La Victoria (Córdoba). 1922. Resistente Militante de la Memoría anti-franquista
Tomado de http://www.publico.es/politica/francisca-adame-poetisa-memoria.html página vista el 21122015Francisca Adame, la poetisa de la Memoria
ICONOS DE LA IZQUIERDA
Publicado: 01.09.2015 21:31 |Actualizado: 29.10.2015 11:30
CRISTINA S. BARBARROJA
Más vale tarde que nunca,
esto es una gran verdad,
pero
escuchemos la voz
de los que estuvieron
y ya no
están.
Es el anhelo que mueve la mano de esta poetisa tardía
que se emociona cuando recita sus propios versos. “Porque no son
poemas –solloza- son trozos de mi vida”. Una vida de miserias,
como la de tantos otros españoles, que Francisca Adame (La
Victoria, 1922) pone blanco sobre negro “porque nada hay peor
que el olvido”.
Ella apenas recuerda infancia, su adolescencia
o juventud. No por sus 93 años de lúcida memoria. Sencillamente,
porque no las tuvo. Hija de un guardia civil defensor de la
República, la Guerra Civil le obligó a vivir una vida errante
huyendo de las bombas y en pos de un padre que aprovechó sus
conocimientos militares para dirigir a una compañía de milicianos.
De Ciudad Real a Adamuz, de La Herrería a Hinojosa o Villanueva de Córdoba. “Los diez hermanos y mi madre, que no era mujer de mucho espíritu, íbamos detrás de él, de aldea en aldea sin perderle la pista, porque no sabíamos dónde iba a acabar cuando terminara la guerra”.
Pero la contienda
terminó para Manuel en un campo de concentración y, para Francisca,
en el nuevo peregrinaje de una adolescente analfabeta convertida en
mujer a golpe de hambre, frío y desprecio, que asumió el coraje que
le faltó a su madre, una mujer asustada que sólo le repetía: “Niña
cállate, niña calla”.
“Al acabar la Guerra, mi padre y
otros dos hermanos combatientes se fueron a Alicante a esperar el
barco ruso que los iba a sacar de España. Pero ese barco nunca
llegó. Los apresaron y los condujeron a la plaza de toros
dónde los iban a matar: Ya estaban en fila frente al pelotón
cuando les salvó un teniente coronel de la Legión que dijo que
aquello no podía ser, que tenían que pasar por un tribunal”.
A un hermano lo enviaron al Castillo de Santa Bárbara y lo condenaron a cuatro años. A Manuel lo condujeron al fuerte de San Fernando y, tras ser condenado a muerte, al presidio de Córdoba. Y allí marchó Francisca; a servir en casas y a aprenderse de memoria una cárcel que ─hoy afirma─ también fue la suya. Porque la visitaba cada día para llevar un canasto con comida para su padre ─“plátanos, pan duro, lo que pillaba”─ y marcharse cargada de recados del resto de presos: cartas escondidas en zapatillas que después repartía o la cesta de la manduca llena de ropa sucia.
De aquellas idas y venidas hay un día especial en la memoria de Francisca: “Uno de los presos que recogían los canastos de la comida se acercó y me dijo: ‘Corre porque, si no fuera porque eres casi una mocita, te daba un beso’. ¡Y entonces los besos no se daban así con tanta facilidad! Y yo le pregunté ‘¿Por qué?’ ‘Porque le han quitado a tu padre la pena de muerte”.
Se la conmutaron por 30 años de prisión que pasó entre Sevilla,
Dos Hermanas y el campo de concentración del que salieron los
esclavos que levantaron otra de las megalómanas infraestructuras del
dictador: el
Canal del Bajo Guadalquivir,158 kilómetros horadados a pico y
pala, que hoy riegan 80.000 hectáreas de campo andaluz y que,
gracias a Francisca y a la Comisión de la Memoria Histórica, desde
2006 se enseña en las escuelas como el Canal de los Presos.
También
tardo el amor en redimir el penar de la niña. “No tenía zapatos,
ni vestidos, ni ná, pero era un poquito mona. Y me enamoré de
Manuel. Y él se enamoró de mí. Pero ¡ay! La familia no me quería
ni frita. Yo era hija de un comunista, mi familia era la más pobre
del pueblo y aquello era una tragedia para su familia, que no
representaba lo que tenía porque era muy tacaña. Pero me quedé
embarazada y me casé. Él me quiso siempre como yo era”.
Fruto
de aquella boda nacieron siete críos y otra tragedia, la más
estremecedora de todas, la que más le cuesta recordar porque “eso
no se supera nunca”. “Acababa de llegar la democracia y eran
los estudiantes los que estaban moviéndolo todo, moviendo la vida.
Mi hija estaba estudiando enfermería en la Universidad de Córdoba.
Se reunieron en un piso y llegó la policía. Ella quiso saltar por
una ventana. Se cayó y se mató. Tenía 22 años. Se llamaba
Margarita”.
Y fue ella, Margarita, que reunía a sus amigos en la cocina de casa, la que confirmó la militancia antifranquista de Francisca. Recuerda la muerte de Franco como “una liberación” que tuvo que contener rodeada como estaba en Fuente Palmera de una familia fascista. Su necesidad de contar le llevó, a los 65 años, a matricularse en la escuela de adultos para aprender a leer y a escribir y, desde entonces, no ha dejado de poner blanco sobre negro lo que ella llama “cachos de mi vida”.
“Cachos de dolor
─explica─ que tengo grabados en mi corazón y que no quiero que
se pierdan cuando muera”. Poemas
que cuentan la Guerra Civil, las penurias de los presos, de los
emigrantes; versos sobre la lucha de las mujeres; contra el olvido de
los mayores. Una trova sencilla, sin rencor, que sólo pretende que
no se repita lo que ocurrió y “acabar con el silencio que fue
nuestro segundo apellido durante más de 40 años”.
En
2005, el gobierno andaluz concedió a Francisca la medalla de
Andalucía http://www.historiamujeres.es/medalla/adame.html
en reconocimiento a su labor en defensa de la Memoria, un
galardón que ofreció ─y vuelven a saltársele las lágrimas─ a
todos los en este país vivieron lo que vivió ella: “¡tantas
personas!”. Hoy, desde su casita de La Herrería, rodeada del
cariño de sus hijas y sus nietas, sigue escribiendo la poetisa de la
Memoria….
Las heridas de la guerra
son difícil de
curar;
sólo hay una medicina:
el amor y la igualdad.