RECUERDOS
JESUS FERNANDEZ tenía 17 años cuando llegó a la posición. Estábamos en trinchera, a la defensiva. Hacíamos vida de topos, en las chabolas enterradas. En los primeros días el chaval anduvo desconcertado. No se daba cuenta donde estaba. Había llegado desde su cuartel y su barrio sevillano, al laberinto de las trincheras, negras, frías de hielos esquinados…Cuando los veteranos me lo traían entre bromas, sacado de la tierra de nadie donde se había despistado, camino quizás de su pueblo, me miraba con sus grandes ojos expresivos; llenos de susto.
Yo le sonreía, con ironía en los ojos pero con ternura en el corazón. El entonces echaba la cabeza entre los brazos sobre la mesa y se estaba largo rato quieto; pagaba como todos su tributo a la guerra extraña: el recuerdo.
Era tan niño, más de la edad, que pronto todos le quisimos. Listo, simpático, bueno, cuando se despabiló era la alegría de aquella sección unida en familia. Resultó un niño travieso y valiente. Era el primero en salir, después tardaba en volver; cuando preocupados lo buscábamos lo encontraba en alguna chabola contando sus hazañas, unas reales y otras imaginarias. Los veteranos creían que su valor era la inconsciencia del bisoño o del niño. Yo no estaba del todo conforme, he creído siempre y lo he visto, el valor heroico, natural y sencillo, casi alegre, como el suyo. Me preocupaba; era un soldado valiente pero era también un niño.
En las salidas nocturnas ponía la agilidad y la ligereza de su gracia infantil y sevillana. Profesionalmente era un magnífico patrullero de ojos de lince y vivezas de ardilla, se orientaba muy bien. Lo hacía todo divirtiéndose, como jugando. Si había probabilidades de encontrar gente enemiga no se apartaba de mi lado, lo hacía para…protegerme, con su pequeña estatura que me llegaba poco más del pecho. Había que ponerse serio para que dejara el que creía su puesto; el primero y de escudo. Usaba zancadillas, martingalas para conservarlo.
En las vigilias, interminables de las noches tranquilas era la alegría y la sal de la casa.
He aquí una de sus historietas: - "Fíjate, en un baile en Granada, un Teniente legionario se metía con todo el mundo, daba empujones, tiraba parejas. Dió un empujón y calló un anciano de barba blanca, respetable; ¿sabes quién era?, un Coronel del Estado Mayor. El Coronel le echó una bronca al Teniente, que estaba cuadrado, muy firme. El Coronel sacó la pistola y le dijo al Teniente:
-"Si es Vd. hombre de honor ya sabe lo que tiene que hacer"
Metióse en la habitación privada ( el chaval no usaba este eufemismo) y "pan" "pan"; el chaval simulaba la acción de disparar. Y cuando los que "picaban" preguntaban ¿se disparó un tiro? Venía entonces su larga risa infantil".
Y su carta solicitando madrina.
Srta. X.X. - Hotel Inglaterra - Sevilla.
En trincheras. - Fecha.
Distinguida y simpática Srta. he tenido el atrevimiento de dirigirme a Vd. para solicitarla de madrina desinteresadamente, pero ahí le mando un sello para que me mande un pequeño paquete con una gran botella de coñac, un pavo trufado y cualquier cosilla para bebérmela y comérmela a la salud de Vd. y de su novio, pues yo soy un muchacho de 17 años y llevo unos tres años y medio de "mili", de corneta en Aviación, en Tablada, y ahora estoy aquí con un grupo de voluntarios amigos míos que están dispuestos a dar la vida por la patria. Así que sin más que decirle por hoy se despide de usted este soldado que le desea mucha suerte tanto a Vd. como a mí. Jesús Fernández.
Una mañana, en una alarma salimos. Yo iba descubierto. El corría a mi lado.
En aquel momento un balazo, un "pacazo", le dió en la frente y cayó; arrodillado a su lado recogí sus últimas palabras:
- Mi Teniente, mi Teniente…
Se lo llevaron inconsciente. Estuve toda la tarde pendiente del teléfono. He aquí, lo que su Oficial, el que me ha contado esto, escribía aquella noche en su diario.
"En la página II copié una carta que este niño enviaba a España, Sevilla, pidiendo una madrina. El estilo de la cartita indica la simpatía del muchacho. Muy joven, estaba lleno de gracia y prometía una magnífica hombría; todavía un niño para ser valiente, lo era. Huérfano, corneta y niño, correteaba por la posición como haría en el cuartel o en la ciudad. Era bueno, servicial, sin granujería pero sí con listeza. Tan pequeño en edad, tenía, Dios quiera que tenga, mucho sentimiento, sentido muy digno de sí. Era la gracia de esta casa, como antes, en otro sentido, lo fuera el catalán. Tipo muy andaluz, el gesto, la postura del cuerpo, el habla y la gracia sencilla y verdadera y el sentido señoril de si mismo. A todos, su caída nos ha dejado aplanados.
Ha sido uno más de los "cazados" hoy en esta guerra sin valor de las trincheras. Santito, irá al Cielo. ¿Qué pecado el de un niño que a los 13 años tiene por hogar un cuartel y a los 17 está aquí? Sexualmente no era precoz; hombre para tantas cosas, era niño para ésta, nuestro centro de vida. Pero ¿bueno? Las únicas carcajadas riendo de verdad, nos las arrancó él. No contaba "chistes" sino sucedidos de su vida o historietas que él conocía llenas de gracia, contadas con sencillez. Y ahora mismo me dicen que ha muerto. Dios quiera que no, y si es así, que pronto, mañana, cuando alboree, ría ya entre los ángeles, por siempre niño.
Cuando bajábamos al pueblo fuimos los dos al cementerio. Un corneta daba al aire en el campamento vecino, el toque de oración, ese ángelus de los militares que compensa, si el alma es noble, no solo los sacrificios del tiempo heroico, pues ellos llevan en sí una dignidad independiente, sino, sobre todo, las torpes molestias y contrariedades de los días corrientes. Le ofrecimos una corona de ramaje de pinos adornada con cinco grandes rosas de papel rojo. Arrodillados rezamos el rosario. Mientras estuvimos en el pueblo fuimos todas las tardes.
(1) Es uno de los pseudónimos que utilizó Miguel Moya Fernández en los relatos publicados en el Semanario de Africa Occidental Española.