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Ana Rodríguez de Carasa

(Cádiz 1763, en el exilio 1816) Política favorable a la Revolución Francesa y "afrancesada" durante el reinado de Jose I.

Tomado de Martín-Valdepeñas Yagüe, Elisa (UNED) “Mis señoras traidoras”: las afrancesadas, una historia olvidada. Ponencia del Seminario internacional organizado y dirigido por la doctora Elena Fernández García R,“Cultura i Història. Les dones durant la guerra antinapolèonica de 1808 a 1814 a la península Ibèrica” y publicada en REVISTA HMiC, NÚMERO VIII, 2010 Págs. 79-108. http://webs2002.uab.es/hmic/2010/HMIC2010.pdf Página vista en Enero de 2010.
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No obstante, la mujer más interesante, desde el punto de vista del afrancesamiento ideológico fue Ana Rodríguez de Carasa, la esposa del general Gonzalo O’Farrill17.Nos encontramos ante una mujer con un pensamiento político profundo y elaborado, aunque de sus reflexiones solo se conocen algunos fragmentos, aquellos que su esposo transcribió en un folleto que reivindicaba su memoria, publicado al fallecimiento de ésta. Ana Rodríguez de Carasa había sido objeto de las más duras críticas en la prensa de Cádiz, que, a la vez, que recordó sus opiniones pasadas a favor de los principios de la Revolución Francesa, no olvidó su influencia en la propia corte de José I. Tachada de ambiciosa por los sectores más reaccionarios, esta mujer demostró un interés por la situación política inusual en las españolas de la época. Nacida en Cádiz en 1763, su boda con el militar cubano le abrió posibilidades para ampliar sus horizontes intelectuales. En torno al cambio de siglo, sus opiniones a favor de la Revolución Francesa se veían con recelo en los círculos cortesanos. Ella había reconocido la emoción que le habían causado los sucesos revolucionarios:

Yo confieso [...] que fuí una de las personas mas entusiasmadas por la [revolución] que empezó en Francia en 1789. Me figuré que reunidos en la asambléa constituyente y despues en la legislativa los hombres mas ilustrados de Francia y aun de Europa, ayudados de las luces esparcidas por los escritores del siglo XVIII, iban á conducir á los hombres á la mayor felicidad. Mi intención era bien sana, y mis deséos completamente desinteresados: yo llegué á esperar que establecido ya en Francia un gobierno fundado sobre las bases de la libertad y de la igualdad de derechos, las demás naciones seguirían el mismo exemplo, y que la especie humana iba á acercarse á su perfeccion (O’Farrill, 1817, p. 36).

Sin embargo, en los años previos a la invasión de España, se mostró públicamente muy reacia a Napoleón, pues había sido testigo directo tanto de su ascenso al poder como del rastro de muerte y desolación en que había sumido a media Europa (O’Farrill, 1817, p. 37). En 1808, debido al rumbo que tomaron los acontecimientos, reconsideró su postura: no creía que los españoles tuvieran ninguna posibilidad de éxito ante el ejército imperial. Opinión que coincidía con la de su esposo, nombrado ministro de la Guerra por José I. Desengañada, viendo inútil la resistencia, aceptó la claudicación ante el invasor, para evitar la completa destrucción del país:

La situación de mi espíritu era bien singular en aquella época: aborreciendo por principios la opresion de toda especie, la prepotencia y el influxo extrangero, havía visto con mas dolor que nadie prepararse la suerte que nos amenazaba. Aun estando en Florencia, quando se supo allí el resultado de la batalla de Iena, y que no quedó duda de la completa destruccion del exército Prusiano, perdí el resto de esperanza que me quedaba de no ser nosotros algun dia dominados por los Franceses [...] yo me exâltaba y me ponía de mal humor contra todos los que no preveían lo mismo: miraba como hermano al Aleman, al Sueco, al Italiano que se veían oprimidos por el capricho de un hombre solo. ¿Qué no debería sucederme quando se trataba de mi patria, de mis parientes, de mis amados conciudadanos? Pues á pesar de todo esto mi razon me guió á sentimientos mas humanos, y viendo irremediable nuestra humillacion, pero remediables muchos males de los que debían agregarse á ella, me resigné y decidí enteramente por el partido del sufrimiento que hacía á aquella menos amarga, y disminuía las conseqüencias de estos (O’Farrill, 1817, pp. 33-34).

Ana Rodríguez de Carasa y Gonzalo O’Farrill, abrazaron decididamente el bando afrancesado, que ya no abandonarían, convencidos de que podría traer la regeneración al país. Tras el derrumbe del régimen bonapartista, profundamente ligados al rey, le siguieron al exilio a Francia en 1813, donde ambos murieron.

Si este último caso corresponde al de una mujer que, con ideas políticas propias, había llegado al convencimiento de que no había posibilidad de éxito en la resistencia contra Napoleón, la mayoría de testimonios de mujeres encontrados hasta ahora, están condicionados por el partido tomado por sus allegados. Incapaces de sustraerse del círculo familiar, ellas son afrancesadas porque lo son sus maridos, padres, hermanos o hijos.

17 Sobre la biografía de esta mujer, véase Ilustración, jacobinismo y afrancesamiento. Ana Rodríguez de Carasa (1763-1816) Autora: Elisa Martín-Valdepeñas Yagüe Localización: Cuadernos de estudios del siglo XVIII, ISSN 1131-9879, Nº 18, 2008 , págs. 33-80