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Enriqueta Joya Zea

Almería (1899-1974)

Tomado de La Voz de Almería .Miércoles 1 de Julio de 2009. Pág 56


La indomable mujer pescadora

Eduardo D. Vicente

Enriqueta Joya (1899-1974) fue la primera mujer pescador y redera de Almería. Con 15 años embarcaba de polizón en le barco de su padre. La mar fue su vida, en la mar perdió a un hijo y dos nietos.

Antes de aprender a andar ya gateaba entre las sombras de los marineros que cosían las redes en la explanada del puerto. La niña parecia un trofeo subida en los brazos fuertes de los hombres de la, mar: la lanzaban al cielo, le daban; la voltereta, la mecían, la acariciaban,y ella reía, feliz de que nunca se acabara la fiesta.

Enriqueta Joya nació en el Llano de San Roque en 1899. Su padre: José Ramón, tenía un barco en propiedad y un tintero junto a la rambla de Maromeros donde le devolvía el color a las redes desgastadas por el mar. Antes de aprender a escribir las primeras letras, la niña ya sabía manejar la vieja aguja de madera con la que remendaba los pequeños trozos de red que se iban quedando inservibles. Nadie sabe como aprendió a coser con la misma fuerza y la misma habilidad que uno de uno de aquellos marinos que llevaban toda la vida en la profesión.

Cundo de mano de su padre se asomaba a la escollera del faro para despedir a los barcos que salían a faenar, no lloraba por ver alejarse a su padre y a sus tíos camino del horizonte, sino por no poder ir con ellos.

Una madrugada, cuando no había cumplido los quince años se escondió en los piques de proa del barco y salió a la luz proa del barco y salió a la luz en plena faena en alta mar. Desde ése momento formó parte de la tripulación. Se embarcó sin ser enrolada en la nave, ya que era ilegal que una mujer pudiera ejercer esta actividad, pero trabajaba como un marinero más y se ganó el puesto hasta que en 1921, después de contraer matrimonio, decidió bajarse del barco y dedicarse de nuevo a las redes. Podía haber sido su trabajo de toda la vida, pero estaba mal visto que una mujer se pasara los días sentada como un hombre remendando redes, por lo que los directivos de la asociación de pescadores la convencieron para que dejara su vocación y a cambio le dieron un puesto de Limpiadora en el Pósito de Pescadores.

Pero ella soñaba con la pesca, con volver a sentir algún día el aliento del mar subida en alguno de aquellos marrajeros que llegaban hasta Algeciras buscando el pez espada. Su espíritu inconformista le impedía echar raíces en un oficio que no había elegido y ella seguía soñando con el mar mientras limpiaba las habitaciones del Pósito y las dependencias de la fabrica de hielo de la calle Cordoneros.

El día que no iba a trabajar cosía redes a escondidas en el terrao de su casa y los domingos se marcaba los pasos del charlestón en los bailes que en los años veinte se organizaban en el Casino. Porque Enriqueta siempre tuvo una predisposición natural para el baile y movía las piernas y el cuerpo con la misma destreza que sus dedos manejaban las agujas sobre la red.

El estraperlo

Después llegó la guerra y cuando apretó el hambre tuvo que salir a la calle a buscarse la vida con el estraperlo. Sus cántaros clandestinos, repletos de sardinas y jureles, burlaban el fielato y unas veces en vagones de tercera y otras en mulas, llegaban hasta los pueblos de de Granada donde le cambiaban su mercancía por aceite, lomo de cerpatatas y huevos. A ella nunca le faltó el trabajo. La “ Masarrea', como la conocían en el barrio, era una mujer valiente, capaz de realizar la labor de dos hora con tal de que ni ella ni nadie de su familia pasara hambre. Tantas ganas tenía de salir adelante que además de su papel de limpiadora y de sus aventuras como estraperlista, montó una tienda en La Chanca para poder criar a seis hijos. Se levantaba de madrugada para ir a la alhóndiga a por la verdura. Una mañana, el viejo mulo de carga no pudo mas y cayó muerto antes de llegar ala Plaza de San Pedro. Enriqueta se colocó en el puesto del animal, levantó el carro lleno de mercancías y fue tirando de él por las cuestas hasta que llegó a su casa.

El Naufragio

El trabajo esclavo de la tienda tampoco le hizo olvidar que su vida estaba en la mar. Seguía soñando con los barcos; la pesca era su ilusión y a la vez su sufrimiento. Ella ya no podía volver a ser el polizón que fue en su juventud cuando se escondía en el barco de su padre, pero sus hijos y sus nietos eran marineros como a ella le hubiera gustado ser.

El mar que fue su vida también le llevó la muerte cuando en la madrugada del 16 de noviembre de 1968, el pesquero 'Galdeano Jóya' naufragó a la altura de Trafalgar dejando once muertos. En ese barco iba su hijo Juan, de 42 años, y sus nietos Juan y José Antonio de 18 y 16 años, respectivamente. Los tres perdieron la vida. El cuerpo del hijo lo encontraron al día siguiente, en la orilla con un crucifijo entre los dientes.

Hasta el día de su muerte, en el otoño de 1974, Enriqueta Joya Zea no dejó de ir un solo día a la playa. Vestida de luto, cruzaba todas las tardes la carretera de Pescadería y allí, de pie sobre la arena, hablaba en silencio con el mar.

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