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Teresa de la Concepción

Teresa de la Concepción. La monja preñada por Satanas. N. Lebrija 1561

Tuvimos noticia de esta monja, ingresada en el convento sevillano de La Magdalena en 1578, y los avatares que le llevaron a la fama por el libro de María José y Pedro Voltes “Madres y niños en la historia de España”(1) que a su vez la recogieron de Imirizaldu (2). Y a Manuel Barrios le sirvió para incluir la anécdota en al menos un par de artículos de ABC (3) .

Reproducimos el segundo:

PUESTO que el pasado sábado referimos una historia generalmente conocida - la de Dolores La Beata-, permítanme volver hoy al caso que tiene por personaje principal a una doña Teresa de la Concepción: hermosura de diecisiete primaveras, natural de Lebrija, que fue depositada, siendo una niña, en el Convento de la Magdalena, de Sevilla, «donde destacaba de las demás en el coro por la galanura y resplandor de su faz, que las otras envidiaban, la liviandad de cuerpo y la retahíla de sus atributos», según describe con graciosa elegancia -¿y acaso hay elegancia que no sea graciosa?- el provincial de la Orden de San Francisco, don Cosme Carrillo.

De carácter retraído, no puede decirse que sor Teresa fuese pacata, pero sí muy candorosa e inocente, con gran contento de la priora. Un contento quebrado en sobresaltos, asombros y lamentaciones cuando la madre «notó un día que la dicha Teresa llevaba bulto de preñez o semejaba cosa así», por lo que la sometió a severo interrogatorio del que no sacó mucho en claro, pues la muchacha, con todas las veras del mundo, «llegó a argumentar que bien pudiera ser algún demonio o incubo maligno haber tenido acceso a ella, cosa que ella negaba y objetaba, diciendo que jamás varón alguno había estado en su derredor; que nunca había oído explicación y que ni siquiera sabía qué significaba el bulto que las otras decían de preñez; que ella no imaginaba antes tales cosas ni la relación que había entre las cosas de que se hablaba».

El asunto era de una gravedad extrema, por supuesto, pero lo más extraño de todo estaba en que, tras las averiguaciones, se llegó a la conclusión de ser imposible, de toda imposibilidad, que doña Teresa hubiese tenido trato con hombre, con lo que, por dificultoso que fuera el veredicto, no había sino achacárselo al diablo, que por estos idus tenía puesto cerco de sus más perversas industrias a los conventos de monjas.

La preñez, sin embargo, iba adelante y es natural que los inquisidores tomaran cartas en el rentoy; por más que, sin dejar resquicio libre de pesquisas, siguieran sin explicarse una circunstancia tan indescifrable como escandalosa. No se desanimaron, a pesar de ello, por el resultado negativo de sus escrutinios (que a la tenacidad de un ordinario no le gana ni la de una mula extremeña) y, acabadas las primeras diligencias, volvieron a las consultas, por ver si en un segundo interrogatorio a todas las palomas de la comunidad se hacía un rayo de luz entre tan densas tinieblas. Y así fue, cuando a uno de los pesquisidores le pareció advertir más reciedumbre de la natural en la voz de una profesa, aunque la apariencia de su rostro no desmentía, en una observación rutinaria, su doncellez juvenil. Mas, como dice don Cosme Carrillo, «parece que lo que ha conducido las sospechas ha sido, juntamente con la recia voz, la aparición de vello de mancebo en el mentón de la susodicha». Agobiada ésta a preguntas, no aparecían nuevos indicios, hasta que se encargó de tal menester la priora y, por fin, «hallóse, con espanto de todos, que la dicha monja no poseía atributo de mujer y, más aún, que era varón firme y cabal, que daba espanto verlo entre tanta concurrencia de mujeres».

El caso fue que el muy bellaco entró en el convento a la edad de quince años, de la mano de un pariente, el capitán don Antonio Lope de Talavera, que a la sazón partía para Nueva España, y allí, en el convento, hubiese quedado hasta el último suspiro, pasando por beata con el nombre de Catalina, de no haber aprovechado engañosamente el sueño profundo de doña Teresa, quien «aunque pudo reparar en convulsiones y placeres, no se percató de diferencia alguna en lo tocante a las partes de la generación, por estar en sueños y dormir en grande proximidad a causa del frío».

(1) Buxó Dulce Montesinos, María José y Voltes Bou, Pedro. Madres y niños en la historia de España. Col. Memoria de la Historia. Planeta-De Agostini, D.L. 1996 Madrid. Pág 178-179 (1ª Edición 1988).  Como curiosidad. Mientras que en el libro físico firman como María José y Pedro Voltes, en la notación bibliográfica de la BNE aparecen tal como reproducimos en esta nota.

(2) Imirizaldu, Jesús. Monjas y beatas embaucadoras. (Biblioteca de visionarios heterodoxos y marginados: Segunda Serie). Editora Nacional, D.L. 1978. Madrid.  

(3) Barrios, Manuel. ABC SEVILLA-18.06.1989. Página 66 y ABC SEVILLA-29.11.1997. Pagina 18 (este último es el que reproducimos aquí)


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