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GRANADA

Estas versiones han sido tomadas de Mujeres 2000 y Mujeres 2003 
Dentro de las sección 8 de marzo. Día internacional de la Mujer de Averróes. Red Telemática Educativa de Andalucía

Mantienen el texto original, pero al ser aquellos de una gran extensión (cada provincia ocupando en formato PDF entre 6 y 16 mega)  dificultaba su acceso. Esa versión original tiene una imagen de cada una de las personas biografiadas.

 

Hafsa bint al-Hayy al-Rakuniyya [1135-1191]  Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

Aixa [segunda mitad del siglo XV]  Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

Catalina de Mendoza [1542-1602]  Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

Mariana Pineda Muñoz [1804-1831] Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

Eugenia de Montijo [1826-1920]  Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

Berta Wilhelmi [1858-1934]  Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

Joaquina Eguaras Ibáñez [1897-1981]  Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

Matilde Cantos Fernández [1898-1987] Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

Elena Martín Vivaldi [1907-1998]

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Hafsa bint al-Hayy al-Rakuniyya [1135-1191]

Hafsa es una de las poetisas arábigo-andaluzas más famosas de al-Andalus, y la más celebre de Granada. Hija de un noble de origen beréber, rico e influyente personaje de esta ciudad, nació hacia el año 1135 (año 530 de la Hégira), según la mayoría de sus biógrafos, en la ciudad de Granada. Allí pasó su infancia y juventud en un contexto de intensa agitación política, que asistió a la caída del Imperio Almorávide y la instauración del Califato Almohade.

Alabada por su cultura e ingenio, al igual que por su belleza, estas cualidades lepermitieron ocupar pronto un lugar destacado en la Corte almorávide de Granada, donde desarrolló una intensa actividad literaria y educativa, y alcanzó rápidamente la fama. Célebre también fuera de Granada, fue enviada a Rabat (1158) con un grupo de poetas y nobles granadinos ante el califa Abd al-Mumin, quien le concedió el feudo de Rakuna, cerca de Granada, epónimo del que procede el nombre con el que fue conocida la poetisa, al-Rakuniyya.

Sería en el ambiente cortesano de Granada donde conocería al poeta granadino Abu Yafar ibn Said, del ilustre linaje de los Banu Said, con el que inició una pública

relación amorosa hacia el año 1154. A raíz de esta relación, ambos amantes desarrollaron un intenso intercambio de poemas amorosos, que se han conservado hasta nuestros días. Asimismo sus amoríos fueron cantados por los poetas de su grupo literario. La situación se complicó en el año 1156, cuando llegó a Granada el gobernador almohade, el príncipe Abu Said ‘Utmãn, hijo del Califa Abd al-Mumin, quien se enamoró de la poetisa. En un principio, Hafsa rechazó al gobernador, pero finalmente se convirtió en su amante, quizá cansada de las veleidades amorosas de Abu Yafar o por presiones del príncipe hacia ella o su familia. Esta situación originaría un conflictivo triángulo amoroso. Abu Yafar, que había sido amigo y secretario del príncipe, hizo a éste objeto de sus sátiras, y acabó participando en una rebelión política contra el gobernador, razón por la que éste lo mandó encarcelar y finalmente crucificar en el año 1163, en Málaga.

Hafsa lloró la prisión y la muerte de su amante en sentidos versos y llegó a llevar luto de viuda por él, a pesar de las amenazas del gobernador. Se retiró de la Corte, abandonando finalmente la actividad poética y centrándose, a partir de entonces, en la enseñanza. Vivió de este modo durante una parte importante de su vida, hasta que, hacia el año 1184, aceptó la invitación del Califa Yaqud al-Mansur y se dirigió a Marrakech para dirigir la educación de las princesas almohades. Allí permaneció hasta 1191, año de su muerte.

Hafsa es la poetisa arábigo-andaluza de la que se conserva un mayor volumen de su producción poética, gracias, sobre todo, al interés de sus biógrafos y de la familia Banu Said. En total, han llegado hasta nuestros días diecisiete poemas, de gran calidad literaria. Heredera de la tradición poética árabe, sin embargo, Hafsa, al contrario de lo que es habitual en ésta, es capaz de expresar, con gran belleza, sus sentimientos reales en un leguaje llano y espontáneo. La mayoría de sus versos  son de tipo amoroso, dirigidos a Abu Yafar, aunque hay algunos satíricos y de elogio a Abu Said, alcanzando la cima de su inspiración en aquéllos en los que se lamenta de la prisión y muerte de su amante. Muestra de las mujeres independientes y cultas de la época de esplendor de al-Andalus, Hafsa fue muy respetada, a pesar de sus aparentes libertades, en su época y por los biógrafos posteriores, que la consideraron como una gran poetisa. Ibn al-Jatib dijo de ella: «Granadina, fue única en su tiempo por su belleza, elegancia, cultura literaria y mordacidad».

 B i b l i o g r a f í a

GARULO, T.: Diwán de las poetisas de al-Andalus . Madrid: Hiperión, 1986, pp. 71-85.

DI GIACOMO, L.: «Une poétese andalouse du temps des Almohades: Hafsa bint al-Hayyj al-Rakuniyya»,

Hesperis, 34 (1947), 9-101.

Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

 

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Aixa [segunda mitad del siglo XV]

Aixa (o Fátima, según algunos autores) Bint Muhammad Aben al-Ahmar, apodada «la Horra» («la Honesta»), madre del último rey de Granada, es sin duda, una de las personalidades femeninas más célebres de la historia de Al-Andalus, a pesar de los pocos documentos que tenemos sobre su vida e incluso de la polémica surgida en torno a su nombre verdadero.

Al parecer, Aixa era hija del rey de Granada Muhammad X el Cojo, aunque según algunos autores lo era de Muhammed VIII el Zurdo. En todo caso, procedía de la familia real de Granada y debía de gozar de considerable patrimonio y prestigio por sí misma, que explicarían su notable influencia pública posterior. Según un documento aportado por Luis Seco de Lucena, recibió de su hermana Umm al-Fath la alquería de Sujayra (hoy Zujaira), que vendería el 3 de octubre de 1492 al caballero cristiano D. Luis de Valdivia por el precio de dos mil quinientos reales de plata, alquería que pasaría luego a ser propiedad de los Reyes Católicos. En la misma ciudad de Granada, poseía el palacio de Dar al-Horra y, en las afueras, Alcázar Genil, lugares donde pasaba sus períodos de recreo.

Aixa fue durante unos veinte años la sultana consorte del rey Abu l-Hasan Alí, conocido como Muley Hacem en las crónicas cristianas, con el que tuvo dos hijos varones, Abu Abd Allah Muhammad (conocido en las fuentes castellanas como Boabdil) y Abu-l-Hayyay Yusuf, y una hija llamada Aixa. Pero el sultán se enamoró

de una esclava cristiana llamada Isabel de Solis, que tomó el nombre de Soraya al convertirse al Islam, y con la que tendría dos hijos varones, hasta tal punto que acabó por desbancar a Fátima de la condición de sultana y confinarla en habitaciones menos regias.

Hacia 1484, los celos, la rivalidad entre Aixa y Zoraya, el temor por la sucesión de sus hijos, junto con la desconfianza ante las intenciones del sultán, instaron a Aixa a participar, con la facción aristocrática de los Abencerrajes, en una conspiración para destronar a su esposo y poner en su lugar a su hijo Boabdil. Tras liberar a éste de una de las torres de la Alhambra, donde su padre lo tenía preso, Aixa incitó a Boabdil y su hermano Yusuf a huir a Guadix, donde el primero fue proclamado rey. Poco después, tras una sangrienta guerra civil, el 5 de julio de 1482, Boabdil era proclamado rey de Granada. Aixa volvió a intervenir con tenacidad y firmeza en 1483, cuando su hijo cayó prisionero de los cristianos en la batalla de Lucena, y ella negoció su liberación. Poco se sabe de su vida en los siguientes años, pero debió de seguir -y de implicarse muy de cerca en los agitados y decisivos acontecimientos que estaban teniendo lugar en Granada: las pretensiones al trono de El Zagal, su cuñado, y el hostigamiento constante de las tropas cristianas. Aixa se convirtió en el alma de la resistencia contra éstas.

Cuando la ciudad se rindió a los Reyes Católicos el 2 de enero de 1492, Aixa partió al exilio con su hijo, primero al señorío de Andarax, en la Alpujarra, y después, en octubre de 1493, a la ciudad marroquí de Fez, donde seguramente le sobrevendría la muerte.

Mujer enérgica y de carácter fuerte y acusada personalidad, el retrato que de ella hacen las fuentes castellanas es el de una persona de arrebatos pasionales y genio viril. Su agitada vida ha dado lugar a ser utilizada como tema recurrente en la literatura hasta nuestros días. En realidad, fue una mujer capaz de tomar importantes decisiones que influyeron en la evolución política del reino, para asegurarse la sucesión de su hijo primogénito al trono de la Granada nazarí. En suma, Aixa luchó por sus derechos y los de sus hijos con una firmeza inusual en una mujer del siglo XV, una lucha que la literatura romántica convirtió en un drama de pasiones, celos y venganzas.

 B i b l i o g r a f í a

MARTÍNEZ, C. et al. (Dir.): Mujeres en la Historia de España. Enciclopedia biográfica. Barcelona: Planeta, 2000, pp. 205-206.

SANTIAGO SIMÓN, E.: «Algo más sobre la sultana madre de Boabdil», en Homenaje al profesor Darío Cabanelas Rodríguez, o.f.m. con motivo de su LXX aniversario. Granada: Universidad, 1987, t. 1, pp. 491- 495.

 Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

 

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Catalina de Mendoza [1542-1602]

Pintora, escritora, beata, mujer de gran cultura, pertenecía a la noble y poderosa familia de los Mendoza, linaje que durante el Renacimiento había asumido los ideales humanistas y desarrolló un intenso mecenazgo cultural, patente en especial en el marquesado de Mondéjar, donde nació Catalina de Mendoza.

Hija de D. Íñigo López de Mendoza, cuarto marqués de Mondéjar, nació en Granada el 5 de febrero de 1542. Desde los tres años, se crió en casa de sus abuelos, D. Luis Hurtado de Mendoza y Dña. Catalina de Mendoza y Pacheco. Allí fue instruida en las ciencias, la religión, los idiomas, la música, el dibujo y la pintura.

Asimismo, se dedicó a la lectura de obras piadosas, especialmente los libros de

Fray Luis de Granada.

Ocupó un lugar destacado en la Corte, como dama de honor de la influyente Dña. Juana de Austria, hermana de Felipe II. Casó, por poderes, con el conde de la Gomera, pero, antes de que se consumara el matrimonio, teniendo conocimiento de que su esposo le era infiel, solicitó a Roma la disolución, que consiguió. Este desengaño amoroso tuvo una importancia crucial en su vida, que, a partir de entonces, se centraría en la religiosidad. Solicitó la dispensa para ingresar como religiosa en un convento jesuita y llegó a hacer sus votos, pero no a ingresar. A pesar de ello, mantuvo su voto de castidad.

Cuando en 1571 Felipe II nombró a su padre Capitán General del Reino de Nápoles, Dña. Catalina se hizo cargo del gobierno y administración de su patrimonio. Cuando su padre regresó, le solicitó su autorización para disponer libremente de su herencia.

Como era tradicional en su estirpe, dedicada a la realización de obras de beneficencia, como la fundación de hospitales y orfanatos, y a la promoción de la religiosidad, dotando bienes para la fundación de conventos y la celebración del culto, hizo donación de su herencia a la Compañía de Jesús para la fundación del Colegio de Jesuitas de Alcalá de Henares, del que fue, por tanto, su fundadora.

Catalina de Mendoza fue importante pintora y buena escritora. De su producción literaria cabe mencionar Coloquio que tuvo con Nuestro Señor el día que hizo votos, publicado en Vida y elogio de doña Catalina de Mendoza, Fundadora del Colegio de la Compañía de Jesús de Alcalá de Henares (Madrid: Imprenta Real, 1635), escrita por el P. Gerónimo de Perea, de la misma Compañía de Jesús.

Catalina fue, sobre todo, conocida como pintora, especializada en flores y bodegones, un tema, considerado menor en su época, muy practicado por las mujeres, ya que éstas solían quedar al margen de los círculos donde se canalizaban los grandes encargos de obras religiosas. También realizó algunos retratos, como el de su esposo, el Conde de Gomera, y el del pintor holandés Schalcken. Estilísticamente, su pintura se caracteriza por su gran minuciosidad y delicadeza, y sus cuadros se encuentran diseminados por diversos museos europeos.

Murió en Granada el 15 de enero de 1602.

 B i b l i o g r a f í a

DIEGO, E. de: La Mujer y la Pintura del XIX Español (Cuatrocientas olvidadas y algunas más). Madrid: Cátedra, 1987.

MARTÍNEZ, C. et al. (Dir.): Mujeres en la Historia de España. Enciclopedia biográfica. Barcelona: Planeta, 2000, pp. 309-310.

 Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

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Mariana Pineda Muñoz [1804-1831]

Heroína de la libertad, su vida dramática y su personalidad excepcional la han convertido, sin duda, en la granadina más celebre y que ha inspirado la mayor cantidad de literatura. Hija natural de María de los Dolores Muñoz y Bueno, de una

familia humilde de labradores de Lucena (Córdoba), y de Mariano Pineda y Ramírez, nacido en Guatemala y perteneciente a una noble familia, vino al mundo en Granada el 1 de septiembre de 1804. Ante el rechazo de su amante a contraer matrimonio, María Dolores decidió huir; pero Mariano le arrebató la criatura cuando sólo tenía ésta cuatro meses. Un año después, él murió, y Mariana fue entregada a su tío, José Pineda, administrador de su herencia, quien, tras despojar a la niña de todos sus bienes la dio en custodia al confitero José Mesa y su esposa Úrsula de la Presa. En este hogar, donde recibió una educación esmerada, permaneció Mariana hasta los catorce años.

Se casó a los quince años, el 9 de octubre de 1819, con Manuel Peralta, un joven

de Huéscar, militante del partido liberal. Tuvo el matrimonio pronto un hijo, José María. Movido por las dificultades económicas, Manuel quiso averiguar el paradero

de la herencia de su esposa, pero su silencio fue comprado por la entrega al matrimonio de un mayorazgo. Tuvieron otra hija, Úrsula María, y, poco después, murió el esposo, quedando Mariana viuda a la edad de dieciocho años. Para entonces, ya estaba comprometida con las ideas liberales.

Cuando en octubre de 1823 es proclamado rey Fernando VII, que restaura el absolutismo, la casa de Mariana Pineda se convierte en un centro clandestino de amparo y ayuda para los liberales. En 1828, en medio de una sangrienta represión, tiene lugar un hecho trascendental. Su tío, el presbítero Pedro de la Serrana, es encarcelado por sus ideas. Mariana acude a visitarlo a la cárcel y allí conoce a otros liberales, entre otros, el capitán Fernando Álvarez de Sotomayor. Condenado éste a muerte, Mariana idea un plan para rescatarlo. Entró en la cárcel el 26 de octubre, disfrazada de fraile capuchino y logró sacar a Fernando confundido entre otros religiosos que habían acudido al presidio aquel día.

Mariana continuó ayudando a los liberales y colaborando en la infraestructura de la resistencia, sirviendo de enlace entre los presos y sus familias, gestionando mejores condiciones y tramitando escritos en solicitud de indultos. Su actividad acabó levantando las sospechas del juez Pedrosa, que se afanó en encontrar pruebas que inculparan directamente a la joven. Arrestada, ésta se negó a confesar y a delatar a sus compañeros, por lo que, a falta de indicios claros, fue puesta en libertad. Pedrosa estrechó el cerco de vigilancia y la volvió a arrestar y liberar.

Detrás de este acoso se ha querido ver el despecho de un hombre enamorado y rechazado, pero también la consternación porque una mujer encabezara un movimiento político de protesta.

En aquella época murió su padre adoptivo, pero la pena no logró mermar su actividad antiabsolutista, así como sus contactos con Torrijos y otros revolucionarios, exiliados en Gibraltar. A comienzos de 1831, el poder real acomete una represión aún más radical e indiscriminada, al hilo de los rumores sobre levantamientos liberales.

Pedrosa encontró entonces la prueba incriminatoria de Mariana. A través de una delación, el juez supo que dos bordadoras del Albaicín estaban confeccionando, por encargo de la joven, una bandera con el lema «Igualdad, Libertad y Ley».

Pedrosa consiguió de las bordadoras la tela y logró que ésta acabase en la casa de Mariana. En el momento de su detención, el 13 de marzo de 1831, se hallaba en la casa de su madre adoptiva. Tras un arresto domiciliario de diez días, del que intentó infructuosamente huir disfrazada, fue confinada en el beaterio de Santa María Egipciaca, el llamado Convento de las Arrecogidas, donde pasó los últimos dos meses de su vida. Al amparo de una resolución real que le otorgaba plenos poderes en la causa contra Mariana Pineda, Pedrosa pidió la pena capital.

Todo el proceso fue un cúmulo de ilegalidades, de apaños e incumplimientos de las escasas garantías jurídicas sobre las que se sustentaba el poder. El juez le ofreció repetidamente el perdón a cambio de delatar a sus cómplices, pero siempre obtuvo la negativa de Mariana. Tres días antes de su ejecución, fue trasladada a la Cárcel Baja. Serena, ratificada en su firme resolución de no delatar a nadie, encomendó el cuidado de sus hijos. Escribió allí mismo a su hijo una carta en la que le decía que moría «en aras de la patria, de la libertad y de la santa causa de los derechos del pueblo». El día 26 de mayo de 1831 fue conducida a lomos de mula al Campo del Triunfo, donde fue ejecutada mediante el método del garrote vil. Al mismo tiempo, fue quemada ante sus ojos la bandera causante de su detención.

Mariana se convirtió en símbolo de la lucha por la libertad. Concluido el período absolutista, después del silencio forzoso que cayó sobre su nombre, en 1837, a propuesta de los diputados granadinos, las Cortes le decretaron una fiesta anual, que se celebró durante mucho tiempo. Tras errar por diversos lugares, sus restos fueron finalmente inhumados en la Iglesia del Sagrario. Hoy día lleva su nombre una plaza y su estatua está situada en uno de los lugares más representativos políticamente de Granada.

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 MARTÍNEZ, C. et al. (Dir.): Mujeres en la Historia de España. Enciclopedia biográfica. Barcelona: Planeta, 2000, pp. 632-635.

RODRIGO, A.: Mariana de Pineda, heroína de la libertad. Madrid: Compañía Literaria, 1997.

 Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

  

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Eugenia de Montijo [1826-1920]

Eugenia de Montijo nació en Granada, el 5 de Mayo de 1826, en el jardín de la casona familiar, en una tienda allí improvisada durante un terremoto, como a ella le gustaba re c o rd a r. Nacida en el seno de una ilustre familia, era la segunda hija de D. Cipriano de Guzmán, Conde de Teba, y de Dña. María Manuela Kirkpatrick, hija de un rico negociante escocés afincado en Málaga. Su padre, un liberal procedente de Galicia, que había servido en los ejércitos de Napoleón I, se había instalado en Granada a causa de los avatares políticos de la época, y a la sazón se hallaba en libertad provisional vigilada por su oposición al absolutismo de Fernando VII.

Fue bautizada en la Capilla Real de Granada, apadrinada por su tío Eugenio, Conde de Montijo, entonces líder de la logia masónica más importante de la ciudad.

Eugenia pasó en Granada los cuatro primeros años de su vida, para después trasladarse con su familia a Madrid. No obstante, siguió ligada a su tierra natal.

Durante su juventud, visitaba la ciudad con su padre, al que acompañaba en sus largos paseos a caballo, durmiendo al sereno o pasando la noche entre los gitanos, por cuya cultura se sintió fascinada. Asimismo, pasó largas temporadas con su madre en Lanjarón.

Por la fecha en que se instaló en Madrid (1830), murió su tío Eugenio, cuyo título de Montijo heredó la familia. Deseosa de figurar entre las gentes de la nobleza y los círculos artísticos, Dña. María Manuela promovió en su casa de Madrid continuas reuniones, tertulias y fiestas, siendo la introductora en España de los bailes de disfraces.

En 1839, murió D. Cipriano, lo que supuso un severo golpe para Eugenia, que estaba muy unida a él. A partir de entonces, se hicieron frecuentes las estancias en París y Londres, los viajes y la vida mundana. De carácter difícil, poco disciplinada, mimada, atrevida, romántica, excéntrica y con sentimientos de niña desgraciada, a los 11 años ya había intentado escapar de Londres con una joven princesa hindú.

Durante su juventud, conocida por su belleza y elegancia, se implicó en numerosos conflictos amorosos. En 1842 se enamoró de su primo, el Duque de Alba, pero

su madre lo había elegido para su hija mayor, Paca, y los casó. Boda que se dice la llevó a un intento de suicidio. A partir de entonces, son numerosos sus avatares amorosos, siendo pretendida por hombres de la más alta nobleza, y sin mostrar ningún interés por casarse.

Debido a las habladurías que corrían en Madrid acerca de sus excentricidades, su madre la llevó a París en el otoño de 1848, en medio de fuertes convulsiones políticas.

Aquel mismo año se había producido una revolución contra la monarquía de Luis Felipe y había asumido la Presidencia de la República Luis Napoleón, que en 1852 sería proclamado Emperador, con el nombre de Napoleón III. Eugenia vivió de cerca los avatares políticos y personales del emperador y, ayudada por su madre y por el escritor Próspere Merimée, emprendió un cerco amoroso a Luis Napoleón, que finalizó con éxito, a pesar de las reticencias de los ministros y la hostilidad de la familia del emperador. El enlace civil tuvo lugar el 29 de enero de 1853 en Las Tullerías, y al día siguiente la ceremonia religiosa en la Catedral de Nôtre Dame, convirtiéndose Eugenia en Emperatriz de los franceses.

Eugenia tuvo un hijo, Luis, en 1856, lo que le proporcionó un heredero a su esposo.

Fueron sus años de mayor prestigio y prosperidad, en los que procuró ser cada vez más aceptada en la Corte. En 1859 ejerció por primera vez la Regencia, durante una campaña de su marido en Italia. La oposición, que seguía llamándola despectivamente «la española», la empezó a acusar de intromisión en los asuntos de Estado. A pesar de ello, volvió a ocupar la Regencia en 1865. En estos difíciles años para el Imperio, que se veía seriamente amenazado, Eugenia se volcó más y más en la actividad pública. En octubre de 1869 inauguró, en el que sería su último gran acto solemne, el Canal de Suez. Asumió por tercera vez la Regencia en un momento en especial delicado, con el Imperio cuestionado dentro y fuera de Francia. El conflicto entre Francia y Prusia en 1970, que acabó con la derrota y prisión de Napoleón III en Sedán, puso fin a esta parte de su vida. Se llegó a decir que, en ese momento, Eugenia era «el único hombre» del Consejo de Ministros.

Logró escapar de París, antes de que entraran las tropas prusianas en la ciudad, refugiándose en la ciudad inglesa de Chislehurst, donde más tarde su reunió con ella su esposo.

Muerto Luis Napoleón en 1873, Eugenia de Montijo se afanó en promover la restauración del Imperio en la persona de su hijo Luis. Pero éste murió en África del Sur, en 1879, en el transcurso de una expedición inglesa contra los zulúes. A partir de entonces, Eugenia se dedicó a viajar por toda Europa, como ilustre y respetada exiliada, pero apartada ya de los avatares políticos.

En abril de 1920 decidió volver a España, con el pretexto de ser operada de cataratas por el famoso doctor Barraquer. Después de pasar por Algeciras y Sevilla, se instaló en Madrid, en le palacio de los Duques de Alba, donde murió el 11 de julio de 1920.

 B i b l i o g r a f í a

 DÍAZ PLAJA, F.: Eugenia de Montijo, Emperatriz de los franceses. Barcelona: Planeta, 1992.

SMITH, W.: Eugenia de Montijo, ¡qué pena, pena! Madrid: Espasa Calpe, 1991.

 Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

 

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Berta Wilhelmi [1858-1934]

Berta Wilhelmi nació en Heilbronn, en el seno de una acaudalada familia alemana. Hija de D. Fernando Wilhelmi y Dña.Carolina Heinrich, la familia poseía una fábrica de papel en Heilbronn y, al incendiarse ésta, Fernando, que era ingeniero e hijo de un primer matrimonio de D. Fernando, fue a Granada a montar dos fábricas de papel: una en el pueblo de Dúdar y otra en la capital, en el Paseo de la Bomba; y posteriormente una nueva fábrica, denominada «El Blanqueo» en el término de Pinos Genil. Berta permaneció en Alemania con su hermano Luis, al que estaba muy unida. Al morir éste de tuberculosis, Berta, que contaba doce años, se fue a vivir a Granada. Instalada toda la familia en Pinos Genil, en el mismo edificio de la fábrica, D. Fernando llegaría a ser, a finales de siglo, Cónsul de Alemania en Granada.

La educación alemana y la formación liberal y laica de Berta debieron de ofrecer un fuerte contraste con la sociedad granadina de la época, pero logró integrarse en ella. Sin duda, a ello contribuyeron su desahogada posición económica y, sobre

todo, su fuerte personalidad. A la edad de dieciocho años, se casó con D. Fernando Dávila Zea, de la noble familia granadina de los Ponce de León. A los 21, ya era madre de dos hijos: Luis y Berta. Realizó frecuentes viajes a Alemania, manteniendo viva la lengua y cultura alemanas en la familia. Aunque se desconoce la fecha de su separación, en 1912 se encuentra de nuevo casada, ahora con D. Eduardo Domínguez, encargado de la fábrica, matrimonio que no duraría muchos años. Tanto en su vida privada como en su actividad pública, Berta no se ciñó al patrón de esposa y madre propio de las mujeres de su clase y época.

Mujer de gran inteligencia, fuerza y buenos sentimientos, feminista y amante de la naturaleza, fue pronto conocida en Granada por sus escritos y la ejemplaridad de su vida, siendo calificada en su momento como «ilustre señora», «insigne escritora

» o «dama ejemplar». Progresista, libre de prejuicios, de fuerte carácter y respetuosa con otras ideas, llevó a cabo en Granada una enorme labor en muy diversos ámbitos, entre los que destacan los de carácter pedagógico y filantrópico, llevada por su preocupación por la regeneración física y moral.

En 1889, en conexión con la Institución Libre de Enseñanza, puso en marcha la Primera Colonia Escolar en Granada, que llevó a Almuñécar a los primeros niños y

niñas pobres que pudieron disfrutar de unas vacaciones pedagógicas. En 1892 asistió al Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano en Madrid. Sus relaciones con la Institución Libre de Enseñanza quedan también manifiestas en sus publicaciones en el B.I.L.E., así como en su amistad personal con Hermenegildo Giner y Fernando de los Ríos, agrupándose su círculo de amigos en torno al partido radical, y evolucionando hacia las posiciones ideológicas del socialismo liberal.

Hacia 1900 se hizo cargo, hasta su desaparición, de la dirección de la fábrica de papel que montó la familia en Pinos Genil, y que estuvo en funcionamiento hasta principio de los años treinta de este siglo. En esta localidad, creó totalmente a sus expensas, en 1912, una escuela mixta y una biblioteca popular con 600 volúmenes. El grupo escolar de este pueblo lleva su nombre hoy en día. Por iniciativa de Berta Wilhelmi se inició en Granada la lucha antituberculosa. Con un plan perfectamente coordinado, se documentó acerca de la enfermedad y de los últimos avances médicos en la lucha contra ella. El primer centro fundado gracias a su iniciativa se ubicó, en 1919, en una casita de El Purche llamada «Las Acacias». Poco tiempo después, ella misma crearía el Patronato Antituberculoso de la Alfaguara, con la ayuda de los doctores Alejandro Otero y José Blasco Reta. En 1923 se inauguró el Sanatorio de la Alfaguara, especializado en el tratamiento de la tuberculosis, y en 1924 organizó un preventorio para niños y niñas, con todas las características de una escuela al aire libre.

Su gran actividad y sus constantes viajes se compaginaron con temporadas en su casa del Purche, acompañada de sus hijos y nietos, que serán objeto de su atención educadora. Separada del Sr. Domínguez, compartirá los últimos años de su vida con su hija Berta y con su sobrina, Emma Wilhelmi. En la primavera de 1931, un derrame cerebral la inutilizó física y mentalmente, muriendo finalmente el 29 de julio de 1934.

El pensamiento feminista de Berta Wilhelmi queda patente en la ponencia presentada al Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano, titulada «La aptitud de la Mujer para todas las profesiones», donde defenderá «la igualdad de ambos sexos en cuanto al derecho a buscarse los medios de subsistencia necesarios para la vida..., derecho de gobernarse por sí y de tomar parte en las cuestiones sociales».

 B i b l i o g r a f í a

 BALLARÍN DOMINGO, P.: «Feminismo, educación y filantropía en la Granada de entresiglos: Berta Wilhelmi», en Ballarín, Pilar; Ortiz, Teresa (eds.): La mujer en Andalucía. 1er Encuentro Interdiscipliar de Estudios de la Mujer. Granada: Universidad, 1990, pp. 341-356.

GONZÁLEZ CALBET, T.: «Bertha Wilhelmi de Dávila: Aptitud de la mujer para todas las profesiones. Razón del movimiento en favor de la mujer (1893)», en: Durán Heras, Mª Ángeles (dir.): Mujeres y hombres. La formación del pensamiento igualitario. Madrid: Castalia, 1993, pp. 83-98.

Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

 

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Joaquina Eguaras Ibáñez [1897-1981]

Joaquina Eguaras fue una de las primeras mujeres intelectuales de la Granada contemporánea.

Nacida en el pueblo navarro de Orbaiceta el 10 de enero de 1897, a los dos años de edad, su familia, debido al destino militar de su padre, se instaló en el granadino barrio del Realejo. Tras superar la enseñanza primaria, hizo Magisterio e inició en 1918 la carrera de Filosofía y Letras, lo que la convirtió en la segunda mujer universitaria de Granada. Alumna brillante, que, sin embargo, hubo de entrar los primeros días a la Facultad por la puerta de atrás, concluyó su Licenciatura en 1922 con Premio Extraordinario y Matrícula de Honor en todas las asignaturas.

En 1925 entró como Profesora Ayudante en la Facultad de Letras, lo que la convirtió en la primera mujer profesora de la Universidad de Granada, siendo la única hasta 1935. Tras un breve paso por la enseñanza secundaria, en 1930 ingresó por oposición en el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, y el 15 de noviembre de ese mismo año fue nombrada Directora del Museo Arqueológico de Granada. De este modo, se convertía, a los 33 años de edad, en la mujer española más joven en un puesto directivo de este rango, cargo que desempeñó durante 37 años. Bajo su dirección, el Museo tomó un enorme impulso, ya que multiplicó por diez el número de piezas, promovió excavaciones arqueológicas por toda la provincia y publicó las principales obras y colecciones existentes en él. De este modo, a su jubilación, fue nombrada Directora Honoraria.

Paralelamente, trabajó en la Escuela de Estudios Árabes, situada en la Casa del Chapiz, como profesora desde su inauguración en 1932, y después como Secretaria hasta 1972. Desde 1940 impartió de nuevo clases en la Facultad de Letras, ya como Profesora Titular, de Árabe y Hebreo. Experta en Lengua, Historia y Arte de la Granada musulmana, fueron numerosas las publicaciones que realizó sobre este tema. En 1967, ya jubilada, fue nombrada Profesora Adjunta Honoraria, en premio a sus méritos docentes e investigadores.

Además de estos nombramientos, Joaquina formó parte de las instituciones más prestigiosas nacionales e internacionales relacionadas con su labor de arqueóloga

y arabista: Miembro de la Junta Conservadora del Tesoro Artístico de Granada, Miembro Correspondiente de la Real Academia de la Historia de Madrid, Miembro y Secretaria de la Comisión Provincial de Monumentos, Delegada Provincial del Servicio Nacional de Excavaciones Arqueológicas en Granada; Miembro de Número de la Real Academia de Bellas Artes Ntra. Sra. de las Angustias de Granada, Miembro Correspondiente de «The Hispanic Society of America», Miembro de Honor de la Asociación Española de Orientalistas, etc. Se le otorgaron numerosas distinciones, como la Encomienda de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, Medalla de Plata al Mérito en las Bellas Artes, Orden de la Mehdawiya. Joaquina Eguaras volcó toda su vida en el trabajo científico y en el desarrollo de su carrera profesional. A sus méritos intelectuales, cabe agregar su proyección humana. Mujer sencilla, amable, simpática y bondadosa, querida en todas partes, fue un personaje entrañable de la sociedad granadina y una inigualable guía turística de la ciudad.

Murió el 25 de abril de 1981. Cuatro días después, el Ayuntamiento de Granada acordó dedicarle una calle. Pionera en tantas cosas, Joaquina Eguaras logró labrarse su propio espacio en el ámbito profesional y científico en una época que pretendía devolver a las mujeres a la casa.

 B i b l i o g r a f í a

 RODRÍGUEZ TITOS, J.: Mujeres de Granada. Granada: Diputación Provincial, 1998, pp. 100-103.

 Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

  

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Matilde Cantos Fernández [1898-1987]

Incansable luchadora por la justicia y la libertad, Matilde Cantos se implicó  activamente en la política española de este siglo, lo que la llevó de los cargos públicos de la República al exilio, y después a la lucha antifranquista en la clandestinidad.

Hija única de una familia acomodada que poseía un taller y una tienda de artesanía metalúrgica, Matilde nació el 20 de septiembre de 1898 en la vivienda familiar, situada en la calle Alhóndiga. La familia poseyó, asimismo, otras fincas urbanas en la capital, como un Carmen en la Cuesta de Gomérez. Matilde, tuvo, pues, una infancia y una juventud libres de dificultades. De carácter alegre y despierto, las ideas izquierdistas de su padre influyeron notablemente en su posterior trayectoria política. De este modo, formó parte del grupo de jóvenes del barrio de la Magdalena que tenían como referente a Mariana Pineda, defensora de la libertad, frente a las que idolatraban a Eugenia de Montijo.

Defensora de los derechos de las mujeres, fue una rompedora de los moldes tradicionales y una contestataria de los privilegios reservados a los hombres. Por ejemplo, fue la primera mujer en conducir un coche en Granada. Detalles anecdóticos aparte, fue una mujer inteligente y vivamente interesada por el mundo cultural, de modo que asistía habitualmente a todos los actos de interés social, así como a las tertulias ilustradas, en una época en que no era fácil el acceso de una mujer a estos espacios, donde se iniciaría su amistad con Federico García Lorca.

Mientras estudiaba Psicología, colaboraba en el Noticiero Granadino. Se casó muy joven y tuvo dos hijos, que murieron prematuramente. Continuó sus actividades feministas, políticas y culturales. Al separarse del marido, decidió independizarse y marcharse a Madrid, donde terminó Psicología, se especializó en Criminología y se graduó en Ciencias Penales.

Especialmente sensibilizada con el proletariado rural andaluz, sus inquietudes sociales y políticas la llevaron a afiliarse al Partido Socialista Obrero Español. En plena dictadura de Primo de Rivera dio su primer mitin, que versó sobre la superación de las dificultades y la no resignación. Ingresó por oposición como Penitenciarista en la Sección Especial de la Dirección General de Prisiones, siendo pronto nombrada Delegada Técnica del Consejo Nacional de Tutela de Menores.

Durante la República, desplegó una intensa actividad propagandística en favor de la libertad y la democracia. De este modo, en 1933 se integró en el Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, organización popular y feminista de inspiración comunista. Reconocida intelectual, desde su posición profesional y política, fue amiga y colaboradora de personas como Largo Caballero, Julián Besteiro, Victoria Kent, Indalecio Prieto, Clara Campoamor, o Juan Negrín.

Fue compromisaria para la elección de Manuel Azaña como Presidente de la República en Mayo de 1936. Al estallar la guerra civil, Matilde Cantos recorrió el frente animando a los combatientes y dio mítines junto a Rafael Alberti y Miguel Hernández. En 1937, encabezó la delegación del PSOE en el Congreso Mundial de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, celebrado en París, a donde regresó un mes después para solicitar ayuda ante la Internacional Socialista y la federación Sindical Internacional.

Nombrada Directora del Instituto de Estudios Penales, en 1938, ejerció de Directora General de Prisiones. Como miembro del Gobierno republicano, sufrió las vicisitudes de éste, y hubo de trasladarse a Valencia y después a Barcelona, desde donde pasó a Francia en febrero de 1939.

El exilio la llevó a París y Marsella, desde donde embarcó a Casablanca (Marruecos) y de ahí a México, donde se instaló en 1941. Allí ejerció como trabajadora social, ayudando a los marginados y a la población indígena mexicana. Asimismo trabajó para la colonia de exilados y para los presos políticos que quedaban en España. Creó en la ciudad de México el Centro Andaluz, que aglutinó social y culturalmente a todos los exilados de la región, así como el Club Mariana Pineda, por medio del cual las mujeres recaudaban fondos que eran enviados a España.

A pesar del peligro, decidió volver a España en abril de 1968. Detenida en Barajas, tras unos días en la Dirección General de Seguridad, fue puesta en libertad. En mayo regresó a Granada, donde se instaló definitivamente, tras un viaje a México, en agosto de 1969.

A partir de entonces, la vida de Matilde, que vivió pobremente en pensiones de tercera clase, estuvo marcada por la clandestinidad política. Alentaba a los jóvenes, en las asambleas universitarias, a luchar contra las injusticias y la dictadura, llegando a hacerse muy popular en Granada. Con la llegada de la democracia, tuvo varias ofertas para presentarse como diputada, pero ella prefirió dar paso a los jóvenes.

Murió en Fuentevaqueros, el pueblo de Lorca, el 24 de noviembre de 1987, en la residencia de ancianos de Los Pastoreros.

 B i b l i o g r a f í a

CANTOS FERNÁNDEZ, M.; LARA RAMOS, A.: Cartas de doña Nadie a don Nadie, memorias inéditas redactadas en Granada en 1986-87.

RODRÍGUEZ TITOS, J.: Mujeres de Granada. Granada: Diputación Provincial, 1998, pp. 103-106.

Mª Dolores Mirón. Universidad de Granada

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Elena Martín Vivaldi [1907-1998]

Nace Elena en 1907, en el seno de una familia universitaria. Su padre, José Martín Barrales, fue catedrático de Ginecología y hombre de talante progresista. Fue una de las pocas jóvenes que cursaron el bachillerato en el Instituto Padre Suarez, a comienzos de los años veinte. La poeta cursó posteriormente estudios de Magisterio y más tarde se licenció en Filosofía y Letras, en 1938. Accede por oposición al cuerpo de Bibliotecas, Archivos y Museos, en 1942, lo que le posibilitó no sólo ganarse un espacio propio en el mundo laboral, tan acotado en esos años para las mujeres, sino que también le supuso el estímulo y la tranquilidad de estar rodeada de sus más preciadas herramientas artísticas, los libros. Como consecuencia de su carrera laboral, Martín Vivaldi estuvo en Huelva, en el Archivo de Indias de Sevilla y, por fin vuelve a su Granada natal.

Elena Martín Vivaldi es la poeta granadina más conocida de todos los tiempos. Su obra poética está ampliamente difundida a través de revistas literarias, habiendo sido incluidos muchos de sus poemas en antologías y traducidos para publicaciones extranjeras. Mucho se ha escrito sobre esta mujer afable, conversadora, íntima también, y de extraordinaria sinceridad poética, intentando adscribir su obra a un determinado movimiento literario.

Representa, para algunos, el punto de enlace entre la generación del 27 y todos los movimientos posteriores (Antonio Carvajal, Luis García Montero, Rafael Juarez, Javier Egea, Luis Muñoz, ...). Para Gallego Morell, “Elena Martín Vivaldi pertenece a una Andalucía poética que no va a remolque de Alberti o de Lorca, sino que enhebra con el aliento de Juan Ramón Jiménez y de Salinas después y de Becquer antes”...

Pero su poesía, de acentos íntimos y profundos, de intenso lirismo y honda tristeza, que se expresa en el lenguaje de una naturaleza sentida, interiorizada, de otoños, de lluvia, de árboles...no puede adscribirse con rotundidad a ninguno de los movimientos literarios conocidos. Elena Martín Vivaldi, sencillamente, es única, como única es la impronta de su magisterio sobre las generaciones de escritores granadinos desde la posguerra hasta el día de hoy.

Once libros han jalonado la trayectoria poética de esta singular poeta granadina. En sus primeras creaciones, se manifiesta ya esa especial sensibilidad poética que se expresa en un lenguaje claro y preciso, no exento de formas cotidianas, a través del cual nos hace partícipe de su sentimiento íntimo. Todo el desgarro entre su vitalismo y su soledad existencial, su honda tristeza, su acendrado romanticismo, su amor a la naturaleza están en estos primeros poemarios en los que es posible percibir la huella de Juan Ramón Jiménez: Escalera de luna, de 1945, El alma desvelada, de 1953, y Cumplida soledad, de 1958.

En Materia de esperanza, de 1968, el eje poético es el dolor interno por la maternidad frustrada. De forma similar a la “nobel” chilena Gabriela Mistral, el vacío de sus entrañas le provoca dolor, porque no nace de una decisión personal. De este modo, en esa historia de soledades en que se va conformando su trayectoria lírica, pasamos del primer desgarro inherente al desengaño amoroso a un segundo estadio proveniente del dolor de la no-maternidad.

Durante este tiempo, de 1972, representa la madurez sensitiva, intelectual y lírica de la genial poeta granadina, el momento culminante de su trayectoria poética.

Reconciliada con la soledad profunda del alma sensible, abre la puerta a una variedad temática más rica en matices y, por tanto, en acentos poéticos, alcanza con este poemario la perfección expresiva. Después vendrán títulos como: Y era su nombre mar, y Nocturnos, de 1981.

Su obra poética completa se publicó bajo el título Tiempo a la orilla, en 1985. Trece años después Elena nos dejaba, y con ella se iba una de las voces poéticas más claras y sugerentes de la literatura andaluza de posguerra. Sin embargo nos queda un testamento poético en el que su experiencia personal se universaliza y se hace experiencia colectiva  Aunque su trayectoria poética está marcada por la indagación de los sonidos de la soledad, la poesía de Martín Vivaldi no es en absoluto pesimista, sino que insta al ser humano a acentuar las formas de sentir, con la voracidad de quien no quiere perderse nada del mundo. Para lograr la perfecta comunión con el tú poético, el yo lírico se despliega en miles de fórmulas métricas, desde las más tradicionales a las complejas, pasando por el versolibrismo tan caro a la generación poética en la que Martín Vivaldi desarrolla su labor.

Este legado humano y poético que la poeta granadina nos ha dejado obtuvo en vida merecido homenaje. Así, en el II Encuentro de poetas andaluces de 1982, su nombre fue aclamado como el de maestra indiscutible de las generaciones posteriores a la suya.

En 1988 recibió el nombramiento de Hija predilecta de Granada. Fue, así mismo, galardonada con la medalla de la Real Academia de Bellas Artes de Granada y son más los honores que se le rindieron y que no nombramos por no ser prolijos. Pero, sin duda, el mejor homenaje que se le puede hacer a Elena Martín Vivaldi es revivirla en la lectura íntima y sosegada de sus versos, aprendiendo de ella no sólo la maestría poética, sino también de su bagaje humano inmenso. Tal vez estas líneas escasas pero sentidas puedan rescatar del libro cerrado sus poemas, para regalarnos una lección de humanidad.

 Bibliografía

Enciclopedia de Andalucía, Tomo V, Granada. Edit. Anel, 1979

Rodríguez Titos, Juan: Mujeres de Granada, Diputación Provincial, Granada, 1998.

Gutiérrez, José: Manual de nostalgias. Invitación a la poesía de Elena Martín Vivaldi, Silene, Granada, 1982.

 

 

 

 


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