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En julio de 2003 Tomadas de www.Flamenco-world.com excepto la de la argentinita.
Navarro Carrillo, Trinidad. La Trini Cantaora.1868 - Antequera (Málaga), o La Línea de la Concepción (Cádiz), hacia 1930.
Blaco Soto, Ana. Tia Ánica La Periñaca Cantaora. Jerez de la Frontera (Cádiz), 1840 Utrera (Sevilla), 1912.
Fernández Vargas, María de las Mercedes. La Serneta Jerez de la Frontera (Cádiz), 1840 Utrera (Sevilla), 1912. Cantaora.
Jiménez Alcántara, Dolores Niña de la Puebla Cantaora. La Puebla de Cazalla (Sevilla), 1909 y muere en 1999.
Pavón Cruz, Pastora María. Niña de los Peines Cantaora. Sevilla, 1890 - 1969.
Rojas Monje, Pastora. Pastora Imperio Bailaora. Sevilla, 1888 - Madrid, 1979.
Jiménez Peña, Fernanda. Fernanda de Utrera Cantaora Utrera (Sevilla), 1923
López Julvez, Encarnación. Argentinita, La Bailaora. Buenos Aires (Argentina) 1895-Nueva York (EEUU)1945.
Mercé Luque, Antonia. Argentina, La Bailaora. Buenos Aires (República Argentina), 1890 - Bayona (Francia), 1936
Navarro Carrillo, Trinidad. Trini, La.
Trinidad Navarro Carrillo. Málaga, 1868 - Antequera (Málaga), o La Línea de la Concepción (Cádiz), hacia 1930. Cantaora. Excepcional intérprete de malagueñas y creadora de varias formas personales del estilo, que se siguen cantando mucho. Triunfó pronto y se hizo célebre en toda Andalucía, trabajando en los principales cafés cantantes HP45 que llevó su nombre y en el que se celebraron memorables reuniones de cante. Fernando el de Triana nos dejó un acertado perfil personal: "La Trini poseía una gran voz, tan clara como bien timbrada, teniendo a su favor su elegantísima figura y el vestir con refinadísimo gusto y gran lujo. Como era natural, empezaron a salirle contratos para fuera de Málaga, y también empezaron a ocurrirle desgracias que quebrantaron bastante su salud y por lo tanto le restaron muchas facultades para su cante y así empezó a descubrirse la artista (...)
Mientras más se agotaba físicamente más sublime era el arte que iba descubriendo; hasta el extremo que en los últimos años cuando ya no cantaba al público y, de cuando en cuando, alternaba unos momentos en algunas de las buenas reuniones que frecuentaban su famoso ventorrillo de La Caleta, en Málaga, entonces era cuando estaba verdaderamente incopiable. ¡Qué cosas les hacía a los cantes!"
Blanco Soto, Ana. Tia Ánica La Periñaca
Ana Blanco Soto. Jerez de la Frontera (Cádiz), 1899 - 1987.
Cantaora. No era gitana, salvo en una mínima proporción, pero toda su vida la
pasó íntimamente relacionada con los gitanos camperos de Jerez. En el campo, al
término del trabajo, o los días inclementes, eran frecuentes las reuniones de
cante alrededor de las hogueras. Y entre los trabajadores había cantaores cuyos
nombres han quedado en la historia: la propia Periñaca, Tío José de Paula, el
Borrico de Jerez, Sernita... Cuando se casó dejó de cantar por deseo de su
marido, y sólo después de enviudar y criar a sus hijos desarrolló una cierta
carrera profesional, a partir de la grabación de un primer disco ya sexagenaria.
Excepcional por siguiriyas, soleares, martinetes y bulerías. Su voz tenía un
desgarro y una jondura sentidos, auténticos, que en las siguiriyas alcanzó su
más hermosa expresión; era el cante que a veces la hacía llorar, "me tengo que
asujetá porque me se caen las lágrimas, de lo que me entra en el corazón". Fue
ella quien acuñó una frase que dijo a Caballero Bonald y se repite
constantemente en el flamenco: "Cuando canto a gusto me sabe la boca a sangre".
El mismo Caballero Bonald, en cuyo Archivo del Cante Flamenco recogió algunas
grabaciones suyas, hizo de ella un retrato lleno de sensibilidad: "Esta ejemplar
gitana, casi octogenaria ya, ha sido siempre una especie de ambulante portadora
del mejor y más puro material del cante. Jamás se dio a conocer fuera de unos
muy reducidos círculos de aficionados. La habíamos visto muchas veces por las
calles de Jerez, en alguna perdida taberna, casi mendigando unas moneda a
cambio de una improvisada ejecución de soleares o bulerías. Tía Anica la
Periñaca define, sin duda, toda esa supervivencia, ya sorprendente por insólita,
de los antiguos esquemas sociales y estilísticos del cante. Ella aprendió de sus
paisanos de Manuel Torre, de Antonio Frijones, de tío José de Paula- hasta
convertirse en una prodigiosa cantera de casi olvidadas sabidurías flamencas.
Podía ser un insuperable caudal de enseñanza y rara vez se la ha considerado
como lo que realmente es: un ignorado y portentoso ejemplo de la verdad humana y
del dramatismo expresivo del cante (...) Todo
el humano chorro de pasión de esta anciana excepcional emerge como una flor
terrible de cada una de sus llameantes lamentaciones. Para nosotros, la
intocable raíz del flamenco está representada exactamente en esas entrañables,
humildes, sobrecogedoras quejumbres, extraídas de la más oscura memoria racial
(...) Canta como si exteriorizara en un sollozo toda su intimidad. Ella no
comprende que uno pueda explicar de otro modo lo que se le agolpa por dentro. Se
entrega al cante a intuitivas bocanadas de
liberación, como si abriera de par en par su amordazado espíritu." José Luis
Ortiz Nuevo recogió sus memorias en un libro titulado Yo tenía mu güena estrella
(1987).
Fernández Vargas, María de las Mercedes. La Serneta
María de las Mercedes Fernández Vargas. Jerez de la Frontera (Cádiz), 1840 Utrera (Sevilla), 1912. Cantaora. Nombre egregio del cante de mujer y del cante por soleá. Tía abuela del Borrico de Jerez, perteneciente también por tanto a ese frondoso árbol de familias gitanas jerezanas del cante que tuvo su origen en Paco la Luz. A los veintitrés años trabajaba en el primitivo Café del Burrero, en Sevilla, y allí la conoció Joaquín Álvarez Hazañas, padre de los Álvarez Quintero, quien se la llevó a Utrera, donde vivieron sentimentalmente unidos; él vivía allí, llegando a ser el alcalde. Tuvo la Serneta la voz viriloide de algunas otras grandes cantaoras, y su prestigio debió ser ya mucho en vida, pues a Utrera iban a oírla cantar personajes de la categoría de Juana la Macarrona, Manuel Torre, la Niña de los Peines y Chacón. Solearera excepcional, Fernando el de Triana le rindió homenaje por ello a su muerte, con una copla que aún se canta: "Cuando murió la Sarneta / la escuela quedó serrá, / porque se llevó la llave / del cante por soleá".
Jiménez Alcántara, Dolores. Niña de la Puebla, La
Dolores Jiménez Alcántara. La Puebla de Cazalla (Sevilla),
1909 y muere en 1999. Cantaora. Tuvo un ascenso vertiginoso en los comienzos de
su carrera, debido principalmente a su creación de una versión de los
campanilleros más liviana de la que había hecho no mucho antes Manuel Torre. El
tema llegó con facilidad a gran número de aficionados, que llenaban las plazas
de toros y los teatros para ver aquellas troupes de variedades propias de la
época. Ciega desde muy pequeña, se refugió en el cante. Por entonces estaba
triunfando el Niño de Marchena, y ello fue determinante en la decisión de
Dolores: "Como artista yo me aficioné a este género por Marchena. Porque yo
estudiaba música, y estaba en otro plan. Yo he cantado siempre entre mis
amistades. Pero cuando salió Marchena con esa voz tan bonita, y esa melodía, y
esas colombianas, como yo no entendía de flamenco pues me volvió loca. Y yo como
no podía desarrollar la canción tampoco en el escenario, por la mímica y por
pasear un traje de cola, un día me comprometieron a un festival de un beneficio
y canté unos fandangos y la gente ¡oh...!, y entonces se me despertó la
afición". Después de haber triunfado y ser una estrella del espectáculo, ella
fue profundizando cada vez más en el conocimiento del
cante, y de los fandangos y las colombianas pasó a otros géneros de respeto, que
hace con mucha dignidad. Es una convencida de que hoy se canta mejor que en su
juventud, porque hoy la gente conoce mejor el flamenco y exige más. Se casó con
el cantaor Luquitas de Marchena, y tuvieron hijos que también se dedicaron a la
canción y el cante.
Pavón Cruz, Pastora María. Niña de los Peines
Pastora María Pavón Cruz. Sevilla, 1890 - 1969. Cantaora. La voz de mujer más importante que hasta ahora ha dado el flamenco. Hermana de Arturo y Tomás, a los ocho años ya se tienen noticias de actuaciones suyas en público. Fue en el Café de la Marina madrileño, en la calle Jardines, siendo todavía muy joven, cuando comenzó a ser conocida como la Niña de los Peines, al popularizar por tangos una copla que decía: \"Péinate tú con mis peines; / mis peines son de canela...\" Su ascensión fue fulgurante.
Lo cantó todo, y casi todo a la perfección. García Lorca
estaba fascinado con ella y la tomó como paradigma de la cantaora enduendada
escribiendo un texto antológico: \"Una vez, la cantaora andaluza Pastora Pavón,
La Niña de los Peines, sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de
fantasía a Goya y a Rafael el Gallo, cantaba en una tabernilla de Cádiz: Jugaba
con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido, con su voz cubierta de
musgo, y se la enredaba en la cabellera o la mojaba en anzanilla o la perdía por
unos jarabes oscuros y lejanísimos. Pero nada; era inútil. Los oyentes
permanecían callados (...) Pastora Pavón terminó de cantar en medio del
silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos hombrines
bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con voz
muy baja: \'¡Viva París!\', como diciendo: \'Aquí no nos importan las
facultades, ni la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa\'. Entonces La
Niña de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona
medieval, y se bebió de un trago un vaso de cazalla como fuego, y se sentó a
cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con
duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un
duende furioso y abrasador, amigo de los vientos cargados de arena, que hacía
que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los
rompen los negros antillanos del rito lucumí, apelotonados ante la imagen de
Santa Bárbara. La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que
la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétanos de formas,
música pura con el cuerpo sucinto para poderse mantener en el aire. Se tuvo que
empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y
quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido.
¡Y cómo cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su
dolor y su sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos por los pies
clavados, pero llenos de borrasca, de un Cristo de Juan de Juni\".
Un sumario recorrido por los estilos de cante en que brilló esta mujer nos dice
que efectivamente fue una cantaora total, una de las más completas de la
historia. Insuperable en los tangos, por cantidad y por calidad, a los que
dotaba de una extraordinaria jondura; todo el cante de Pastora fue esencialmente
jondo. Las siguiriyas siempre se las pedía el público, en un tiempo en que las
mujeres no frecuentaban ese cante. La petenera fue otra de las cumbres del cante
de esta mujer, cuya forma de encarar el género es la que prevalece hasta hoy
mismo. La soleá de Mercé la Serneta, a quien había tratado en su juventud y con
quien se sentía muy identificada. La saeta, de
la que fue intérprete genial cuando cantaban en Sevilla los más grandes del
género. Suprema en las bulerías. E incluso se atrevió a alguna incursión en el
campo creativo, como fue el caso de la bambera. El cantaor Aurelio de Cádiz
reconocía explícitamente la supremacía virtual de la cantaora:
\"Pronto hizo desaparecer a los cantaores de su época y quedó sola,
repartiéndose los triunfos nada más, ni nada menos, que con Chacón y con Torre.
Caso igual de mujer, no se ha conocido\". Fue la esposa de Pepe Pinto. En 1996
la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía declaró su voz Bien de Interés
Cultural. Dejó muy amplia discografía
Rojas Monje, Pastora. Pastora Imperio
Pastora Rojas Monje. Sevilla, 1888 - Madrid, 1979.
Bailaora. Hija de Rosario la Mejorana. Bailaora pese a la oposición de su madre.
Tenía once años cuando la familia trasladó su residencia a Madrid, en una casa
de la calle Jardines, frente por frente al Café de la Marina, en el que por
entonces hacía sus primeros pinitos otra Pastora inmortal: la Niña de los
Peines. La futura bailaora, siempre que podía, se escapaba de su casa para
cruzar la calle y desde fuera, a través de la puerta entreabierta, escuchar la
voz de la niña cantaora. En el mismo inmueble en que vivían los Rojas tenía
Isabel Santos una academia de baile español, donde Pastora tomó las primeras
lecciones de baile a espaldas de su madre. Pastora debutó en el Salón El
Japonés, de la calle de Alcalá, en 1904, junto a Mariquita la Roteña. Su éxito
fue grande y pronto pasó contratada al Actualidades. Por entonces adquirió su
definitivo nombre artístico, que los más atribuyen a don Jacinto Benavente,
quien viéndola bailar comentaría "Vale un imperio la niña".
Benavente dijo de ella que era "la escultura de una hoguera". Y lo explicaba:
"Su carne arde con el fuego de la eternidad y su cuerpo es el pilar de un
santuario, palpitante como si se consumiese en la llama sagrada... Cuando vemos
a Pastora Imperio la vida parece más intensa". Ramón Pérez de Ayala, quien la
vio bailar en aquellos primeros tiempos, la recordaba así: "Era entonces una
mocita, casi una niña, cenceña y nerviosa.
Salía vestida de rojo: traje, pantaloncillos, medias y zapatos. En el pelo
flores rojas. Una llamarada. Rompió a bailar. Todo era furor y vértigo; pero al
propio tiempo, todo era acompasado y medido. Y había en el centro de aquella
vorágine de movimiento un a modo de eje estático apoyado en dos puntos de
fascinación, en dos piedras preciosas, en dos enormes y encendidas esmeraldas:
los ojos de la bailarina. Los ojos verdes captaban y fijaban la mirada del
espectador. Entre niebla y mareo, como un éxtasis báquico, daba
vueltas el orbe en redor de los ojos verdes". Uno de los acontecimientos más
sonados en la vida de Pastora Imperio fue su matrimonio con Rafael el Gallo.
Los dos en la cumbre, ella de la canción y el baile y él del toreo, la boda fue
un acontecimiento social. A los pocos meses, súbitamente y sin que mediara
ninguna explicación pública, se produjo la separación. Dicen que jamás volvieron
a dirigirse la palabra. El pintor Ramón Gaya la recordaba en su reaparición en
1933 en un teatro de Madrid, casi vieja y muy gorda: "Sobre las cortinas del
fondo habían pintado la Giralda y unos claveles -óleos sobre seda- de un mal
gusto, de una falsedad y un panderetismo
conmovedores; Pastora salió a escena con su famoso brazo en alto y en esa
postura erguida, desafiante, típica del flamenco y que no constituye propiamente
paso de baile alguno; no es, todavía, baile, sino acaso lugar, el lugar, la
creación del lugar en donde el baile va a suceder. Ese momento, en ella, era de
una arrogancia milagrosa, única, ya que no tenía -como el de Carmen Amaya y
otras bailaoras y bailaores- ningún satanismo; no era una arrogancia insolente,
sino alegre, dichosa. Me di cuenta en seguida de que estaba delante de algo
irrepetible; comprendí que en Pastora no se trataba de bailar muy bien -antes,
quizá, ya se había bailado como ella-, comprendí que no se trataba de hacer,
sino, y quizá mejor incluso que ella, de ser.
Pastora es irrepetible, no en la medida que es irrepetible algo, sino alguien".
El arte de Pastora Imperio fue singular. Ella decía que "bailar, lo que se dise
bailar, ha de ser de sintura para arriba". Se habla siempre, en primer término,
de sus brazos y de su belleza sin par. Lo de los brazos lo heredó de la madre.
Pilar López también estima los brazos de la Imperio como su mejor valor
artístico: "Pastora era una mujer guapísima, con unos
brazos tan preciosos que, como había nacido con ellos no hacía falta que se
calentara la cabeza para bailar..." En cuanto a su belleza, verla en escena era
ya un espectáculo. Dice la misma Pilar López: "Se ponía una bata y era un
monumento. Pastora tenía una prestancia, un empaque... con la bata de cola y con
el mantón ya era un monumento". Una mujer así hacía olvidar, evidentemente, que
no fuera en rigor una bailaora de excepción. "Cortísima en el baile", según Díaz
de Quijano, para Pilar López "era muy artista, pero no era amplia". Fue musa de
una o dos generaciones de intelectuales. Los
poetas le hacían versos, los pintores -Julio Romero de Torres, por supuesto- la
pintaban en sus cuadros, todos la mimaban. En cambio Eugenio Noel, el
antiflamenquista más significado de las letras españolas, le dedicó algunos de
los párrafos más apasionados que salieron de su pluma, unos para bien y otros
para mal. Intervino también en una amplia filmografía.
Jiménez Peña, Fernanda. Fernanda de Utrera
Fernanda Jiménez Peña. Utrera (Sevilla), 1923. Cantaora.
Muchos la consideran la mejor solearera de todos los tiempos, lo que hoy es
difícil de saber puesto que desconocemos cómo cantaban sus predecesoras
anteriores a la fonografía. Nieta de Fernando Peña Soto Pinini, hermana de la
Bernarda de Utrera, lleva en su sangre todas las credenciales precisas para ser
cantaora de raza. La Fernanda es en verdad eminente en el cante por soleá, y
también notable en algún otro estilo -bulerías, tangos, las cantiñas de su
abuelo el Pinini-, y en fandangos se sale de lo común. Porque hay que poner el
corazón, dice ella: "Yo tengo un fandango grabao, eso de a mis niños no me
los abandones..., pues desde que murió una hermana mía eso no lo pueo yo cantar,
porque me acuerdo de mi hermana que dejó a sus hijos solos. Me la pide la gente
y forzá la canto; pero me entra un repelugno y una descomposición de cuerpo que
no pueo, ea, que no pueo". Las soleares de Fernanda de Utrera pueden ser
memorables cuando está en buenas condiciones para cantar, lo que ahora es raro.
Pero en mejores tiempos su voz oscura y rota, casi siempre insuficiente pero
preñada de duendes y misterio, era un instrumento que transmitía emoción y
escalofrío en cada uno de los tercios. González Climent lo contaba así: "Toda
ella es revulsión, insatisfacción,
búsqueda, pelea por su propia expresión. No tiene facultades normales.
Llegar a la 'forma' del cante, sólo ello, constituye un triunfo para la
Fernanda. Siente mucho más de lo que puede decir externamente. Pero al precio de
muchas angustias, desórdenes y agotadoras rebuscas internas, llega a decirlo
(...) La cantaora de Utrera exige imposibles a su voz bronca y regateada,
extrema su concentración psíquica, escarba violentamente la fuerza humana de sus
gritos y alcanza límites crueles, casi bárbaros. La Fernanda se convulsiona
físicamente, estrella brazos al vacío, cierra los
ojos, reclama duendes, busca compromisos elementales que le permitan descender y
ascender sobre sí misma hasta arañar el jipío valioso. Tiene voz y rajo de
templo. Dueña de un gran sentido de la armonía, pero sin entorpecimiento para
sus audacias vitales, no imita absolutamente a nadie. Pellizca en el mismo
temple inicial. Sus jipíos asustan. Sus silencios son tan cardíacos como
plásticos (...) Su gestión flamenca es un sufrimiento del que no podemos
escapar. Gestión o comunión -entiéndase correctamente- sólo sostenible en la
misma órbita emocional en que sitúa y nos sitúa la Fernanda. En pocos segundos
nos arrastra al fondo de su misterio. Tira de nosotros como si se tratara de una
pleamar anímica. Su zona de influencia es implacable. La Fernanda bloquea,
invade, hiere". Ha hecho cine.
López Julvez, Encarnación. Argentinita, La
Informacion recojida de
www.mundo-flamenco.com
Comentario: Nombre artístico de Encarnación López julvez. Buenos Aires
(Argentina) 1895-Nueva York (EEUU)1945. Bailarina y Bailaora. Hija de Españoles
y hermana de Pilar López. Su familia regresó a España cuando tenía 6 años,
instalandóse en Madrid. Asistió a una Academia de baile en la calle Olivares y
despues a la de Manuel Fontanilla, desde la que pasó a la dirigida por Julia
Castelao. A los siete años actuaba en las fiestas particulares de la alta
sociedad, y a los ocho por vez primera lo hace en público, concretamente en el
Teatro-Circo de San Sebastián, donde también trabaja La Fornarina. El empresario
Pardiñas le asignó entonces su nombre artístico y dado su éxito se suceden los
contratos, algunos de ellos anulados por su corta edad, pero actúa en Zaragoza,
Valencia, Calatayud, Barcelona, otra vez San Sebastian y Córdoba. A los doce
años empieza a bailar en los salones de variedades de Madrid, entre ellos en el
de Atocha y en el Romea,anunciada como niña prodigio. Seguidamente pasa al
teatro de La Latina y al Principe Alfonso, mezclando en sus repertorios los
estilos flamencos por tangos y bulerías con bailes boleros. Mas tarde, en el
Teatro de la Comedia, interpreta bailables de la comedia El premio Nobel.
Prosigue sus actuaciones en Madrid en los escenarios teatrales de La Princesa,
Apolo, etc...retorna al Romea, con intervalos para bailar en Eldorado de
Barcelona y en teatros de Portugal.Amplia su repertorio a otras danzas y se
organizan fiestas entre la burguesía para admirar su arte, en la que hace gala
de sus interpretaciones de bailes de palillos y flamencos. Concretamente en
1920, baila en Buenos Aires.
De vuelta a España, realiza actuaciones esterales en los teatros madrileños
Maravillas y Price, en 1923, y la Latina y Romea, en 1924. A continuación se
retira durante 3 años. Reaparece en 1929, para bailar en los teatros Alhambra de
Paris y Scala de Berlín. Se une al grupo de artistas y escritores de la
generación del 27 y adapta sus espectáculos antiguas tonadas, canciones del
Siglo XVIII, letrillas de Lope de Vega y danzas
populares, y adapta su vestuario a la tradición Española. Toma parte en actos
artísticos literarios, como la velada lírico-poética-coreográfico-musical, en la
que Rafael Alberti pronuncia una conferencia sobre la canción, que ilustra
acompañada al piano por Federico García Lorca. Los citados poetas, le asesoran
en temas e ideas y aprende la
formación de su compañía propia con nuevos ballets, que ella misma dirige
coreográficamente, presentado, en 1932, las estampas folklóricas Las calles de
Cadiz, sevillanas del Siglo XVIII, el cafe de chinitas y el rango del Escribano.
Culminando esta renovacion con la creación de su versión de El amor brujo,
incluyendo ademas en su elenco a artifices del arte flamenco como La Macarrona,
La Malena, Fernanda Antúnez, Rafael Ortega y Antonio de Triana. En 1933,
presenta su espectáculo nuevo en el teatro Fallade Cádizy seguidamente en el
Español de Madrid, para seguir por otras capitales
Españolas. En 1934 lo estrena en el Teatro de los campos Eliseos de París, donde
la critica la reconoce como una de las grandes figuras de la danza
internacionalmente. En el teatro Poliorama de Barcelona lleva a cabo dos unicas
actuaciones en 1934, y vuelve a paris en 1935, año en el que emprende viaje a
América.
Los recitales que ofrece Nueva York supone los mayores triunfos en aquella
capital del baile español. A las piezas aneriormente mencionadas, añade las
siguientes: El romance de los pelegrinitos y ávila, Madrid 1890, de Chueca y la
Romería de los cornudos, de G.Pitaluga . De 1941 a 1942, cambia de pareja dos
veces, primero sustituye a Antonio de Triana por Federico Rey, y al año
siguiente reemplaza a este por el sudamericano José Greco, contratando tambien
el mejicano Manolo Vargas.1943 es un año clave en su vida artística, porque
presenta en el Metropolitan Opera House dc Nueva York, durante un festival
benéfico, organizado por el empresario Sol Hurok y patrocinado por
el marqués de Cuevas, el segundo cuadro flamenco teatralizado en un escenario:
El Cafe de Chinitas , inspirado en el cafe cantante malagueño del mismo nombre,
con poemas recogido por Federico García Lorca, decorados de Dalí, orquestas
dirigida por José Iturbí y la coreografía a cargo de ella mismo. Dos años mas
tarde tuvo lugar su última actuación, en el mismo escenario, interpretando
capricho español, el 28 de mayo de 1945 finalizada su actuación es hospitalizada
e intervenida quirúrgicamente, falleciendo el 24 de septiembre. Su cadaver es
trasladado a España donde llega el 29 de septiembre. A titulo póstumo le fueron
concedidas las condecoraciones de Alfonso El Sabio e Isabel la Católica. En el
teatro neoyorkino de sus grandes triunfos se descubrió una placa en su recuerdo.
Al margen de su intensa dedicación al baile, La Argentinita realizó otras
actividades dignas de mención: la grabación en 1931, del disco Colección de
canciones populares españolas, cantadas acompañadas con castañuelas , con la
colaboración al piano de su recopilador, el Poeta García Lorca; su participación
en la película cinematógrafica Rosario La cortijera, y la redacción de sus
memorias, aún inéditas. Es de interes mencionar la colección de apuntes que, con
motivo sus episodios artísticos , le hicieron los dibujantes mas conocidos de su
época. Por ellos puede llegar a conocerse la personalidad y el estilo que daba a
sus bailes. El dibujante Portugués Almada, Jose M.Peña, en mundo gráfico , donde
la reduce a una línea de perfil sinuoso, el aleman
Egarno que subrayaba sobre todo los trajes, Sirio, Franquelo, Kintor, Aristo
Téllez, Guevara, en el Plata de Buenos Aires, capta a la bailarina con caracol
en el pelo y pendiente de aro.Manuel Machado escribió su arte:"Era como una
pluma en el aire...fue preciso que la vida lastrara su corazón con el peso del
gran amor, y su cuerpo
delicioso conociera el valor estatuario de la linea y el secreto del abandono
femenino y del hondo dolor humano para que...la hiciera reposar sobre el suelo y
la convirtiera en la interprete de los cantares hondos y las danzas flamencas, y
le diera una voz cordial, arteciopelada y penetrante, sin estridencia, y una
maravillosa expresión dramática en el
baile y en la copla. José Bergamín opinó que le parecía sobre todo "un arte
poético de bailar, porque había conseguido independizarse de las otras artes,
(del drama y la literatura), y pasaba a realizar su propia mimesis. Para A.
Salazar, su esencia radicaba en su juego "de lo mas alto como arte y de lo mas
hondo como arraigo popular. Los gomez dice de ella, "la argentinita sabe
impirimir a nuestros bailes un aspecto digno y artístico y unir a los primores
de la ejecucción las sales compatibles con el decoro. Su arte es castizo: su
braceo y su colocación conservan en todo momento la pureza de la línea que no se
descompone jamás con retorcimientos mosntruosos o extravagantes : es arte, en
fin , de solera española que se plasma en ritmo y melodía.
Mercé Luque, Antonia. Argentina, La
Antonia Mercé Luque. Buenos Aires (República Argentina),
1890 - Bayona (Francia), 1936. Bailarina y bailaora. Nació en el Río de la Plata
porque sus padres se encontraban allí realizando una gira artística. La madre,
Josefa Luque, cordobesa de familia aristocrática, era bailarina; el padre,
Manuel Mercé, castellano de Valladolid, primer bailarín y maestro coreógrafo del
Teatro Real de Madrid. Al regreso a España, la familia se instala en Madrid, en
el barrio de Lavapiés, donde el padre abrió una escuela de danza. Tenía la niña
una bella voz de contralto, y el maestro Mercé deseaba que se
dedicara antes que nada al bel canto; consintió la pequeña y comenzó a estudiar
tan dura disciplina. Pero sin perder de vista el baile, al que se sentía
inclinada desde siempre. "Aprendí a la vez a rezar y a bailar", manifestó en
alguna ocasión, y según ella a los cinco años bailaba ya de una manera bastante
aceptable. Murió el padre en 1903, y ello propició que Antonia abandonara los
estudios musicales para dedicarse por entero a la
danza. Y era una adolescente más bien desgalichada cuando comenzó como telonera
en las salas de variedades de la época, ganando pronto una cierta fama.
En 1914 protagonizaba en el Teatro Alhambra de Londres El Embrujo de Sevilla,
junto a un importante elenco de artistas flamencos, y fue probablemente en esa
circunstancia cuando tuvo un conocimiento más íntimo del baile flamenco, y
comenzaría a cultivarlo personalmente hasta hacer de él objetivo principal de su
vida artística. Cuando en 1935 Pedro Massa le pregunta cómo formaría una
bailarina, Antonia Mercé respondía con toda sinceridad: "En primer lugar,
aprovecharía sus años de adolescencia para lograr que dominase la escuela
italiana de danza. Sin esta base coreográfica no hay técnica de baile posible.
Simultáneamente, le haría aprender música; procuraría que conociese una
selección de obras literarias; pondría delante de sus ojos las obras maestras de
la pintura universal, y por último le haría conocer y estudiar a fondo el origen
y la historia del baile a que quisiera dedicarse. Ésta es, a mi juicio, la
formación perfecta de una
bailarina. Así me formaron a mí. Advierta usted que digo bailarina, no bailaora.
Una bailaora es algo, en apariencia, semejante, pero sustancialmente distinto en
el fondo. Por caminos de aprendizaje -por la técnica- se puede llegar a ser una
buena danzarina, una bailarina cabal. La técnica no hizo jamás una bailaora. No
quiere decir esto que el arte de la bailaora no tenga su parte de oficio, esté
libre de toda regla. Pero es una técnica arbitraria, genial, individualista, si
puede decirse así. La bailaora es la cosa espontánea, el arte vivo y maravilloso
que nace porque Dios quiere que nazca. No hay escuelas para formar bailaoras,
como no las hay tampoco para formar poetas y sí para hacer retóricos y
gramáticos (...)
La bailaora surge unas veces por tradición familiar:
bailaora la madre, la abuela, pues bailaora la nieta... Éste es el caso más
frecuente. Otras veces es porque a la chiquilla le gusta lo flamenco: le va por
la sangre, como una levadura de gitanería, un no sé qué que la levanta en vilo
en cuanto oye una guitarra, o suena una copla, o se dibuja en el aire el revoleo
de una falda de volantes... Este fue mi caso. Fui bailarina porque mi padre
-profesor de baile- quiso que lo fuera y me enseñó en conciencia todas las
reglas de su
oficio. Y me siento bailaora porque, andaluza mi madre, me nace de la entraña
esa cosa caliente que nos transfigura y nos mata, y nos hace cerrar los ojos, y
ver y no ver, y ahogarse en un suspiro, y revivir en otro, y...". Y cuando el
entrevistador le plantea la cuestión crucial -"No hay que decir que entre
bailaora y bailarina..."-, la mujer responde, sin vacilación: "¡Bailaora,
siempre!". A partir de las actuaciones londinenses
en el 14, la carrera de Argentina fue en constante ascenso, hasta situarse como
una de las primerísimas figuras del baile europeo. En 1925, cuando pone El Amor
Brujo en París, era una estrella internacional indiscutible, comparándosela con
la Pawlova, y ello no era ocioso. Es entonces cuando ella declara: "Mi padre
sólo bailaba con los pies, y se ha de bailar con el corazón y la cabeza". Va
madurando su concepción estética del baile con un rigor y una autoexigencia
ejemplares. Y así, cuando Pedro Massa le pregunta
qué es para ella el baile, responde con absoluta convicción: "Belleza, en primer
lugar, y luego, muy luego, técnica. La técnica no debe tener otra misión, en una
bailarina, que permitirle escalar las cimas de la plena belleza plástica. Cuando
la técnica, el oficio, el dominio de las reglas, no sirve para alcanzar este
supremo objetivo, diga usted que no sirve para nada. Y lo curioso es que la
técnica -tan sustantiva en la danza- tiene, en
apariencia, que desaparecer al bailar, pues de no suceder así la hermosura del
baile sufriría considerablemente. ¿Usted concibe a una bailarina, en el divino
frenesí de su arte, acordándose de cómo ha de mover brazo o pierna, en
obediencia estricta a las enseñanzas practicadas? Sin embargo, la técnica,
invisible para el espectador, olvidada en esos momentos por la misma artista,
corre por debajo de su arte, como una veta de agua que hace jugosa y tierna la
expresión, la geometría del baile". Ese afán perfeccionista, en que se da
primacía al arte antes que a cualquier otro valor, se convierte en una ética
personal que rige toda la obra de Antonia Mercé. En algo aparentemente tan de
segundo orden como las castañuelas, por ejemplo, cuya elocuencia fue
arrebatadora pulsadas por La Argentina. Ella misma explicó el largo proceso que
hubo de seguir hasta lograr el sonido que quería de ese especialísimo
instrumento.
Fue este tesón, este empeño en hacer de su arte algo único y, siempre que
estuviera a su alcance, imposible de mejorar, lo que dio a toda la obra de
Antonia Mercé la Argentina ese aura especial tan consustancial a la personalidad
de la artista. En 1922, en Granada, donde se celebraba el Concurso de Cante
Jondo, contemplando estremecida el baile de la vieja Golondrina, preguntaba a
José Carlos de Luna: "¿Bailo yo así?". Por aquellos
días también, allí mismo, vio bailar por alegrías a Juana la Macarrona, y sintió
tal emoción que cuando terminó el baile se arrodilló reverente a sus pies, la
descalzó y se llevó los zapatos. En 1929 puso una nueva coreografía de El Amor
Brujo en la Ópera Cómica de París. Y a finales de ese año se le rindió homenaje
en el Instituto de las Españas de Nueva York, con intervención de García Lorca.
Fue entonces cuando Federico dijo: "Esa española, enjuta, seca, nerviosa, mujer
en vilo que está ahí sentada, es una heroína de su propio cuerpo; una domadora
de sus deseos fáciles, que son los
más sabrosos, pero ya ha conseguido el premio de la danza pura, que es la doble
vista. Quiero decir que sus ojos no están en ella mientras baila, sino enfrente
de ella, mirando y rigiendo sus menores movimientos al cuidado de la objetividad
de sus explicaciones, ayudando a mantener las ráfagas ciegas e impresionantes
del instinto puro".
En 1935 vio la luz el libro Arte y Artistas Flamencos del viejo cantaor Fernando
Rodríguez el de Triana, y ello fue posible gracias a la decisiva colaboración de
Argentina. Cuenta el de Triana que, cuando la Argentina conoció el original de
su obra y la importantísima colección de fotografías que lo acompañaba, propuso
celebrar una fiesta. Esa función se celebró en el Teatro Español de Madrid el 22
de junio de 1935, y en ella participó la propia bailarina. El libro pudo
editarse, apadrinado "por los poetas del día y por la reina maga Antonia Mercé
(La Argentina)". Y al final del libro, como colofón, el cantaor-memorialista
hace una semblanza de ella en términos, por supuesto, de gratitud y elogio, pero
significativos. El año último de la vida de Argentina fue de intensa actividad.
El 27 de junio pronunció, en París, una conferencia magistral con el título El
lenguaje de las líneas. En ella expuso algunas ideas básicas sobre su propio
arte: "Pienso que adoro la danza porque siempre he detestado la mentira. En la
danza todo es verdadero. Se pide a la danza expresar con franqueza, libremente,
emociones, estados de alma; sin la reticencia de las palabras.
No hay lenguaje más sincero que el de la danza, tanto si es
cruda, tanto si gira hacia el argot; porque hay un argot de las líneas. Y he
aquí un buen aprendizaje para el corazón y para el espíritu. Sí, la danza es
moral. Igualmente adaptada a fines que no lo son. También practicada, como en
los pueblos primitivos, siguiendo las leyes del instinto, conserva el mérito de
no pactar con la hipocresía. En un alto grado de civilización -que es el que
invito a considerar- ella aporta la liberación de las pequeñas cobardías, los
temores mórbidos y las bajezas. Ella libera, ella acrecienta, ella ennoblece". O
bien: "El movimiento es mi elemento, como lo es también el de los pájaros -¡de
los que yo no pretendo en absoluto tener la gracia!-, pero a los cuales me
siento ligada por una fuerte confraternidad. Ellos son, para mí, unos altos y
ligeros ejemplos. Su elocuencia está en sus alas, en sus aleteos, en sus curvas
y sus revoloteos. Lo que ellos cantan yo no lo comprendo. Pero, en cambio,
cuando una golondrina vuela ante mí puedo descubrir sus alegrías, sus temores,
sus acechos amorosos, su talante peleón, el hambre que tiene o su simple deseo
de revolotear para nada, para tomar el aire o por puro placer".
Sus crisis cardíacas aconsejaron que aquel verano se tomara un descanso, y para
ello se fue a la villa Miraflores, cerca de Bayona. El 18 de julio el sacerdote
musicólogo padre Donostia le comunicó que en San Sebastián se había preparado un
gran festival de danzas vascas en honor suyo, que había expresado el deseo y el
propósito de incorporar a su repertorio alguna de ellas. Nueve días de reposo
completo habían dado a la bailaora "un aspecto de vigor, una alegría y un brío
que no le habíamos visto desde hacía
tiempo", así que el médico autorizó que se trasladara a la capital guipuzcoana
para asistir a aquel festival. Aquel día en Marruecos se había producido el
levantamiento del general Franco, y el viaje y la estancia en San Sebastián
estuvo perturbado por las inciertas noticias que llegaban del sur. Todo ello le
produjo una gran ansiedad. El regreso a Miraflores se produjo en este clima de
inquietud. El coche se detuvo, averiado, a pocos metros de la villa. Argentina
pudo llegar por su pie a la misma, entró en la casa y se detuvo en la primera
estancia, un estudio que daba a la terraza.
Allí se llevó la mano a la frente y pronunció una frase: "¿Pero qué es lo que me
pasa?" Y cayó sobre un diván que se hallaba próximo. Había muerto, cinco minutos
después de las nueve de la noche de aquel histórico 18 de julio de 1936.
En vida había recibido los más altos elogios a que un artista puede aspirar. Un
ejemplo, Vicente Marrero: "Nada que oliese a vino malo, a tardes calientes de
toros, a geniales desgarros o cualquier clase de vitalidad descomunal había en
los bailes de Antonia Mercé la Argentina, quien, con su gracia muy latina, con
su coquetería y arte mesurado, sugestionaba hasta la exaltación y electrizaba a
los públicos más escépticos. No es el éxito la medida de los artistas; pero,
cuando aparece algo divino en ellos, nadie se lo regatea y brilla por su propio
fuego". Y el estudioso de baile Lessington concluyó: "La mejor de todas fue
Antonia Mercé, la Argentina. Ni Pawlova, ni Taglioni, ni Elssler: la Argentina".
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