Volver a página principal de Biografías de Mujeres Andaluzas

Cigarreras de Sevilla (Desde finales del XVIII)

Cigarreras de Sevilla. La realidad Histórica.

Las cigarreras de Sevilla en la literatura.

Sevilla baja el telón de lascigarreras con el cierre de lahistórica fábrica de tabacos. (2007)

(1/3)

Cigarreras de Sevilla. La realidad histórica.

Tomado de URL: http://www.personal.us.es/alporu/fabricatabaco/cigarreras_sevilla.htm Alfonso Pozo Ruiz

Incluye dicha página Fotosy comentarios (que aquí no reproducimos) a las mismas muy interesantes, por lo que recomendamos se visite.

Operarios y cigarreras en la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla

El edificio donde hoy penan estudiantes y laboran profesores y funcionarios, no ha mucho que lo hacían operarios y cigarreras. Y no decimos operarias porque tenían muy a gala su condición de trabajadoras del tabaco, de cigarreras sevillanas. El vocablo femenino se cargó de connotaciones que no tenía el masculino del término.

¿Quienes fueron esas mujeres? ¿Qué había de Carmen en ellas? ¿Cómo trabajaban?

Ya hemos conocido la opinión de viajeros y literatos. Ahora quisiera acercarme a la trabajadora, a la realidad histórica.

Tanto se han identificado cigarreras y fábrica que puede pensarse que existieron siempre, durante toda la existencia de la instalación fabril. No fue así. Las mujeres se incorporaron masivamente a partir de la Guerra de la Independencia y dominaron durante el resto del siglo XIX.

Hacen su aparición, al menos de una manera estructurada, con dependencias específicas y con definitiva continuidad a fines de 1812 y comienzos de 1813. En el Archivo de la Fábrica de Tabacos se conserva la petición de empleo para las dos primeras cigarreras de la Real Fábrica sevillana. Con su ortografía original la transcribo a continuación:

"Señor Superintendente en Comision de la Real Fábrica

Señor:

Matías Martinez, dependiente de la Real Fábrica de Tabacos de esta ciudad, en la que ha servido fielmente a S.M. por el largo espacio de quarenta y nuebe años en el empleo de portero en el que fue jubilado con ... su sueldo, el 31 de octubre de 1809. Dise con todo el respeto devido ha llegado a entender se trata del establesimiento de quadra de mugeres para la labor de sigarros, y como lo abansado de su edad a mas de 80 años le hace temer su sercana falta por la que deven quedar en el mayor desamparo tres hijas mosas que le rodean mayores de 29 a.

Suplica a Vd. tenga presente a una de ellas para Portera, y las otras dos para sigarreras, en consideracion a ser hijas de la casa siéndolo de uno de sus empleados, y por más tiempo ha servido en ella, y con la puntualidad, fidelidad y escrupuloso desempeño que es público en ella.

Fabor que espera mereser de V.I. cuya justificación le consta. Dios guarde a V.I. m. a. Sevilla 7 de diciembre de 1812. (Firma Matias Martinez)"

En el margen izquierdo, una anotación manuscrita de 7 de diciembre de 1812 del cura párroco de Santa Cruz (Sevilla) en la que se certifica la buena conducta moral del solicitante y sus tres hijas solteras.

En la parte superior, anotación tipográfica que dice "Para el Despacho de Oficio. Valga para el Reynado de S.M. el Sr. D. Fernando VII y año de 1812"

Al final del documento -dorso- figura una diligencia de nombramiento de las tres empleadas "para la plaza de Segunda Portera a D. Josefa Martinez, en atención a los buenos servicios de su Padre y a los informes que he tomado de su conducta y disposición; quedando también admitidas las otras dos hermanas, en clase de operarias"

Así pues, en el periodo inicial de las fábricas sevillanas (1620-1812) sólo trabajaron hombres en ellas: durante casi 200 años el trabajo tabaquero en la Real Fábrica sevillana fue una labor de hombres.

La causa de esta situación no derivaba tanto de la mentalidad imperante o del régimen habitual de contratación en la industria de la época, como de la estructura fabril implantada en esta manufactura en estrecha consonancia con las necesidades impuestas por la demanda.

A lo largo de los dos primeros siglos la producción principal fue el tabaco en polvo -que sólo Sevilla realizaba- y no debemos olvidar que de los cinco beneficios (*) o fases fundamentales de este proceso industrial (azoteas, monte, moja, entresuelos u oreo y repaso) tres de ellos al menos -primero, segundo y quinto- precisaban de esfuerzos violentos más propios de varones y, en general, todos escapaban a las labores habitualmente realizadas por la mujer en la industria. El manejo de los voluminosos fardos del tabaco para la extensión de éste en las azoteas del edificio, el esfuerzo con los caballos y mulos empleados como fuerza motriz en los molinos, el picado y recambio de las piedras y morteros de éstos y, en suma, la mayoría de las faenas para la producción de tabaco en polvo no dejaban otra opción.

El trabajo del varón

En general, puede decirse que ya en el siglo XVII quedan reguladas las actividades fabriles, de manera que a lo largo del XVIII asistimos solo a un mayor perfeccionamiento y racionalización del proceso fabril. Contadas innovaciones serán aceptadas por la Administración, cansada de los continuados fracasos en que concluyen la mayoría de los ensayos e inventos que proponen tanto los particulares como algunos individuos vinculados a la renta..

Durante los dos primeros siglos el número de operarios asistentes a las faenas variaba frecuentemente y con fuertes oscilaciones. En el verano, por ejemplo, debían realizarse todas las tareas relativas al secado de los tabacos en las azoteas (el avellanado), lo que permitiría contar con las reservas necesarias para su posterior fabricación a lo largo de todo el año. Por lógica, en las estaciones húmedas tales jornaleros no eran precisos y, en consecuencia, no eran llamados al trabajo. Por otro lado, no existen testimonios de que tales oscilaciones pudieran estar vinculadas con los ritmos estacionales de las diferentes faenas agrícolas. Entre otras razones, debido a que la fábrica forzaba la contratación de operarios al mismo tiempo en que el campo demandaba mayor número de jornaleros.

Todos los operarios de la fábrica de tabaco en polvo trabajaban a jornal, existiendo diferentes niveles entre los capataces -de monte, repaso, moja, etc.-, los tenientes o ayudas y los peones. Esta sería siempre la tónica en estas dependencias. La jornada de trabajo se iniciaba a las siete de la mañana y a la una y media por la tarde desde noviembre de febrero; a las seis y media y a las dos respectivamente en marzo, abril, septiembre y octubre; y a las seis y a las dos entre mayo y agosto, ambos inclusives. De ocho y media a nueve de la mañana disfrutaban los trabajadores, en todo tiempo, de la media hora del almuerzo (2). La salida se realizaba a las once y media permanentemente en la jornada de mañana. Por la tarde, a las cuatro y media entre noviembre y febrero; a las cinco en marzo y octubre; a las cinco y media en abril y septiembre y a las seis de mayo a agosto. En cualquier caso, el trabajo se suspendía alrededor de un cuarto de hora antes de lo señalado con objeto de que los operarios pudieran asearse para regresar a sus domicilios.

El trabajo de noche, en aquellos momentos en que obligaba a ello la acuciante presión de la demanda, era remunerado de manera similar al de la jornada de día. En parte, estas tareas periódicas se encomendaban a los mismos operarios que trabajaban durante el día -así ocurría, al menos, con el personal más capacitado-, pero en otra parte se realizaba con jornaleros contratados al efecto.

Por lo que hace a los cigarros, en Sevilla siempre fueron elaborados exclusivamente por hombres durante los dos primeros siglos (XVII y XVIII). El papel preponderante de las faenas del tabaco en polvo, ejecutadas necesariamente por varones, impusieron esta opción en unos tiempos en que la convivencia de un importante número de trabajadores de ambos sexos en un mismo centro, era algo rechazado de plano. El número de cigarreros, casi testimonial aún a fines de la primera centuria citada, aumentó considerablamente durante el XVIII, cuando se consolida su aceptación por los consumidores. Según Rodriguez Gordillo, tendríamos en esta labor aproximadamente unos 100 trabajadores a fines del primer tercio del XVIII, 400 en el momento del traslado a las nuevas instalaciones y por encima de 700 al iniciarse el XIX, cuando eran unos 1.200 los dedicados sólo a la tareas de polvo.

Su trabajo siempre fue pagado a destajo, variando sólo con relación al tipo de labor que realizaban. El baremo establecido en cada caso, les impedía obtener, pese a su cualificación laboral, un salario superior al de los trabajadores de su misma experiencia en las restantes faenas del establecimiento. Quizás por ello no se han encontrado noticias de enfrentamiento o fuertes tensiones entre unos y otros.

Sin embargo, el régimen peculiar impuesto en la fabricación de cigarros dio pie a continuas tensiones entre los trabajadores y los responsables de la dirección de la Real Fábrica. Fue frecuente siempre en Sevilla el deterioro de la labor en aras de un aumento de la producción, dado que ello representaba directamente un mejor salario. La reglamentación sobre el desvenado de la hoja, la moja y el oreo de ésta, el torcido del cigarro, la forma de la capa y el número de vueltas que ésta debería tener, fueron objeto de permanente atención, porque los operarios aumentaban su relajación al menor descuido. Bien es verdad que, también con excesiva frecuencia, la dirección ocultaba el problema con objeto de no tener inconvenientes para poder abastecer la demanda.

"Se evidencia que los cigarros de Sevilla tienen en general mala construcción, la tripa podrida, y con mucha vena, y su capa mal acondicionada y envuelta; que se empapelan y encajonan con excesiva humedad; que por esto se intercepta el tubo o conducto de la comunicación de aire y humo, llegando a hacerse a mui poco tiempo un sólido impenetrable; y que en tal situación ya podridos, o a lo menos con mui mal gusto, e imposibilitados de poder fumarse puros, ni picados, resulta su total inutilidad" (Expediente sobre la mejora de la labor de cigarros en Sevilla, 1807)

Con todo, lo habitual eran las quejas ante semejante situación. Se habla de la gran cantidad de hojas que quedaban esparcidas por los talleres y se desperdiciaban; de la falta de regulación de los atados o mazos de cigarros labrados; de que se daba en éstos dos y tres veces más cantidad de tabaco de la que estaba estipulada, etc.

Todo ello, según Rodriguez Gordillo, se tendría muy presente en el momento crucial de decidir entre hombres o mujeres a la hora de plantearse el despegue definitivo de la producción de cigarros en el siglo XIX. En especial, al tenerse ya entonces la experiencia de otras fábricas, en las que el personal femenino no planteaba tales problemas o lo hacía en menor medida al considerar sus salarios complementarios de los de sus maridos.

La irrupción de la mujer: las cigarreras

La decisión adoptada en este contencioso modificó definitivamente la situación de los trabajadores de la Real Fábrica sevillana y dio, en adelante, un nuevo sesgo a esta industria. Los primeros pasos se dieron a fines del siglo XVIII ante el aumento vertiginoso de la demanda de cigarros, en detrimento del polvo.

Fue entonces cuando se acrecentaron las protestas de los consumidores ante la baja calidad de las labores sevillanas, en comparación con los productos traídos de Cuba o fabricados por mujeres en Cádiz. A comienzos del XIX aún no se había creído conveniente modificar esta situación, pero la crisis de aquellos años -guerra contra el invasor francés, devastación de extensas zonas, hundimiento económico- apoyó de alguna manera la necesidad del cambio.

En abril de 1811, ante la penuria general de la fábrica, se suspendieron las labores y se expulsó de los talleres a más de 700 cigarreros; en diciembre del año siguiente, se optó por el empleo de mujeres a la hora de reanudar la fabricación de cigarros, a semejanza de las restantes fábricas del país (Cádiz, Alicante, La Coruña, Madrid); finalmente, en febrero de 1813 se creaba el denominado "Establecimiento de mujeres", encargándose la enseñanza de las futuras operarias a un reducido grupo de expertas laborantas venidas de Cádiz.

Desde aquel momento se planteó una dura pugna entre la fuerte tradición sevillana en este campo, favorable a los varones, y la tendencia general en las restantes fábricas españolas, que apoyaba la opción femenina. Si en un principio (años 1813-16) sólo trabajaron mujeres, pronto se hizo preciso recurrir a antiguos cigarreros que aumentaran la producción una vez recuperada la demanda al finalizar la guerra.

Durante algún tiempo, con el incesante aumento de los operarios, de nuevo parecía volverse a los antiguos usos, pero a partir de 1829 la Administración optó definitivamente por la mujer y éstas pronto alcanzaron en número a sus compañeros. La permisibilidad de las autoridades o el temor a la reacción de los perjudicados, que ya en 1822 habían provocado gravísimos incidentes, hizo que unos y otras continuasen trabajando conjuntamente algunos años más, aunque con un progresivo descenso del número de hombres. De alguna manera, era un auténtico drama para aquellos que tradicionalmente habían encontrado en estas faenas el sustento para sí y para sus familias. Pero, a mediados de siglo, la mujer había ya desbancado definitivamente a sus rivales. En adelante, éstos quedarían relegados a las tareas del tabaco en polvo y rapé (*), ambas en un nivel de producción extremadamente reducido. Entramos de lleno en la época de las cigarreras.

Como hemos visto, el fenómeno que en mayor medida fuerza el cambio fue el auge del cigarro. Pero habría que añadir lo que Rodriguez Gordillo denomina democratización del consumo de tabacos. El hecho trascendental en este campo es, sin duda, la aparicion del cigarrillo del papel. Aunque venía siendo elaborado por los propios consumidores, es ahora cuando comienza a ser fabricado industrialmente (4). El tabaco de humo, que en épocas anteriores era sólo de uso plebeyo y escaso, se convierte en costumbre social. Unos y otros -cigarros, en pleno auge, y cigarrillos, en sus comienzos-, son los causantes del continuo aumento del número de trabajadoras. Se precisa de tal cantidad de operarios que los salarios más bajos de la mujer representan una opción claramente ventajosa. En ello radica, en definitiva, la mejor baza de la mujer en aquellos instantes.

Lo expuesto anteriormente y el debate hombre/mujer se revela meridianamente en el informe titulado "Expediente sobre la mejora de la labor de cigarros en Sevilla" (1807), en el que, desde Madrid, se denuncia la mala calidad de los cigarros sevillanos y se plantean dos grandes incógnitas:

"La 1ª es que ¿Porqué han de hacer hombres en Sevilla los cigarros a mayor precio que los hacen en Alicante y Cádiz las mujeres?

Y la 2ª es ¿que si los hombres no pudiesen hacerlos en Sevilla al mismo precio se pusiesen mugeres para construirlos?"

Y aquí la contestación del superintendente José Espinosa, recogida por el profesor Gordillo, que no tiene desperdicio, siendo un magnífico reflejo del pensamiento de la época:

"La primera de estas réplicas está desvanecida con saber por un principio general que en todas partes y en todas artes y manufacturas es mayor el jornal del hombre que el de la mujer porque ésta sólo tiene que atender ordinariamente a su propia manutención y aún muchas de ellas a sólo su vestido porque las mantienen sus padres, hermanos y parientes y los hombres tienen que mantenerse a sí mismos, a su mujer, a sus hijos y aun a sus madres, suegras o hermanas; y aunque esta diferencia de jornales influye mucho en el aumento o rebaja de precio de la manufactura, también influye considerablemente en el interés del Estado que sean hombres y no mujeres las que las hagan, porque la población se aumenta con una familia en cada uno de estos jornaleros, al poco que se disminuye cuando son laborantas de cigarros las mujeres, las cuales saben que son despedidas cuando se casan y sólo aspiran a manternerse solteras, tal vez con una vida inmoral y relajada." (Sevilla 10 de octubre de 1807, Correspondencia de J. Espinosa a M. Cayetano Soler)

Con respecto a la segunda cuestión -¿porqué no poner mujeres a hacer los cigarros y dejar a los hombres para las otras labores?- se responden con excusas menos sostenibles como el temor a la promiscuidad y la falta de espacio, siendo conocido que ésto último no era escaso en las instalaciones sevillanas. Veamos:

"El poner en las Fábricas de Sevilla mugeres para que labrasen los cigarros en lugar de los hombres será traer un trastorno a este establecimiento e incurrir en males que deben evitarse.

Este inmenso edificio no tiene más que una sola puerta que da entrada a las fábricas de polvo, cigarros y de rapé y la Factoría del Brasil, y esta disposición es acertadísima porque si habiendo una sola puerta hay muchos trabajos para su resguardo, si hubiese dos o más sucederían muchas extracciones y faltas de orden y de formalidad. Por consiguiente era preciso que entrasen y saliesen por una sola puerta los hombres y las mujeres y que fueran registradas escrupulosamente en ellas, para lo que debería haber en la puerta mujeres para porteras, mezcladas con los hombres que hacen de porteros y se seguirían todos los demás desórdenes inseparables de esta reunión de sexos.

Tampoco se puede perder de vista que dejar en abandono cerca de 800 familias de otros tantos cigarreros que se emplean en estas fábricas sería una ruina a la ciudad, y que para hacer la labor que ellos ejecutan serían necesarias más de 1.200 mujeres, las quales no pueden contenerse en los talleres de esta Fábrica, donde tampoco hay proporciones para dividir la de cigarros de la de polvo con total separación e independencia, al menos que no se hiciesen considerables gastos" (Sevilla 10 de octubre de 1807, correspondencia citada)

Con la irrupción de las cigarreras y con su aumento constante durante todo el XIX, la fábrica de Sevilla alcanza la imagen que le haría mundialmente famosa. Entre sus muros se establecen y amplian continuamente los distintos talleres, en los que las operarias desarrollan su actividad. El esquema de funcionamiento siempre será el mismo, aunque con ligeras variantes que acomodasen el trabajo al paso del tiempo.

Había capatazas, maestras, pureras, cigarreras y aprendizas. Las cigarreras iniciaban su aprendizaje al lado de otra operaria experta, que recibía en compensación una tercera parte del salario obtenido por la pupila. Normalmente, las aprendizas solían entrar en la Fábrica con 13 años; comenzaban despalillando (5) las hojas, hasta que, bajo la vigilancia de la veterana se le enseñaba "a hacer el niño", esto es, liar un puro ejecutándolo con la misma precisión y delicadeza con que una matrona experta envuelve en pañales y refajo a un recién nacido. Porque la purera es la aristocracia de la Fábrica. La mejor considerada, la más ágil de manos, la que ya tiene una categoría profesional de la que se siente orgullosa y recibe por ello mejor salario. Se encuentra en condiciones de llegar a maestra. He aquí la espléndida descripción que doña Emilia Pardo Bazán hace del trabajo de una purera:

"No valia apresurarse. Primero era preciso extender con sumo cuidado, encima de la tabla de liar, la envoltura exterior, la epidermis del cigarro y cortarla con el cuchillo semicircular trazando una curva de quince milímetros de inclinación sobre el centro de la hoja para que ciñese exactamente el cigarro, y esta capa requería una hoja seca, ancha y fina, de lo más selecto, así como la dermis del cigarro, el "capillo", ya la admitía de inferior calidad, lo propio que la tripa o "cañizo".

Pero lo más esencial y difícil era rematar el puro, hacerle la punta con un hábil giro de la yema del pulgar y una espátula mojada en líquida goma, cercenándole después el rabo de un tijeretazo veloz. La punta aguda, el cuerpo algo oblongo, la capa liada en elegante espiral, la tripa no tan apretada que no deje aspirar el humo ni tan floja que el cigarro se arrugase al secarse, tales son las condiciones de una buena tagarnina".

Cada taller, bajo el cuidado y control de una maestra, estaba constituido por varios "ranchos", que acogían a un número variable de operarias -casi siempre entre 6 y 10-, que trabajaban bajo la supervisión permanente de una ama de rancho. Esta era la responsable del control de la hoja que había de recibir en su rancho -la data- como de la labor realizada por todas las integrantes del mismo. Ambos procesos estaban reglamentados con todo rigor con objeto de evitar el fraude en lo posible de controlar las irregularidades en la construcción de los cigarros. Con este objeto, a lo largo de un mes sólo se entregaban tres datas a las operarias y se consumía toda una jornada entre este menester y la recogida de la labor ya ejecutada.

Dejando a un lado el abandono voluntario del taller, que era muy frecuente, el fraude -la aprehensión de alguna porción de tabaco por pequeña que fuera- era, sin duda la causa más habitual de despido y la que, por lo general, implicaba la imposibilidad del retorno de la culpable. Si el delito no revestía excesiva importancia, al despido se añadía una corta pena de privación de libertad en la cárcel con que contaba la Real Fábrica, pero si la cantidad sustraida alcanzaba cierta importancia se iniciaba la correspondiente causa. Para el control de las sustracciones, se llevaban a cabo registros personales a la salida que, uno a uno soportaban -no sin cierta guasa- todos los trabajadores de la fábrica y que dieron lugar a coplillas populares en el siglo XIX:

Llevan las cigarreras
en el rodete
un cigarrito habano
para su Pepe

De este registro, que se ha mantenido hasta tiempos modernos, ya daba cuenta el inglés Richard Ford a mediados del XIX:

"Estas damas son objeto de un registro ingeniosamente minucioso al salir del trabajo, porque a veces se llevan la sucia hierba escondida de una manera que su Católica Majestad nunca pudiera haber soñado."

Y es que ya existían los llamados "tarugos" que no eran sino una tripa, frecuentemente de carnero, que llena de tabaco se introducían por el recto los defraudadores -"tarugueros"- para evitar el registro. (¡Nihil novum sub sole...!)

Todos los restantes motivos que suponían el despido de la operaria -escándalos, reyertas y peleas, etc.- siempre quedaban sujetos a una posible reconsideración de la Dirección, siendo lo más probable cuanto mejor fuera la labor realizada hasta entonces por la interesada durante el tiempo de permanencia en el establecimiento.

También dependía, y de ello se encuentran multitud de ejemplos, de las estrecheces de la producción en el momento de realizarse la petición de "habilitación" -así se denominaba la readmisión- por la interesada. Como puede suponerse, tales circunstancias fueron modificándose con el paso del tiempo; al cabo de los años, cuando ya muchas sevillanas dominaban esta actividad, la posibilidad de retornar por el simple conocimiento de la profesion fue haciéndose cada vez más difícil.

La vida de la fábrica prosiguió, una vez implantado este nuevo régimen, sin serios altibajos hasta las décadas finales de siglo, alcanzándose la mayor concentración de mano de obra femenina a mediados de los años ochenta: una 6.000 cigarreras, poco más o menos. No obstante, en ocasiones se produjeron ciertas revueltas (1838, 1842 y 1885 fundamentalmente) que, pese a su fuerte impacto por el número de cigarreras que solía implicar, apenas se alargaban por más de dos o tres días.

Al concluir el siglo XIX, el inicio del maquinismo torció de nuevo el rumbo de la producción tabaquera. Llegan las nuevas máquinas picadoras, desvenadoras, tiruleras, liadoras y prensas modernas (6), modificando poco a poco el trabajo de las empleadas. Por una parte, se reduce sensiblemente su número; por otra, se inicia, aunque a ritmo muy moderado, un nuevo aumento del de operarios a los que se va encomendando el mantenimiento de los nuevos ingenios. En pocos años las cigarreras quedan reducidas casi a la mitad: en 1906 son 3.332 entre maestras, porteras y operarias; en 1920 ya no llegan a 2.000 y veinte años después tan sólo quedan 1.100. La técnica impone paulatinamente su ritmo y un cambio en las formas tradicionales de la industria sevillana. La era de las cigarreras había concluido y, con ella, una de las etapas más significativas en la vida de la Real Fábrica.

No hay mejor colofón que los versos que escribiera una cigarrera cuando abandonaba aquel palacio del tabaco:

"Adiós Fábrica de Tabacos, gloria de las cigarreras
qué pena nos da el pensar de no volver más a ella;
aquí entramos desde niñas y ésta fue nuestra alegría
que cantando y trabajando se nos pasaba la vida.


Para el gremio del tabaco se hizo su construcción
desde que a España lo trajo aquel Cristobal Colón;
tus talleres y galerías no los pisaremos más,
pues de centro de trabajo se vuelve Universidad.


Fragmento de la poesía "El adiós de las cigarreras a la Fábrica de Tabacos", de Encarnación Lozana, cigarrera. (7)

(Se analiza una de las fotos que aparece en la. Página de la hemos copiado este artículo)

Grupo de cigarreras de la Fábrica de Sevilla (fotografía anónima de fines del siglo XIX)

Fantástico retrato que refleja a la perfección aquella generación de mujeres, fuera de la leyenda.

Adviértase la diferencia entre el mito de Carmen y la cigarrera real. Las "generalas" en el centro; las veteranas, atrás; las más jóvenes abajo. Muchas con niños pequeños en brazos, para los que la Fábrica proveía de cunas. A diferencia de la tópica foto de Laurent (mostrada más arriba) no llevan faldas de volantes ni abanicos ni adoptan pose histriónica.

Como dijeron algunos visitantes, las había guapas y feas, abundando más éstas últimas. Como también contaban, el moño y la flor que lo corona no podían faltar, máxime en una ciudad en que las macetas proveen de flores a cualquier casa o corral.



Notas:

(*) Proceso de elaboración del tabaco en polvo: Beneficio es el nombre dado a cada una de las tareas precisas para la obtención del tabaco en polvo. Las cinco fundamentales eran: Azoteas, monte, moja, oreo y repaso. Veamos algo de ellas.

La "azotea" era la primera tarea; consistía en extender las hojas en las azoteas del edificio para que recibieran el calor del sol durante los meses secos del año. De ahí el nombre con el que se conoció siempre a esta primera faena en la fábrica de tabaco en polvo de Sevilla. En ocasiones también se le llamaba "avellanado".

En el segundo beneficio se utilizaba el molino de monte, empleado para moler las hojas después de haberlas secado o avellanado en las azoteas. El molino estaba compuesto de mortero y piedra vertical, ambas bastantes toscas, y era movido por caballerías.

En el tercer beneficio del tabaco en polvo, la moja, se mezclaba con agua el tabaco molido en una artesa. En ocasiones, se aprovechaba esta faena para añadir algo al tabaco como la almagra, un óxido de hierro que le daba el color deseado. (En las labores de tabaco rapé, la moja era el segundo proceso, tras el escogido).

El oreo era el cuarto beneficio en el proceso de fabricación del tabaco en polvo. Se realizaba en extensas galerías que las que sólo el aire debía actuar para que el tabaco enjugara la humedad recibida en la moja. Cuadrillas de operarios removían y araban continuamente el polvo, siempre con instrumentos de madera, para facilitar su secado.

Finalmente, en el "repaso" se pasaba el tabaco por un molino de piedas de jaspe para que el povo recibiera la unión y finura apetecidas.

(2) Almuerzo: En esta época, almuerzo y desayuno son sinónimos. Leemos en el diccionario de Autoridades de la Real Academia de 1726: "Almuerzo: el primer alimento que se come por la mañana, y con el qual uno dexa de estar ayuno, por lo que también se llama desayuno. Regularmente suele ser de cosa ligera y en poca cantidad. El origen de esta voz según discurre Covarrubias viene del nombre latino 'morsus', que significa bocado, y como de ordinario lo más común entre la gente popular el desayuno es de una bocado de pan, tanto que para expresarse dicen: 'Vamos a tomar un bocado'; con el articulo 'Al' se pudo formar 'almorsus' y después, corrompido, quedar en 'almuerzo' " (pág. 237, columna 2)

(*) Rapé: Labor de tabaco de origen francés, algo más grueso y oscuro que el polvo fabricado en Sevilla. En 1786 comenzó también a producirse en la fábrica sevillana estableciéndose un departamento especial -la fábrica de rapé- que acogiera todo el complejísimo proceso necesario para su elaboración: raspar, presnar, etc. 

(4) Los primeros ensayos se realizaron en 1817, fecha en que se confeccionó el primer cigarrillo de papel en conventos de clausura por encargo de la Real Fábrica de Tabacos. 

(5) Despalillar es quitar los palillos o venas gruesas a la hoja de tabaco antes de torcerla o picarla

(6) Parece ser que la primera máquina liadora de cigarrillos utilizada en la fabricación industrial, fue empleada en el año 1880, en Austria, manejada por personal femenino 

(7) Recogido por Rodriguez Gordillo en op. cit. pág. 45

 

Para saber más...


Rodriguez Gordillo, José Manuel: "El personal obrero en la Real Fábrica de Tabacos"; en "Sevilla y el tabaco", Ed. Tabacalera, Sevilla 1984 (pág. 67-75)
"Historia de la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla"; Fundación-Focus Abengoa, Sevilla 2005
"Sobre la industria sevillana del tabaco a fines del siglo XVII "; Ed. Instituto Jerónimo Zurita, Madrid 1977

Ortiz de Lanzagorta, José Luis: "Las cigarreras de Sevilla"; Ed. J. Rodríguez Castillejo, Sevilla 1988

Gálvez Muñoz, Lina: "La mecanización en la Fábrica de Tabacos de Sevilla bajo la gestión de la Compañía arrendataria de tabacos (1887-1945)" Ed. Fundación Empresa Pública, Madrid 1997

Las cigarreras en la literatura | La Real Fábrica de Tabacos | Tabaco: De la persecución al monopolio estatal




(2/3)

Las cigarreras de Sevilla en la literatura

Tomado de URL: http://www.personal.us.es/alporu/fabricatabaco/cigarreras_literatura.htm Alfonso Pozo Ruiz

Incluye dicha págin Fotos y comentarios a las mismas muy interesantes, por lo que recomendamos se visite.

No podemos olvidar que Carmen es un personaje ficticio, convertido en mito, como el don Juan Tenorio. Y que Sevilla y su fábrica de tabacos no son sino el escenario donde se desenvuelve la protagonista de la ópera. Realmente, la obra original de Merimée apenas toca Sevilla, tan solo en el capitulo III, mientras que el I y el II se desenvuelven en Córdoba y alrededores. Pero mujeres como Carmen sí existieron en realidad, a juzgar por el testimonio de viajeros de la época:

Comentario de imagen que figura en la página original.

Carmen, de Gonzalo Bilbao, (1915). El pintor fue objeto de un homenaje público por parte de las cigarreras, que acudieron en larga caravana de coches de caballos hasta la estación de ferrocarril, ataviadas con sus mejores galas y su característico bullicio, para recibir a "su pintor" de regreso de Madrid de la Exposición Nacional "Tienen la misma gracia sana y apetitosa. Estos millares de cabezas morenas donde, aquí y allá, amarillean algunas cabelleras de oro; estas cabezas vivas agitadas, todas adornadas de flores rojas; estas blusas entreabiertas, estas faldas claras, estos niños en las cunas, situados al lado de sus madres y que ellas mecen mientras trabajan; estos vestidos colgados en la pared, como los cachivaches en casa del revendedor; este sol andaluz jugando sobre estos brazos redondos, sobre estos cuellos elegantes, sobre estas manos que lían alegremente..."

Jules Claretie.- 1869
(Traducción de F. Morales Padrón)

Recuerda el curioso Claretie que en una ocasión, al entrar en las naves de la fábrica, se oyó un golpe de campana y, repentinamente, las cigarreras se echaron sobre los hombros los mantones y arreglaron el desorden del tocado. Las más coquetas procuraban arreglarse los cabellos y ponerse una flor en la oreja. El intruso era contemplado con aire burlón; por su parte, él observaba que casi todas eran hermosas y, en el claroscuro de la sala-taller con arcos que evocan un ambiente conventual, piensa en las Hilanderas de Velázquez ("elles font songer aux filandieres de Velázquez"), adelantándose casi cincuenta años a Gonzalo Bilbao.

No era fácil entrar en las salas donde trabajaban estas mujeres. Otro viajero, el alemán Vilhelm Löwinstein, recuerda que había un polvillo flotante que le obligaba a estornudar; quizás fuera ésta una de las razones por la que aquellas cigarreras tenían los ojos grandes y brillantes... estaban enfermizamente dilatados por la materia que sus manos elaboraban. La literatura científica de la época ya había tratado el tema. Fue el doctor Hauser, durante su larga estancia en Sevilla, quien lo publicó. En sus "Estudios Médico-Topográficos" publicados en 1882, analiza la situación de la Fábrica de Tabacos -que cuenta entonces con 5.000 operarios-, y después de constatar que los talleres son espaciosos y al parecer favorables a las reglas higiénicas, advierte, sin embargo, que la naturaleza del trabajo allí realizado exige un mejor sistema de ventilación, que evite, en parte, la absorción del polvo de tabaco. Pues no solo afecta al aparato respiratorio y a la piel, sino que, según los doctores Richaud y Morin, de Marsella, el tabaco y su manipulación produce una enfermedad especial en los ojos, "una especie de oftalmia", dice, "que se caracteriza por la dilatación de la pupila y la congestión de los vasos del iris y de la retina". Así tenemos esos ojos grandes, dilatados, brillantes, que hacen más negros el negro de la pupila y los convierte en el azabache de los poetas. Pero no era más que una enfermedad.

Al visitante siempre se le hacía la misma advertencia: "son deslenguadas y burlonas, prepárese". El germano, Lowinstein, con traje exótico y prismáticos a la bandolera, admite que la gente lo señalara por las calles. Su estampa y su español chapurreado fue motivo de jolgorio entre las cigarreras.

También Merimée en su Carmen describe el ambiente de la fábrica, poniéndolo en boca de don José:

"Sabrá, señor, que hay de cuatrocientas a quinientas mujeres empleadas en la fábrica. Son las que lían los cigarros en una gran sala, donde los hombres no entran sin un permiso del Veinticuatro, porque cuando hace calor, se aligeran de ropa, sobre todo las jóvenes.

A la hora en que las obreras vuelven después de comer, muchos jóvenes van a verlas pasar y se las dicen de todos los colores. Pocas de ellas rehúsan una mantilla de glasé, y los aficionados a esa pesca no tienen más que agacherse para coger el pez"

Por su parte, el incansable Richard Ford (1) valora grandemente el trabajo de aquellas mujeres, aunque no le gusten: 

"Los fabricantes de puros en España son, de hecho, los únicos que trabajan de verdad. Los muchos miles de manos que se emplean en esto en Sevilla son principalmente manos femeninas: una buena obrera puede hacer en un día de diez a doce atados, cada uno de los cuales contiene cincuenta cigarros puros; pero sus lenguas están más ocupadas que sus dedos, y hacen más daño que los puros. Visítese el local.

Muy pocas de ellas son guapas y, sin embargo, estas cigarreras cuentan entre las personas más conocidas de Sevilla y, forman clase aparte. Tienen fama de ser más impertinentes que castas; llevan una mantilla de tira especial, que está siempre cruzada sobre el rostro y el pecho, dejando sólo la parte superior, o sea sus facciones más pícaras, al descubierto.

Estas damas son objeto de un registro ingeniosamente minucioso al salir del trabajo, porque a veces se llevan la sucia hierba escondida de una manera que su Católica Majestad nunca pudiera haber soñado."

Pero una de las mejores descripciones de las ocupantes de la fábrica nos la ofrece en 1873 el escritor italiano Edmondo de Amicis en uno de sus libros de viajes:

 "Las operarias se hallan casi todas en tres grandísimas salas, dividida cada una por otras tantas filas de columnas. La primera impresión es soberbia; a un mismo tiempo aparecen a la vista 800 mujeres sentadas alrededor de las mesas de trabajo; las que están lejos ya confusas, y las últimas apenas visibles.

Son todas jóvenes, pocas niñas: 800 cabelleras negrísimas y 800 rostros morenos de las varias provincias andaluzas, desde Jaén a Cádiz y desde Granada a Sevilla. Se oye un estrépito como el de una plaza llena de pueblo.

De la puerta de entrada a la salida, en las tres salas, están llenas las paredes de sayas, mantillas, pañuelos y faldas, y, cosa curiosísima, todo aquel conjunto ofrece dos colores dominantes, ambos continuos, uno sobre otro, como los colores de una larga bandera: el negro de las mantillas encima y el rojo y rosa de las sayas debajo. Las muchachas vuelven a ponerse aquellos vestidos antes de salir; para trabajar visten una ropa más ordinaria, pero igualmente blanca o colorada.

Como el calor es insoportable, se aligeran todas lo más posible; por manera que entre aquellas 6.000 apenas habrá unas 50 de quienes el visitante no logre contemplar a su antojo el brazo, el escote o parte de las espaldas. Hay caras lindísimas, y aún las que no lo son tienen algo que solicitan las miradas y se imprime en la memoria: el color, los ojos, las cejas y la sonrisa. (...)

De la sala de los puros se pasa a la de los pitillos; de la de los pitillos a la de la picadura, y por todas partes se ven sayas de color vivo, trenzas negras y ojazos inmensos. ¡Cuantas historias de amor, de celos, de abandono y miserias encierra cualquiera de aquellas salas!

Al salir de la Fábrica parece verse durante largo rato y por todas partes pupilas negras que os miran con mil expresiones de curiosidad, de enojo, de simpatía, de alegría, de tristeza y de sueño."

La más sensual de las descripciones físicas de las cigarreras nos la ofrece el escritor francés Pierre Louys, que llega a Sevilla finalizando el año 1895. Será aquí donde comienza a escribir su novela "La femme et le pantin" (La mujer y el pelele), que luego será llevada al cine en cuatro ocasiones, siendo la más famosa versión la del genial director español Luis Buñuel en su "Ese obscuro objeto del deseo" (1977). El novelista galo, fascinado por la "Carmen" de Merimée y Bizet, no puede dejar de visitar la famosa fábrica de tabacos. Impresionado por aquellas mujeres, hace que su protagonista -Concha- se vea obligada a trabajar de cigarrera en un momento dado.

Pierre Louÿs, con todo su esteticismo erótico, a lo largo del relato y especialmente en la Fábrica de Tabacos, describe una realidad sociológica de miseria material y moral que, aún cubierta de matices y sutilezas sensuales, no deja de ser hiriente e irónica. Más aún: las exageraciones que podemos encontrar en el capítulo dedicado a las cigarreras, como colectivo ("Había de todo...excepto vírgenes"), son la consecuencia de esa misma ironía, a veces cínica, con que el esteta y apasionado lírico disfraza la cruda visión naturalista.

En el capítulo 5 de "La mujer y el pelele", la visita a una sala de la Fábrica de Tabacos es un pretexto, un "decorado" para hablarnos de un tema conocido: el mito de Carmen, desvergonzadamente convertido ahora en todo un estamento social.

Es verano en Sevilla. La hora de la siesta. Mateo (Pierre Louys) inicia un paseo, a pleno sol, sin ir a ninguna parte concreta. Hace un año que ha perdido la pista de Concha y, de repente, ha llegado a la calle San Fernando. Se encuentra frente a la fachada de la Fábrica de Tabacos. Toma una decisión: "matar el tiempo" visitando el lugar donde trabajan las famosas cigarreras:


"Entré y entré solo, lo que es un verdadero favor pues, como usted sabe, los visitantes son conducidos por un vigilante en ese harén inmenso de cuatro mil ochocientas mujeres tan libres allí de con qué taparse, como de lengua.

Aquel día, un día tórrido, como acabo de decirle, no empleaban la menor reserva en aprovechar la tolerancia que les autoriza a desnudarse a su comodidad, dada la insoportable atmósfera en que trabajaban de junio a septiembre. Tal reglamento es pura humanidad, pues la temperatura de las largas salas es sahariana, por lo que es sólo caridad conceder a las pobres mujeres la misma licencia que a los fogoneros de los paquebotes. Pero el resultado no es menos interesante por ello.

Las más vestidas no tenían sino la camisa en torno al cuerpo (éstas eran las gazmoñas); casi todas trabajaban con el torso desnudo, con una simple falda de tela floja por la cintura y con frecuencia recogida hasta la mitad de los muslos. El espectáculo, no obstante, era de lo más variado: mujeres de todas las edades, niñas y viejas, jóvenes y menos jóvenes, obesas, gordas, delgadas o descarnadas. Algunas estaban encinta. Ciertas daban de mamar a sus niños. Otras no eran todavía núbiles. Había de todo en aquella multitud desnuda, excepto vírgenes, probablemente. Incluso muchachas muy lindas.

Pasaba entre las filas compactas mirando de derecha a izquierda, tan pronto solicitado por limosnas como apostrofado por las bromas más cínicas. Pues la entrada de un hombre solo en este harén monstruoso despierta muchas emociones. Puede usted creer que no muerden las palabras una vez que se han despojado de la camisa, y que añaden a la palabra gestos de un impudor, o más bien de una sencillez, que llega a ser desconcertante incluso para un hombre de mi edad. Aquellas muchachas son impúdicas con la impudicia de las mujeres honradas.

A la mayor parte ni las respondía siquiera. ¿Quién podría alabarse de haber sido el último en hablar en un duelo de palabras picantes con una cigarrera? Pero sí las miraba con curiosidad, pues su desnudez, conciliándose mal con la propia naturaleza de un trabajo penoso, me parecía como si todas aquellas manos activas se ocupasen en fabricar apresuradamente innumerables amantes minúsculos con hojas de tabaco. Por lo demás, ellas hacían lo necesario para sugerirme esta idea.

El contraste no puede ser más singular entre la pobreza de su ropa interior y el cuidado, llevado al extremo, con que se preocupan de su cabeza tan cargada de pelo. Pues van peinadas y rizadas como lo harían para ir al baile, y se dan polvos hasta la punta de los senos, incluso por encima de las santas medallas. Ni una tan sólo que no lleve en el moño cuarenta horquillas y una flor roja. Ni que envuelto en su pañuelo no haya un espejito pequeño y la borla blanca. Diríase actrices en traje de mendigas.

Las examinaba una a una y me pareció que hasta las más tranquilas mostraban cierta vanidad dejándose examinar. Había entre ellas jóvenes que, como por casualidad, parecían no estar a gusto sino en el momento de acercarme a ellas. A las que tenían niños las daba algunas perras; a otras, ramitos de claveles, con los que había llenado mis bolsillos y que al punto suspendían sobre su pecho con la propia cadenita de su cruz.

Y puede usted creer que había muchas desdichadas anatomías en aquel rebaño heteróclito, pero todas eran interesantes, y más de una vez me detenía ante un admirable cuerpo femenino, de esos que en verdad no se encuentran fuera de España: un torso cálido, lleno de carne, aterciopelado como un fruto y más que suficientemente vestido por la piel brillante de un uniforme color oscuro, sobre el que se destaca con vigor el astracán ensortijado de los sobacos y las coronas negras de los senos.

Quince de ellas ví que eran hermosas. Es mucho entre cinco mil mujeres."

Pierre Louÿs: "La mujer y el pelele"

Tampoco los viajeros españoles se quedaron sin visitar el templo del tabaco sevillano y reflejarlo en sus obras. El asturiano Armando Palacio Valdés, en su novela La Hermana San Sulpicio, aparecida en 1889, es decir, siete años antes de la visita de Pierre Louys a Sevilla, nos cuenta el recorrido que efectúa Ceferino por los talleres de la Fábrica de Tabacos, cuando desesperado por no tener noticias de Gloria (la protagonista de la novela) acude al establecimiento de la calle San Fernando buscando a Paca, una antigua sirvienta de la ex-monja, cigarrera de profesión.

Pensando en lo absurdo de sus prentensiones, pues ignora el apellido de la cigarrera y el puesto de trabajo que ocupa, el narrador, camino de la Fábrica, se dice a sí mismo: "Busque usted a una tal Paca entre seis mil mujeres". Objeción que poco después, ya en el despacho del Administrador, verá confirmada por el empleado Sr. Nieto que, tomando con paciencia la insistente petición de Ceferino, accederá al fin a acompañarle sala por sala.

El recorrido se inicia en el taller de pitillos. También es verano en la novela de Palacio Valdés y casi la hora del mediodía.

"Al llegar a la puerta dióme en el rostro un vaho caliente, y percibí un fuerte olor acre y penetrante, que no era sólo de tabaco, pues éste se siente apenas se pone el pie en la fábrica, sino los sudores y alientos acumulados, la infección que resulta siempre de un gran número de personas reunidas en el verano."

En este punto, el novelista anotará un detalle que nos parece significativo, en contraste con la descripción de Pierre Louys; Ceferino tuvo que esperar un momento en la puerta del taller, hasta que el empleado hablara con la maestra para prevenirla:

"Por lo que vine a entender, había ido a dar la voz de "visita" para que se tapasen las operarias, que por razón del calor habían descubierto alguna parte no visible de su cuerpo. Cuando entramos, aún pude notar que algunas se abotonaban apresuradamente la chambra, o ponían un alfiler al pañuelo que llevaban a la garganta."

Reacción que resulta más lógica y natural, más en concordancia con el orgulloso sentido colectivo que tenían de su trabajo las cigarreras sevillanas, que la actitud eróticamente provocadora narrada por el escritor francés.

Aunque el ambiente que refleja el resto del relato de Palacio Valdés sea, en líneas generales, coincidente en algunas apreciaciones de "color local" con el que luego haría Pierre Louys, se desarrolla sin ironías ni lirismos eróticos, tratando con muchísimo más sentido del lenguaje popular los puntos picantes, los gestos, bromas, tipos y usos de las cigarreras de la época. La narración del novelista astur parece más próxima a la realidad. El cuadro que nos pinta recuerda, en algunos detalles, al conocido lienzo de Gonzalo Bilbao que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Palacio Valdés observará las cunas y los niños de pecho, el colorido de los trajes de percal, las flores en el pelo, la atmósfera cargada y sombría, el corte redondo de casi todos los rostros y los ojos especialmente llamativos de las cigarreras, de un negro brillante. He aquí el fragmento del recorrido de Ceferino por la sala buscando a Paca, documento o crónica de las observaciones reales del escritor. Y como dice la maestra de taller en la novela, "ya pueden ustedes pasar...":

"El cuadro que se desplegó ante mi vista me impresionó y me produjo temor. Tres mil mujeres se hallaban sentadas en un vasto recinto abovedado; tres mil mujeres que clavaron sus ojos sobre mí. Quedé avergonzado, confuso, pero supe aparentar cierto desembarazo, y me puse a charlar con Nieto, haciéndole preguntas tontas, mientras me guiaba por los pasillos del taller.

Apenas se respiraba en aquel lugar. El ambiente podía cortarse con un cuchillo. Filas interminables de mujeres, jóvenes en su mayoría, vestidas ligeramente con trajes de percal de mil colores, todas con flores en el pelo, liaban cigarrillos delante de unas mesas toscas y relucientes por el largo manoseo. Al lado de muchas de ellas había cunas de madera con tiernos infantes durmiendo. Estas cunas, según me advirtió Nieto, las suministraba la misma fábrica. Algunas daban de mamar a sus hijos. El tipo de todas aquellas mujeres variaba poco; cara redonda y morena, nariz remangada, cabellos negros y ojos negros también y muy salados. Cada cierto número había una maestra que se levantaba a nuestro paso. La principal del taller nos acompañaba. Nieto iba explicándole cómo yo buscaba a una tal Paca cuyo apellido o mote (porque éste es muy frecuente entre las cigarreras) ignoraba.

Desde que comenzamos a caminar por aquel gran salón, de paredes desnudas y sucias, observé un chicheo constante. No podía mirar a cualquier parte sin que me llamasen con la mano o con los labios, haciéndome alguna vez muecas groseras y obscenas. A duras penas el miedo al inspector y la maestra las retenía. Sí me fijaba en alguna más linda que las otras, al instante me clavaba sus grandes ojos fieros y burlones, diciendo en voz baja:

-Atensión, niñas, que ese señó viene por mí

O bien:

-¡Una miraíta más y me pierdo!"

Si en algo están de acuerdo todos los autores es en el griterío y estrépito, bullicio y chispa, jaraneo y guasa de las cigarreras sevillanas de todas las épocas. En su Viaje por España, el barón Charles Davillier -que vino acompañado del gran ilustrador Gustavo Doré- comparaba el inmenso murmullo de voces y de instrumentos que se oían bajo las bóvedas de la Fábrica con "el zumbido de varios enjambres". Incluso en su domicilio "armaban tal estrépito -escribe el inquilino de una casa donde vivían dos pureras- que me dolía la cabeza hasta volverme loco. De manera que, prefería acostarme en la calle antes de que con cigarreras bajo el mismo techo." Siguiendo con la novela de Palacio Valdés, cuando ya por fin Ceferino encuentra a la Paca, se desencadena la juerga hasta ahora mal contenida:

"-Señorito, váyase uté... Me paese que hay bronca

Oí, en efecto, gran algazara y al tender la vista por el taller, observo que todos los rostros están vueltos hacía mí sonrientes, que se agitan las manos imitando mis ademanes un poco acompasados, que se tose y se estornuda y se ríe y se patea. [...]

En aquel instante venía el inspector que se había separado cuando entablé conversación con la cigarrera, y dijo sonriendo:

-Me ha revuelto usted el taller. Concluya usted pronto, porque estas niñas tienen, al parecer, ganas de bronca.

-¡Bronca! ¡Bronca!... ¡Bron...ca! ¡Bronca...! -empezaron a repetir las cigarreras.

El grito se extendió por todo el taller. Y acompañado por él, oyéndome llamar cabrón por tres mil voces femeninas, salía del recinto haciéndome que reía, pero abroncado de veras."


Notas:

(1) Richard Ford, británico de cultura extraordinaria, escritor y dibujante, vino a vivir a Sevilla en 1831 para cuidar la salud de su mujer, a la que los médicos habían recomendado tierras de mejor clima. Instalado en Sevilla y en la Alhambra granadina, recorrió a caballo miles de kilómetros por zonas de España completamente apartadas de las rutas habituales de los viajeros románticos. Su libro más famoso es el "Manual para viajeros por Andalucía y lectores en casa", publicado por primera vez en Londres en 1845, del que recogemos algunos fragmentos en esta web. 

(*) Pierre Louÿs (1870-1925).- Por testimonios del propio escritor se sabe que vivió en Sevilla aproximadamente un año, entre 1895 y 1896, por problemas de salud (trastornos pulmonares, bronquitis o tuberculosis). Desde allí realizaría escapadas a Jerez y Cádiz, donde pasó alguna temporada, recorriendo también otras ciudades españolas. Marcharía luego a Nápoles, ciudad en la que terminaría su novela "La mujer y el pelele" en 1898. Durante su estancia en Sevilla es posible que tuviera relaciones sentimentales con una tal "Rosarillo", que puede ser la misma Conchita de la ficción literaria. Hay escenas y detalles en el texto que hacen difícil dudar de la realidad contada, si bien la tendencia pasional del autor va tiñiéndolo todo de un erotismo lírico, un tanto deformado por cierta idea de la mujer como burladora del hombre, que nos obliga a poner un poco en tela de juicio la exposición detallada del comportamiento de las cigarreras -y los comentarios que intercala sobre sus reacciones- en el capítulo que dedica a la visita de la Fábrica.

Francés como Merimée, siempre estuvo fascinado por la obra "Carmen" de su compatriota. Se conocía de memoria la ópera de Bizet e incluso la interpretaba al órgano. Precisamente ahí encontró el tema de "La mujer y el pelele": "Pensaba muchas veces en el libro que podía obtener acerca del carácter de la mujer, considerado desde el punto de vista de Carmen, pero de una Carmen más sutil, más inteligente, más atrozmente mujer. Pues en Carmen (de Mérimée) a menudo es la bestia humana la que actúa". A pesar de que la gestación de la novela fue larga, en seis días escribió más de la mitad del libro y después de 60 páginas de redacción paró en brusco su producción, al llegarle la noticia de que Marie de Heredia, la mujer que amaba y que llevaba un niño suyo, se casa con el poeta Henri de Régnier. [Volver al punto de lectura]

 

Para saber más...


Morales Padrón, Francisco: "Guía sentimental de Sevilla" / Publicaciones Universidad Sevilla-1988

Mérimée, Prosper: /"Carmen" / Ed. Cátedra, 1989

Lleó Cañal, Vicente: "Carmen la cigarrera y otros temas"; en "Sevilla y el tabaco", Ed. Tabacalera, Sevilla 1984 (págs. 77-83)

Alberich, José (selección, introducción y notas): "Del Támesis al Guadalquivir : (antología de viajeros ingleses en la Sevilla del siglo XIX)"/Universidad de Sevilla, Secretariado de Publicaciones, 2000

Operarios y cigarreras | Visión romántica del edificio de la Real Fábrica

 


(3/3)

Sevilla baja el telón de lascigarreras con el cierre de la histórica fábrica de tabacos

JOSÉ BEJARANO

SEVILLA

Tomado de url http://216.239.59.104/search?q=cache:W2quWZotUyQJ:www-org.lavanguardia.es/premium/epaper/20061003/lvg200610030691lbc.pdf+cigarreras+de+sevilla&hl=es&ct=clnk&cd=40&gl=es&client=firefox-a Página visitada el 12 de Agosto de 2007

. – Carmen, la apasionaaa cigarrera sevillana imortalizada por la ópera de Bizet, ha entrado en la jubilación anticipada. Casi 400 años ha durado la fabricación de tabaco en Sevilla, ciudad que ayer vio cómo se bajaba el telón de una actividad muy ligada a su historia económica,culturalysentimental. Desde ayer, la factoría de Altadis en Sevilla desmantela su maquinaria de tabaconegro,una parte desus trabajadoresseacogerán alplan dejubilación pactado y el resto serán traslaados a las factorías de la empresa en Cádiz o Alicante.

Sevilla inició en 1620 la fabricación de tabaco y 386 años más tarde el silencio de las máquinas era lo más llamativo para los trabajadores que ayer se concentraron a las puertasde lafábrica,junto alGuadalquivir, para despedirse de su puesto de trabajo. Sin protestas, porque todo estaba acordado, pero con pena por lapérdida deunade laspocas industrias ligadas a la capital andaluza.

El cierre definitivo será el 31 de diciembre del 2007.

Laplantillaactuales de105 trabajadores,73 delos cuales seránprejubilados en el 2007, otros 32 podrán elegir entre las fábricas de Cádiz y Alicante o ir al centro que Logista tiene en Sevilla. Hace un año se prejubilaron 110 empleados mayores de 50 años mediante un expediente de regulación. La decisión de cierre, anunciada el año pasado, se ha pre cipitado por la caída de la demandade tabaco, según los sindicatos. La presidenta del comité de empresa, Antonia Medrano, se despidió diciendo que lo peor era la “sensaciónde tristeza y vacío” después de 30 años de trabajo en la fábrica.



Volver a página principal de Biografías de Mujeres Andaluzas