se incluían francés, música y canto, en el colegio de
la Sagrada Familia, conocido popularmente como las Francesas. Con el traslado de
su familia a Madrid, sólo volverá a Córdoba circunstancialmente, aunque la
ciudad, sus costumbres, su atmósfera, los olores, sonidos y naturaleza perviven
en su poesía como sensaciones irrenunciables, «entretejidos a los temas
centrales, dejando de ser meros telones o fondos de ambientación descriptiva»
(C.Zardoya).
Por su matrimonio, se afianzará
definitivamente en Madrid, a cuya casa de Gran Vía, concurrirán escritores,
pintores y artistas así como fotógrafos y cineastas; uno de estos pintores,
Anselmo Miguel Nieto, amigo íntimo del matrimonio, la pintará en uno de sus
mejores y apreciados retratos. Reconocida no sólo por su aportación poética,
sino también por su atención a la edición de poesía a través de las páginas
de la revista Ágora, a la que se incorporó en la entrega número
veinticinco y que dirigió en 1956; revista que sería el germen de la tertulia
de los viernes y que daría nombre a una colección, actividades todas dirigidas
a la búsqueda y difusión de nuevos valores poéticos contemporáneos, que no
siempre terminaron por corresponder a aquella que tan generosamente había
abierto las puertas y los cenáculos literarios madrileños, cuando todavía
eran aspirantes a poetas recién llegados de provincias.
Su valía y originalidad han
sido reconocidas por críticos y poetas, estudiada en diversas universidades
americanas, ha recibido premios como el «Ámbito Literario de Poesía» (1980)
o el «Ibn Zaydun», del Instituto Hispano-Árabe (1984); con ellos se ha
querido ratificar los valores poéticos de un corpus abundante en el que precisión,
constancia, sinceridad, hondura expresiva y calidad poética se dan la mano.
Concha Lagos concibe la creación
literaria como un trabajo en el que se aúnan inspiración, criba y corrección.
Tiene en Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y especialmente Luis Cernuda a
sus mentores poéticos; de este último, confiesa estar imbuida de su tono y de
su clima poético; entre las escritoras admira a Carmen Conde, Ángela Figuera,
Pilar Paz Pasamar, Elena Andrés... en las que reconoce la originalidad, la
fuerza y el misterio de sus palabras. De los extranjeros, Rilke será el poeta más
admirado.
De vocación temprana, aunque
aparición tardía como escritora, a Concha Lagos se la conoce como poeta, pero
cuenta también con abundante producción en prosa: cuentos -El pantano (1954),
La vida y otros sueños (1969)-, aparecidos en diarios y revistas como Ágora,
Ya, Papeles de Son Armadans, La Estafeta Literaria...; novelas -Al sur del
recuerdo ( ) «mitad diario, mitad libro de comentarios y reflexiones » (M.
Fraile), con Galicia y la guerra civil como trasfondo-, artículos periodísticos,
guiones para televisión, e incluso teatro -Después del mediodía (1962),
estrenada en Madrid-. Su presentación como poeta la hizo con Balcón (1954),
que recuerda inevitablemente a Entre visillos de Carmen Martín Gaite,
por su conversión de los lugares físicos en el punto de vista desde el que
contemplar, descubrir, juzgar y comunicar el mundo con ojos de mujer.
Poesía «culta», pero también
popular, del pueblo -Arroyo claro (1958), de resonancias infantiles, Canciones
desde la barca (1963), muchos de cuyos poemas pasaron a ser «copla». Su
reconocimiento progresivo fue logrado poco a poco, como el respaldo concedido
por su inclusión en la colección santanderina «Cantalapiedra» con el libro La
soledad de siempre (1958), siendo ella la primera mujer que figuraría en la
misma. Su temática, de orientación existencial, se debate entre la fe y la
duda comunicada mediante un agonismo religioso que la fuerzan a actitudes
extremas en donde se hacen presentes rebelión y nihilismo.
Vacila entre el arraigo y el
desarraigo vivencial y poético; duda e inseguridad acosan a la autora desde los
primeros libros sin que excluya por ello otros temas como el mundo de los niños
-el ya citado Arroyo claro-las preocupaciones maternales -Agua de Dios
(1958)-, la frustración -La soledad de siempre (1958)-, el amor -Luna
de enero (1960)-, la naturaleza como elemento vivificador que consuela e
impulsan a su autora a seguir la búsqueda de la luz y del conocimiento, sólo
revelado a través del sueño y el recuerdo -El corazón cansado (1957), Tema
fundamental (1961), Golpeando el silencio (1961)-; con frecuencia
Concha Lagos se plantea la necesidad de volver a los orígenes como única
manera de recobrar el conocimiento -Para empezar y Canciones desde la
barca (1963), Los anales (1966), El cerco (1971), La
aventura (1973)-. Dudas y vacilaciones intensifican su preocupación agónico-existencial
sin que lleguemos a encontrar un vencedor definitivo al dejar su autora la
puerta siempre abierta a la esperanza.
Concha Lagos presta su voz a
los temas del Sur, de ese Sur del que nunca se llegó a alejar definitivamente.
Con perfecto dominio del lenguaje, utiliza con mesura los recursos retóricos.
Su lenguaje es exacto, cuidado, pudiendo descender a niveles coloquiales y
populares cuando el intimismo y la familiaridad lo permiten, o remontar su vuelo
a un vocabulario litúrgico-religioso o técnico con referencia a sucesos o
personajes concretos. Todo ello transmitido mediante unos símbolos que por clásicos
y universales entroncan a la autora con lo más recio y perenne de nuestra
literatura.
Mª
José Porro Herrera. Universidad de Córdoba.
17
Campesina y guerrillera. En
1939, tras la victoria franquista, muchas mujeres marcharon al exilio. Muchas
otras se quedaron en sus pueblos, en sus casas, conviviendo o, para hablar con más
precisión, coincidiendo diariamente con los vencedores, en el exilio interior.
Una de estas mujeres, como tantas otras que ahora empiezan a recuperarse desde
la historia feminista, es Manuela Díaz, apodada «la guerrillera». Nace en el
pueblo de Villanueva de Córdoba, en una humilde familia campesina, el día 11
de diciembre de 1920. Fue la mayor de siete hermanos hijos todos de Francisco y
Ana María. Casi todas las familias asentadas de los pueblos tienen su apodo y
así se les conoce entre los del lugar. A la familia de Manuela, desde su
bisabuelo, se la conocía por «Los Parrilleros».
En la biografía que de ella
hace Antonina Rodrigo, nos la presenta como una mujer «guapa, valiente,
analfabeta porque nunca pudo asistir a la escuela». Por otro lado nada de extrañar,
en un país en que en el 1920, año del nacimiento de Manuela, el analfabetismo
femenino rondaba el 60% de la población femenina. Sin embargo, su falta de
estudios no impidió que se desarrollase su conciencia de clase y su lucha
contra la injusticia. Hija de campesinos, ayudaba a sus padres en las faenas del
campo. Como afirma Rodrigo «esas fueron sus asignaturas». Su concepto de
libertad, en el más amplio sentido del término, la llevó a preferir trabajar
en el campo, en la libertad del aire libre, que a ocuparse en el servicio doméstico.
Esa libertad la llevó a ser compañera de Miguel hasta la muerte de él en
1944.
Manuela no estuvo afiliada a
ningún partido político, aunque votaba al de su madre, militante comunista.
Al finalizar la Guerra Civil
los hombres de la familia, incluido Miguel, militantes izquierdistas, se
integraron en la guerrilla. Comenzó entonces la cadena de sufrimientos para
Manuela. Madre e hija tuvieron que hacer frente a la supervivencia de los que
quedaron, hermanos pequeños y los dos hijos de Miguel y ella. Detenida por
ayudar a los fugados, sufrió las primeras vejaciones, palizas y torturas.
Después vinieron más. A la
menor sospecha, Manuela era llevada al Ayuntamiento, que era la cárcel del
pueblo. Sin embargo, no consiguieron que denunciara a los de la partida de «Los
Parrilleros», en la que pronto se tendría que integrar Manuela, acosada por la
Guardia Civil que, según sus propias palabras, «no la dejaba vivir». Su vida
en el monte, como guerrillera, estuvo llena de penalidades. En el pueblo, con la
abuela, quedaban sus dos hijos. Allí, en el monte, le nació el tercero.
Sin recursos, ni condiciones para criarlo, tuvo que dejarlo en un cortijo. La
guardia Civil se hizo cargo del niño y lo internaron en el hospital de
Villanueva.
Apenas
sobrevivió un año. Al parecer, según le comentó a Rodrigo, «el niño no fue
muy bien atendido por el médico falangista» que atendía la sección de
pediatría. Pero de todas las penalidades de Manuela la mayor de todas era el
estar separada de sus hijos. El riesgo que suponía el ponerse en contacto con
la familia les obligaba a mantenerse alejados de ella. Creyeron que la ocasión
estaba de su parte durante la celebración de las ferias, pero alguien les delató
y tuvieron que desistir de su empeño. Era el año 1943. Al año siguiente, en
febrero, el jefe de la partida, Miguel, cayó muerto tras un enfrentamiento con
la Guardia Civil. En diciembre de 1944 la partida fue capturada en Fuencaliente.
Tras los interrogatorios de rigor, torturas y palizas incluidas, no consiguieron
sacarles información. Manuela, con un brazo partido, salió de Villanueva para
ser encerrada en la cárcel de Ventas. Le fue conmutada la pena de muerte. Sus
compañeros, Alfonso y José Antonio Cepas El Lobito, sufrieron peor suerte.
Durante su cautiverio murieron su hijo Juan, con diecisiete
años, y su padre, que también había sido huésped de la Cárcel de
Valencia doce años. Manuela
recuperó la libertad en 1961. Había cumplido cuarenta y un años.
Cuando
A. Rodrigo la entrevistó para su biografía, le contó que durante sus años de
presidio aprendió a leer y a escribir y que le enseñaron también a coser, con
lo que pudo ayudar a su madre mientras estuvo presa. Desde su casa de Villanueva
de Córdoba hace recuento de su vida. El cuerpo cansado, dolorido por las
penalidades y las antiguas palizas. La mente lúcida y el recuerdo presente de
sus luchas.
B
i b l i o g r a f í a
MORENO
GÓMEZ, F. Córdoba en la posguerra (La represión y la guerrilla, 1939-1950),
Francisco Baena Editor, Córdoba, 1987.
RODRIGO,
A. Mujer y exilio. 1939 (Pról. de M. Vázquez Montalbán), Compañía
Literaria, Madrid, 1999.
Rosa
María Ballesteros García. Universidad
de Málaga.
Más información sobre Manuela Díaz Cabezas en su página de BMA
De padre cordobés y madre
catalana, Josefina Molina vivirá desde su nacimiento en un ambiente pequeño-burgués,
relativamente desahogado, en el que la profesión de su padre como comerciante
de droguería y calzados en los difíciles años de posguerra y la inestimable
ayuda de su madre no sólo en las labores caseras sino cuando era necesaria su
presencia en alguna de las tiendas, le permitirán asistir primero al colegio de
los Hermanos de La Salle y más tarde al de las Escolapias de Santa Victoria,
donde cursará los estudios de Bachillerato y la Reválida, algo que su padre en
cierta manera consideraba innecesario para una mujer, pero que alentó la madre
en el convencimiento de que de una buena instrucción derivaban mayores cotas de
libertad personal, lo que a Josefina le vendría muy bien en su vida futura.
Recuerda como primeros
juguetes un «Cine-Nic» cuya manivela manejaba su hermano, pero que a ella le
permitía extasiarse ante unas imágenes en movimiento que vería perfeccionadas
en la gran pantalla cuando con su familia asistía al cine a las sesiones de las
cuatro de la tarde; en ellas encontraba terapia y divertimento, así como en la
lectura de los cuentos de Calleja, las Aventuras de Guillermo, una biografía de
Marie Curie -su heroína algún tiempo- regalo de su hermano y los Episodios
Nacionales de Galdós, todo un descubrimiento a sus 13 años.
Las prácticas del Servicio
Social, entonces obligatorio, en el «Orfanato Santa Rosa», su voluntariado en
las Damas de la Cruz Roja en tareas de enfermería, eran simultaneadas con la
asistencias a las sesiones del «Cineclub Senda», al que asistían con
asiduidad jóvenes que más tarde formarían parte de la intelectualidad
cordobesa, así como también al «Cineclub del Círculo de la Amistad»: El
río en el cine Góngora, film dirigido por Jean Renoir estaría en los
inicios del irresistible atractivo que en adelante sentiría por el séptimo
arte. Pero antes debió pasar por el mundo del teatro, cuando en el progresista
«Círculo Juan XXIII» de Córdoba, se convirtió en co-fundadora del «Teatro
Ensayo Medea», para el que dirigiría como primicias de ambos la clásica del
feminismo Casa de Muñecas de Ibsen; el estreno en el Salón Liceo del Círculo
de la Amistad lo recuerda como un cúmulo de contratiempos a causa de la mala acústica
del local, la impericia del grupo teatral y la reacción confusa de un público
numeroso, gran parte del cual no entendió o no quiso entender el mensaje que
desde las tablas se les mandaba. Otras puestas en escena, hasta cuatro,
siguieron a las anteriores.
En 1962 va a entrar en
contacto con el mundo radiofónico a través de la emisora «Radio Vida», en la
que participó con el espacio semanal «La mujer y el cine» dentro del programa
Vida de espectáculos. El año 1963 sería el de su marcha a Madrid para
cursar los estudios de Ciencias Políticas pero, en realidad, era para poder
ingresar en la Escuela Oficial de Cinematografía, vocación mal comprendida por
su familia por considerarla tan fuera de los cauces considerados habituales para
una mujer, y en la que, gracias a su empeño, y tras aparcar los estudios de
Ciencias Políticas, consiguió ser la primera que obtuviera en España el título
oficial de Directora de Cine, profesión que a partir de ese momento ejercerá
con asiduidad y rigor, simultaneándola con la de realizadora de televisión.
Trabajó en TVE desde 1966
hasta 1982 en que pide la excedencia escudada en la socorrida frase «motivos de
salud», aunque la realidad fuera otra. Entre su primer documental realizado
para el medio televisivo, Cárcel de mujeres con el trasfondo de la cárcel
de Carabanchel madrileña, y sus últimos trabajos, su cámara y con ella su
mirada han contribuido a realizar espacios tan apreciados como algunos de la
serie Paisajes con figuras de la mano de Antonio Gala, los de Ésta es
mi tierra, presentados por Saramago, Ana Mª Matute, Castilla del Pino o
Luis Landero.
Las grandes plumas, a través
del espacio Hora 11, la convirtieron en guionista de obras de Kafka, Guy
de Maupassant, E.A. Poe, Platón, Dostoievski, H. Von Kleist, Pereda, Lope de
Vega, Goldoni, Gorki, Chejov... Ha estado igualmente presente en otros de tan
reconocido prestigio y aceptación de público como Estudio 1, Teatro
de siempre, Novela... De todos ellos, sería la serie titulada Teresa
de Jesús, coproducción de RTE/RAI, en colaboración con Carmen Martín
Gaite y Víctor García de la Concha, quien lanzara su nombre al reconocimiento
del gran público. Su calidad como cineasta será reconocida con la concesión
del Premio Italia y el ser nombrada «Serie del Año en la 29 Semana
Internacional del Cine de Valladolid». Seguirán otras coproducciones y su
despedida del medio televisivo, por el momento la ha hecho con la adaptación de
Entre naranjos, junto a Martínez de León, la novela de Blasco Ibáñez
estrenada en 1998. Su última tentativa fue un fallido proyecto de serie
televisiva Los papeles de Bécquer (2000).
Entre rodaje y rodaje, el
teatro le abrió las puertas con la adaptación de Cinco horas con Mario de
M. Delibes (1979) que gozaría de inusitado éxito de público. Le siguieron
cuatro obras más, adaptaciones de autores clásicos y modernos estrenadas en
primer momento en los teatros madrileños. El cine, su gran pasión, daría pie
a la dirección de una serie de obras en las que figura como más conocidas Vera,
un cuento cruel (1973) y Esquilache (1989); por el momento ha cerrado
el ciclo con La Lola se va a los Puertos (1993), que supuso un cambio
radical en lo que habían sido sus líneas habituales en temas y estilo.
Dice no sentir especial
predilección por ninguno de los medios citados, sino que más bien se deja
llevar por las exigencias del tema y las posibilidades de comunicarse que cada
uno le brinda.
No puede extrañarnos, pues,
que ante tamaña y rica obra de creación, fuera merecedora en 1995 de la
Medalla de Andalucía.
Mª
José Porro Herrera. Universidad de Córdoba.
19
Nació en Villanueva de Córdoba,
en una familia labradora y vivió su infancia en un ambiente rural cuyos ritos y
costumbres despertarían muy pronto un sentido crítico asociado a una
conciencia feminista donde el paisaje nunca fue objeto de disfrute sino
escenario de injusticias sociales. Pero Juana Castro, que nació con vocación
de escritora gozando ya cuando las tareas escolares se concretaban en
redacciones libres, hubo de esperar, dedicada primero a cursar estudios de
Magisterio y a ejercer la profesión inmediatamente después por el Norte de la
provincia hasta recabar definitivamente en la capital, todo ello antes de ver
publicado en 1978 su primer libro al que tituló Cóncavamujer; con él
ingresaría oficialmente en el mundo de la literatura y por él recibiría las
primeras críticas de quienes se vieron sorprendidos con la lectura de unos
versos en los que la mujer llenaba todo, si bien se encontraban ante una visión
radicalmente distinta a las que venía proporcionando el imaginario tradicional.
Una nueva voz se afirmaba como sujeto, transgredía tanto desde la desolación
como desde el gozo, señalando conductas represoras.
Juana Castro, ya en Córdoba,
buscó relacionarse con quienes podía sentir cercanos por coincidir en su mismo
amor por la palabra escrita: fueron los elegidos los poetas que por aquel
entonces -1976- formaban el grupo Zubia, para posteriormente transitar en
soledad buscando nuevas fórmulas poéticas sin abandonar por ello el que fuera
el tema fundamental: la defensa de la mujer. Sus múltiples lecturas realizadas
de forma autodidacta a partir de la revista catalana Vindicación Feminista,
le sirvieron de modelo para la comprensión elaborada de lo que desde hacía
mucho tiempo ella había vislumbrado y hecho suyo: la afirmación de la mujer
desde su mismidad.
Desde su aparición en público,
Juana Castro debió responder innumerables veces a la pregunta de sí se
consideraba feminista, porque el calificativo ha sido lanzado contra ella en
ocasiones como arma censora con la que rebajar el encendido lirismo de su
palabra. La respuesta ha ido siempre en la misma dirección: el feminismo como
obsesión, como compromiso, como opción de vida, sentido de manera visceral con
la clara intención de dejar sentado de una vez el sentido trágico de la
condición humana en general y de la relación intersexos en particular, el
descubrimiento de una identidad tan dolosa como afirmativa y radiante. Cada uno
de sus libros, cada uno de sus artículos en la prensa sea cual sea la cabecera
que la acoja -diario Córdoba, La Voz de Córdoba, El Día de Córdoba...-
supone una vuelta de tuerca en la que se imbrican presente y pasado, tradición
y actualidad, algo que le permite reservar el género poético para la cuidada
elaboración de sus tesis feministas en cuya exposición recurre a los grandes
mitos, al despliegue de un lenguaje neobarroco, selecto, preciso y meditado, a
la imagen colorista elaborada, pletórica de sensibilidad y en proceso de
simplificación en aras de una sobriedad recientemente vislumbrada, a la
utilización de un verso libre, acorde con el tono del poema o del conjunto del
libro del que forma parte, mientras que por otro lado la excelente prosa de sus
artículos periodísticos la reserva para verter en ella la ironía sutil, el
dardo hiriente de su opinión nunca aherrojada.
La crítica han querido ver en
su poesía un fuerte contenido autobiográfico, lo que no deja de ser cierto en
obras como Del dolor y las alas (1982) escrito a raíz de la muerte de su
hijo, Paranoia en otoño (1983) reflejo de un intenso sentimiento
amoroso, pero no se olvide que para Juana Castro toda poesía hay que entenderla
como «un medio de conocimiento de mí misma y del mundo que me rodea. En el
proceso de la escritura es donde voy encontrando las respuestas a la vida», de
lo cual se deduce que cada libro salido de su pluma es una concesión a las
preocupaciones del momento y al clímax poético que la embarga, «desde la
carne» de la mujer que sufre, goza o se dispone a vivir y a rememorar la
infancia pasada que no es otra que la repetición de otras muchas infancias
anteriores que la identifican como un eslabón más de una genealogía femenina
familiar y literaria.
Con Narcisia (1986),
Juana Castro deifica lo femenino; en Arte de cetrería (1989) se impone
el goce del cuerpo amado y del sometimiento como nueva fórmula de dominación; Fisterra
(1992) renueva sus raíces rurales y pueblerinas porque es en el fin de la
tierra donde se puede llegar a desvelar el misterio de la existencia. No
temerás (1994) refuerza su siempre voluntad transgresora; en Del color y
los ríos, se desnuda de las galas barrocas para transitar por el lenguaje
medido conciso del mundo rural, donde la memoria colectiva de mujeres anónimas
ofrece a la autora experiencias femeninas pocas veces cantadas por la literatura
canónica. Su último libro se titula El extranjero (Adonais, 2000) y ha
merecido el Premio «San Juan de la Cruz»; anteriormente recibió los premios
«Juan Alcaide» (1983), el «Juan Ramón Jiménez», «Carmen Conde» (1994);
fue finalista del Premio Nacional de Poesía (1990), todos ellos en
reconocimiento a su labor poética. No menos distinguida ha sido su obra en
prosa, que han merecido el «Premio Nacional de
Imagen de la Mujer en los
Medios de Comunicación» (1984), por su serie «La voz en violeta», en el
desaparecido La voz de Córdoba, y el «Carmen de Burgos» (1996), por
los artículos en la prensa periódica.
Ha promovido asociaciones de
mujeres, coordinado publicaciones y congresos poéticos y no cesa en su
actividad feminista, a la que aporta su experiencia y su indudable calidad
literaria. Se siente tentada por la prosa; siempre habla de una inminente novela
que esperamos con verdadero interés.
Mª
José Porro Herrera. Universidad de Córdoba
5
Antonia
Alcaide López [1943-
]
Antonia Alcaide López nació hace 60 años y vive con su marido, Manuel Carrasco Priego, y sus seis hijos en la calle Hermanos Bautista de Morales nº 4 de Montilla (Córdoba).
Como madre y ama de casa se dedica a la educación de sus hijos, al cuidado y atención de las tareas domésticas y todavía encuentra tiempo en su quehacer diario para ayudar, con ilusión y esperanza, al pueblo saharaui de Tinduf, situado en la zona desértica del suroeste de Argelia.
Desde que, hace tiempo, Antonia viera un programa de televisión sobre el Sahara y los saharauis, quedó impresionada con las imágenes de unos niños que aparecieron en el mismo. A partir de ese momento no ha dejado de preocuparse por ayudar a los niños y niñas saharauis.
Intentó en varias ocasiones acoger en su casa a un niño saharaui pero, por distintas razones, no pudo. Contactó con Manuel Carrasco, presidente de la asociación cordobesa “Amigos de los Niños Saharauis” quien posibilitó que Antonia acogiese en su casa a una niña durante un verano. A partir de aquí, visto el interés y la preocupación que Antonia sentía por este problema, el presidente le propuso que fuese la coordinadora en Montilla de dicha Asociación.
Antonia acepta la propuesta, se rodea de otras personas con la misma sensibilidad social y se ponen a trabajar. Su misión consiste en recoger dinero y alimentos no perecederos (azúcar, aceite, arroz ... ) para enviarlos, a través de la asociación cordobesa, a los campamentos de Tinduf. Tanto Antonia como las personas que colaboran con ella, entre los cuales también se encuentran su marido y sus hijos, dedican muchas horas durante todo el año a su labor de ayuda al pueblo saharaui, realizando actividades, contactando con centros educativos, empresas montillanas, asociaciones de todo tipo, organismos públicos, etc., pidiendo ayuda y colaboración para hacer posible esta bonita labor.
Ha acogido en su casa a dos niñas y ha viajado, haciendo un esfuerzo económico considerable, hasta Tinduf en donde ha convivido cuatro días con la familia de una de las niñas que estuvo acogida en su casa hace varios veranos.
De este viaje tiene una
experiencia inolvidable ya que ha comprobado lo poco que tienen y lo felices que
son compartiendo “este poco”. Por ello, Antonia vive con
ilusión cada día que amanece y trabaja para
el pueblo saharaui y para su familia, que la apoya en todo momento y que la
anima a diario para que continúe la magnífica labor que viene desarrollando a
favor de “sus otras familias” y de “sus niños saharauis” de los
campamentos de Tinduf, en el suroeste de Argelia.
Y de
esta manera, además de la ayuda económica, cada verano, gracias al trabajo de
Antonia y de sus colaboradoras, son muchos los niños saharauis acogidos por
familias montillanas con las que pasan un agradable verano librándolos de
padecer las altas temperaturas que se alcanzan en el desierto y conviviendo y
disfrutando unos de otros, quedando en ambas partes recuerdos imborrables.
Información
Entrevista
realizada a Antonia por dos alumnas de 5º nivel del COLEGIO SAN JOSÉ DE
MONTILLA (CÓRDOBA) Mª
Ángeles Espejo Sánchez - Carmen Belén Varo Carrasco
6.
María
Feliz y Luciana de Cueto y Enríquez de Arana, (Las Cuetas) [1691-1766]
[1694-1775]
El origen de la familia Cueto y Enríquez de Arana se encuentra, por línea materna, en Montilla, y por línea paterna, en la malagueña villa de Coín, ciudad en la que vivieron Juan de Cueto y María de Varo y Molina, quienes se trasladaron a Córdoba, donde nació el hijo de ambos, Jorge de Cueto.
Jorge de Cueto, escultor como su padre, se afincó en Montilla atraído posiblemente por la gran demanda de trabajo que en ese tiempo existía en la ciudad, capital, entonces, del Marquesado de Priego. En Montilla conoció a la que sería su esposa, doña Inés María Pantoja y Enríquez de Arana, nacida en 1663, que era hija de Jorge Luis Cañete y Roa y de Jerónima Enríquez de Arana. El matrimonio tuvo 7 hijos, siendo la tercera de ellos María Feliz, nacida en 1691, y la cuarta, Luciana, que vino al mundo en 1694. Las dos hermanas, dotadas de idéntica sensibilidad artística, llegarían a ser notables imagineras.
Tras la muerte de Jorge Cueto, la esposa e hijos trasladaron su domicilio a la calle Alta y Baja, junto al antiguo colegio de niñas huérfanas de San Ildefonso, hoy denominado San Luis y San Ildefonso. En esta casa pasaron la mayor parte de su vida familiar y artística. La tradición popular cuenta que en este lugar ponían a secar las imágenes que ellas trabajaban, y que era tal la maestría que alcanzaron en el modelado que, en no pocas ocasiones, realizaron los moldes mientras conversaban con personas que las visitaban.
Los primeros trabajos documentados datan de 1727, y consistieron en unas pinturas para
la Iglesia patronal de San Francisco Solano de Montilla. Para este mismo templo se realizó
la Imagen de Jesús de Medinaceli, conocido popularmente como “El Rescatado”, que presenta una serie de características que la hacen atribuible a las hermanas Cueto.
En esta misma iglesia se encuentran también otras dos obras de Las Cuetas: la imagen de San Ignacio de Loyola y la de San Francisco Javier. En 1739, por encargo de Lucas Jurado y Aguilar, mayordomo de la cofradía del Rosario, realizaron la talla de la Virgen
del Rosario. En 1741, para la procesión claustral que la cofradía organizaba en las fiestas de la Purificación, realizaron la imagen de la Virgen de la Candelaria.
El presbítero Antonio Jurado
y Aguilar, autor de un manuscrito que data de 1776, cita varias veces en su obra
a las hermanas Cueto informando de la fama que adquirieron tanto en el Reino de
Córdoba como fuera de él. En esta obra, afirma el mencionado presbítero
que las escritoras realizaron varios trabajos para los padres franciscanos del
monasterio de San Lorenzo, que se encontraba en las afueras de Montilla.
Entre
las imágenes realizadas por Las Cuetas para este convento están la talla de
vestir de San Juan de Capistrano y San Luis Obispo. Así mismo, llevaron a cabo
la restauración de la Inmaculada Concepción, imagen que puede datarse del
siglo XIII y que las escultoras revistieron con encolados y revisaron la
mascarilla de cara y manos.
La
cercanía de la vivienda de las escultoras a los monasterios de Santa Clara y de
Santa Ana favoreció la proliferación de encargos que las artistas montillanas
recibieron tanto de los mencionados conventos como de los familiares de las
religiosas, para los que realizaron imágenes devocionales de suave textura, de
tamaño inferior al académico, la mayoría Niños Jesús, para regalar a las
novicias que ingresaban en estos conventos de orden monástica.
El
traslado de su hermana Inés Francisca, junto con su familia, a Aguilar de la
Frontera favoreció la relación de las artistas montillanas con este ciudad.
Varias son las obras conservadas en la antigua Poley que se atribuyen a Las
Cuetas como las imágenes de San José, que se venera en la parroquia del Cristo
de la Salud, y la de Ntra. Sra. del Rosario, patrona de Mori1es, población que
perteneció a la villa de Aguilar, desde la que debió ser trasladada.
La
amistad que tenía la familia Cueto con el presbítero Jerónimo Martínez
Espinosa de los Monteros les llevó a realizar varios trabajos para éste. En
1740, por orden del obispo de Córdoba D. Pedro de Salazar, recibieron el
encargo de realizar la cabeza y manos de la imagen de la Inmaculada Concepción
que hoy se venera en la parroquia de Santiago.
El
11 febrero de 1766, poco después de otorgar testamento, fallece María Féliz
de Cueto y Enríquez de Arana. Sólo así pudo romperse una unión de trabajo
mantenida durante decenios por las hermanas Cueto en su prestigioso taller.
El
15 de febrero de 1775, falleció doña Luciana, la menor de las imagineras. La
parroquia de Santiago acogió su cuerpo y parece lógico pensar que sus restos
se depositaron junto a los de su padre, en la capilla de Ntra. Sra. del Rosario.
Muchos
son los elogios que se han dedicado a lo largo de los siglos a las escultoras
montillanas. A modo de ejemplo citamos las palabras de su contemporáneo, el
presbítero Antonio Jurado y Aguilar quien afirma “como son y como fueron las
señoras Cueto, que en escultura, perfección, simetría de las imágenes apenas
se le encuentra cotejo en las dos Andalucías, llenas ambas de prodigiosas
hechuras sus virtuosas manos”.
Bibliografía
Jiménez
Barranco, Antonio Luis: María y Luciana de Cueto y Enríquez de Arana. Las
Cuetas.
Montilla,
Excmo. Ayuntamiento, 2000.
Alumnos,
alumnas y tutor de 5º nivel de Educación Primaria. C.E.I.P. San José de
Montilla (Córdoba).
7.
Nieves
López Pastor [1900?-1978]
Nace en Cabra, en los primeros años de 1900. Consigue el bachillerato en el instituto de Cabra, cursa por libre en Madrid Licenciatura y estudios de Doctorado en Derecho y Licenciatura y estudios de Filosofia y Letras, Sección de Historia. Realiza como tesis: La mujer en la época de Séneca.
Llega a Villanueva del Arzobispo en el curso 1946-47 e imparte clases de Literatura, Arte y Filosofía. El colegio de Segunda Enseñanza, por el que ella tanto luchó y al que siempre defendió, cobra gran esplendor. Contribuye a que numerosos alumnos y alumnas de familias modestas puedan, en tiempos difíciles, iniciarse en sus estudios superiores y finalizar una carrera.
Reorganizó la biblioteca municipal de Villanueva en 1947, pues se habían dispersado sus fondos durante la guerra; partiendo de 250 volúmenes, hoy cuenta con más de 5.000.
En 1955, con motivo de la celebración del cincuentenario de la muerte del escritor Juan Valera, obtiene el primer Premio en el concurso convocado por la asociación “Amigos de Juan Valera” con el tema Narraciones, basado en la obra del escritor y paisano de Nieves.
Su labor poética se publicó en diversos periódicos y revistas; también publicó el libro de poemas Ala al Viento, en compañía de otros autores de la época. En dicho volumen apareció un “Auto de Nacimiento”, de sabor navideño, y poemas dedicados a Miguel de Unamuno, Antonio Machado, etc. Aún así, existe una extensa obra poética inédita.
También profundizó en la investigación histórica, centrada en Villanueva del Arzobispo.
Manejó legajos y manuscritos que reunió en la obra Aportación a una posible historia de Villanueva de Arzobispo, con datos de innegable interés. También permanece inédita. Mereció la amistad de destacadas personalidades del mundo intelectual de España y especialmente de Hispanoamérica, como la poetisa chilena Gabriela Mistral, o el cubano Hernández Catá.
Una de sus mayores alegrías,
después de su jubilación, fue un homenaje sencillo, pero sincero, que cientos
de personas le tributaron el 8 de Septiembre de 1973 en el Santuario de la
Fuensanta de Villanueva del Arzobispo.
Ha
quedado como dicho popular, dada su gran cultura: “ Sabes más que Doña
Nieves” , que se repite en los demás pueblos de la comarca de Las Villas.
-
Existen en Villanueva del Arzobispo, un Instituto, una Asociación Cultural y
una Calle que llevan el nombre de Doña Nieves López Pastor.
Murió
en Úbeda, en la madrugada del Jueves al Viernes Santo, el 23 de Marzo de 1978.
Información
-
Manuel López Fernández, Cronista Oficial de Villanueva del Arzobispo y discípulo
de Doña Nieves.
-
Artículos publicados en los diarios La Opinión y El Egabrense de Cabra, ciudad
natal de nuestra prolífica autora.
Colegio Público Nuestra Señora de la Fuensanta de Villanueva del Arzobispo(Jaén).
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