n. Montilla (Córdoba) 1532- 1585. Hechicera. Penitenciada por la inquisición. Literaturizada por Cervantes en el “Coloquio de los perros”
Tomado de la “Pagína web de José Luis Muries Gracia.” http://www.uco.es/~i62mugrj/brujas/capitulos/c10s3.html Brujas y hechiceras del siglo XVI La Camacha de Montilla. Página vista el 6 de Julio de 2013
Sin lugar a dudas, «La Camacha», una sola, Leonor Rodríguez, que fue la procesada y penitenciada por el Santo Oficio de la Inquisición de Córdoba, ha tenido tanta resonancia popular debido a que Cervantes, en el «Coloquio de los perros», con sus singulares, particulares e innegables dotes literarias, subió la nota de sus hazañas hechiceriles, sublimando sus poderes y atribuyéndole practicas tan maravillosas y fantásticas. «La Camacha», ha sido y es considerada como una extraordinaria hechicera. Sin embargo, pese a tan extremada equiparación, no fue sino una embaidora vulgar, ni más ni menos que igual a otras de sus contemporáneas, e incluso, si nos apuran un tanto, cabe decir que hubo algunas que la superaron.
Leonor Rodríguez «La Camacha», nació en Montilla (Córdoba), allá por el año de gracia de 1532, siendo sus abuelos paternos Antón García Camacho, y Leonor Rodríguez, lo que tuvieron en matrimonio a Leonor y Elvira García, y a Juan Camacho, este último falleció antes de 1531. La segunda hija de aquel matrimonio, Elvira García, casó con Alonso Ruiz Agudo, de cuyo matrimonio nació una sola hija, la celestinesca Leonor Rodríguez, a la que le impusieron en la pila bautismal el nombre de la abuela y adoptó su apellido.
El apodo de «Las Camachas», viene derivado del segundo apellido paterno, es decir, que ya a la abuela, madre y tía, así les llamaban, cosa por otra parte muy corriente y usual en la mayoría de los pueblos de España, sin embargo, solamente una fue hechicera y la que por ello pasó a la historia y es conocida por tal alias.
Esta Leonor Rodríguez, «La Camacha», casó con Antón García de Bonilla, que murió porque ella lo «tornó loco», de cuyo matrimonio nacieron dos hijos varones, uno, que al igual que a su padre lo volvió demente «por le tomar cien ducados» y Antón Gómez Camacho, que vivía cuando la penitenció la Inquisición, y aún le sobrevivió durante muchos años.
En 1567 desapareció durante cuatro meses de Montilla y fue a Granada, donde al parecer se inició en el arte especialmente con una mora que le enseñó los primeros rudimentos y le facilitó las hierbas necesarias para hacer ungüentos.
Se enorgullecía de haber aprendido de los más notables y aventajados moros y cristianos, y fueron tantos sus anhelos de superación en conocer nuevas técnicas, que no tenía ningún pudor ni rubor en declarar que estuvo fornicando algún tiempo con un moro, «sin bautizar,» para que le diera lecciones.
Cuando alguna "parroquiana" requerían sus servicios, siempre les decía que ella no sabía gran cosa de ello, pero, les prometía hacerle algún conjuro para tratar de conseguirlo, o bien, que se lo encargaría a otra hechicera que lo hiciera por su mediación, con lo cual aumentaba sus honorarios.
Conocía a la perfección quién había hecho pacto con el diablo, y las huellas o marcas que habían dejado su convenio.
Entre las aspirantes a hechiceras gozaba de un gran prestigio, por lo que sus lecciones eran estimadísimas y «llevaba muchos dineros», concertaba previamente lo que le habían de abonar por cada lección, que unas veces era en metálico y otras en especie o las dos cosas a la vez, siendo de su preferencia en Cuaresma, las «asaduras y los pollos,».
Por todas estas y otras muchas cosas más, se jactaba de ser una magnífica profesional, y a pesar de ello, para estar al día de cuantas innovaciones y nuevos métodos en el «arte» se iban produciendo, cuando se enteraba de que en algún lugar existía una hechicera, daba igual .mora que cristiana, que supiera algo más que ella, sin reparar en gastos ni molestias, se lanzaba en su búsqueda para tratar de conseguir ampliar sus conocimientos.
Tenía un «laboratorio» bastante bien pertrechado de elementos, entre los que se encontraban, además de los utensilios propios de la cocina como ollas, jarras, redomillas, etc. el pertinente cuchillo de cachas prietas para realizar los cercos, sapos y salamanquesas muertas y disecadas, escarabajos, el cedazo, cera, velas, orines de negra, figuras de hombres recortadas en lienzo, gran cantidad de alfileres, que decía habían estado en el infierno, infinidad de hierbas para la confección de ungüentos, cáscaras de cebollas, y otros «materiales» que tenía doble finalidad para el arte hechiceril y el culinario, tales como garbanzos, habas, huevos, vino, sal, pimientas, y otras especies.
Su fortuna y hacienda eran considerables, pues a las dos tiendas y el mesón, que había heredado de su madre, unía el producto de su «trabajo», por eso, los Inquisidores, además de secuestrarle los bienes, le impusieron de multa la importantísima cantidad de 56.250 maravedís, equivalente a ciento cincuenta ducados.
La causa de la prisión de «La Camacha», ya la sabemos: fue por la delación de los PP. Jesuitas, de Montilla, que comunicaron al tribunal de Córdoba, que en dicha villa existían «más de cincuenta personas que tenían familiares,».
No debió gozar «La Camacha» de muchas simpatías en su pueblo natal a juzgar por el crecido número de personas que testificaron contra ella; veintidós vecinos eran muchos para una villa relativamente pequeña por aquellas calendas, que no solamente la acusaron, sino que ampliaron los cargos y aunque se mantuvo por algún tiempo negando cuanto le habían imputado y adjudicándoselo a otras hechiceras o personas fallecidas -como hacían la gran mayoría de ellas- a pesar de sus muchos poderes mágicos, no pudo escabullirse de «ser puesta a cuestión de tormento», por lo que, ante medios tan «persuasorios», no tuvo más remedio que confesar de plano y con todo lujo de detalles.
El lunes 8 de diciembre de 1572, festividad de la Inmaculada Concepción, salió en Auto público de fe, con su coroza, e insignias de hechicera invocadora de demonios, en el cual se le leyó su sentencia y «adjuró de levi», siendo penitenciada, además de la multa, a destierro por diez años de Montilla, de los cuales los dos primeros había de servirlos en un hospital, de Córdoba, y cien azotes por las calles de dicha ciudad y otros tantos en su villa natal.
Al día siguiente según norma de la Inquisición, cabalgando sobre un asno, por las principales calles cordobesas, recibió los cien azotes ordenados, con el consiguiente jolgorio y regocijo de la chiquillería y satisfacción de mayores, naturales y foráneos. A los pocos días, en cumplimiento de la sentencia, fue trasladada a Montilla, donde, con el mismo «ceremonial», le propinaron los otros cien azotes.
Sin duda, ya le habían devuelto sus bienes y obtenido un permiso especial para trasladarse a Montilla, al objeto de ordenar sus negocios. Allí se encontraba el 6 de febrero de 1573 otorgando carta de venta y de imposición de censo y tributo a favor de su hijo -ahora se llamaba como su padre: Antón Gómez de Bonilla- y sus herederos, de 3.501 maravedís y medio de censo de tributo cada año, a razón de 14.000 maravedís, además, como su hijo había afrontado los gastos que «La Camacha», había tenido durante su estancia forzosa en las cárceles inquisitoriales de Córdoba; por un memorial, le reconoce las deudas contraídas, entre las que figuran la compra de los tejidos.
En casi todos los pueblos de España, es corrientísimo que el apodo o alias de uno de sus antecesores se extienda a toda una familia y a sus descendientes, lo que en nuestro caso quiere decir que a todas las mujeres sucesoras de aquel Antón García CAMACHO eran conocidas por «Las Camachas» aunque la más popular por sus «hazañas» fue Leonor Rodríguez, que incluso ella se firmaba «La Camacha», siendo esta y solo esta la hechicera y la única que penitenció la Inquisición y tras una vida tan intensa de cincuenta y tres años dedicada a las artes mágicas y a sus innumerables negocios, entregó su alma a Dios o al diablo en el 1585.